La frustración, formidable fe nihilista
La sociedad no sólo ha de estar alerta, sino que debe corregir el rumbo y no hacerle el suicida caldo gordo a su peor enemigo.
El autor del atentado de Estrasburgo nació y se hizo adulto en esa ciudad europea. Se pasó más de media vida cometiendo delitos de todo pelaje, y fue condenado hasta en una veintena de ocasiones. Se cree que su radicalización final tiene vínculos religiosos con el islam.
Los atentados que se han producido estos años en Europa, Estados Unidos o Australia tienen denominadores comunes: el odio, la envidia, el resentimiento y la frustración. No quiero decir con esto que no tengan vinculaciones religiosas. Pero sí que organizaciones terroristas como el Estado Islámico recurren a la excusa islamista para reivindicarlos y propagar el terror.
Los sujetos que cometen estos atentados, como el de Utoya, lo hacen contra un tipo de sociedad como la que se concentraba ese fin de semana en aquella pequeña isla noruega: juventud sana que se disponía a hablar de propuestas, futuro e ideas, lo que en el mal excita la envidia. Lo mismo les pasa a los que una mañana se levantan dispuestos a matar a media clase, profesores molestos incluidos, después de un largo proceso reconcomiéndose, abandonándose y apartándose de la sociedad. Es precisamente aquí donde deberían saltar las alarmas, que no pueden funcionar sin mecanismos adecuados de detección de amenazas.
Si la base fundamental de Al Qaeda es netamente yihadista, el Estado Islámico se ha caracterizado por atraer a musulmanes suníes con el pretexto religioso, por un lado, y a jóvenes frustrados de todo el mundo, por el otro. Jóvenes a los que seduce mediante una impresionante maquinaria de marketing digital, con vídeos impactantes y mensajes arrebatadores que sus agentes distribuyen por internet para atraer a chicos y chicas desprotegidos, a los que procuran confianza y una razón de ser mediante un cuidado proceso de comunicación. A ellas las enamoran, a ellos les ceban de odio para que den rienda suelta a su frustración. A todos les une una condición similar: la inadaptación a un sistema con normas y obligaciones que consideran ajenas.
En definitiva, se trata de un yihadismo de nuevo cuño, menos islámico, por así decir, y más relacionado con el nihilismo y el resentimiento; de hecho, muchos jóvenes musulmanes de una segunda o una tercera generación de inmigrantes a países occidentales apenas visitan la mezquita, aunque luego los más radicalizados clamen por Alá para darle épica a sus fechorías. Se trata de una peligrosa ola que está alcanzando a todo Occidente; una violenta reacción a la modernidad, a la globalización y, sobre todo, a la libertad, que tanto miedo produce.
Por eso es importante analizar el origen del odio, plantearnos qué lleva a personas tan jóvenes a sentirlo y qué hemos de hacer para vacunarnos contra la frustración que le abre las puertas. Por qué teniendo tantas cosas por delante muchos chicos temen hacerse cargo de sus vidas y desechan el camino difícil. Por qué eligen el fácil de culpar de todo a los demás, eludiendo el benéfico sentimiento de culpa. O por qué tantos pasan tantas horas muertas enganchados a internet, confiando sus intimidades y entregando sus vidas a completos desconocidos.
Por ese motivo jamás podría compartir un solo postulado de la izquierda en asuntos como la educación, ya que prefiere que los niños crezcan abobados pero felices y se opone vehementemente a que se les hable de las dificultades de la vida, de la necesidad de tener unas metas por las que pelear y de sus deberes para con la sociedad. Conceptos como voluntad, disciplina –que debería ser otro derecho fundamental del niño–, esfuerzo, competitividad y competencia son desterrados y luego pasa lo que pasa, que la realidad es algo bien distinto, con lo que los complejos, la frustración, el resentimiento y la envidia encuentran el terreno extremadamente fértil para prosperar.
Así las cosas, la sociedad no sólo ha de estar alerta, sino que debe corregir el rumbo y no hacerle el suicida caldo gordo a su peor enemigo. Y es que la frustración es un arma formidable, y para muchos acaba convirtiéndose en una fe a prueba de sus nihilistas bombas devastadoras.
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