Ante los crímenes horrendos
Gustavo Bueno acuñó la expresión 'eutanasia procesal' como solución para los autores de los peores crímenes.
Todas duelen, la última mata. Este y otros lemas similares solían orlar los relojes de sol tallados en las torres de las iglesias. Olvidados tras la irrupción de las ruedas dentadas y las esferas de vidrio, los viejos relojes, junto a sus apocalípticas leyendas, luchan contra la erosión. A cada hombre, así podemos leerlo en muchas de las frases que acompañan a las piedras rayadas por las horas, le corresponde una delgada línea de sombra tras la cual –Ab ultima aeternitas– aguarda la eternidad. "Murieron de su muerte": con esta expresión, Bernal Díaz del Castillo cerró la biografía de muchos de los compañeros que expiraron naturalmente hace medio milenio. En suma, todo hombre sabe que ha de enfrentarse a una última e incierta hora.
Sin embargo, aunque la mayoría de nuestros congéneres mueren "de su muerte", algunos pierden la vida a manos de otros. Concretamente, en España la tasa de homicidios es de 0,6 por cada 100.000 habitantes. En cuanto a la clasificación por sexos, aunque los hombres matan mayoritariamente a hombres, una mujer española tiene un 0,000168% de posibilidades de morir a manos de un varón. Dentro de este último grupo, algunos homicidios han causado un gran impacto gracias a su dimensión mediática. Toda España pudo asistir a los momentos posteriores al hallazgo de los cadáveres de las niñas de Alcácer. Más de veinticinco años después, la desvaída imagen del desaparecido Antonio Anglés habita todavía en el recuerdo de muchos. Recientemente, otros crímenes cometidos contra mujeres han saltado a las pantallas. Entre ellos destaca el de Diana Quer, cuya muerte siempre irá aparejada a los jalones telefónicos que condujeron a la detención de José Enrique Abuín, el Chicle, autor confeso del crimen cometido en una cálida noche de agosto. Por el lado femenino, pues no son los hombres ni las mujeres sino los asesinos los que matan, Ana Julia Quezada sobrecogió a la nación cuando se supo que era la causante de la muerte del niño Gabriel Cruz. Esta misma semana, la aparición del cuerpo sin vida de Laura Luelmo ha recuperado el debate en torno al endurecimiento de las penas aplicadas a los criminales. El concepto de prisión permanente revisable, lindero con el clásico de cadena perpetua, ha vuelto a ser discutido y ha servido para alimentar la secular polarización ideológica española. Aquellos que se decanten por su aplicación quedarán asociados a una derecha que apenas ha sacado la cabeza de la caverna, mientras que los favorables a la reinserción, alcanzable por la suave vía pedagógica, quedarán ligados a la autodenominada izquierda. Conservadores y progresistas, por evitar términos más gruesos, se distinguirán, además de por otros muchos aspectos, por el trato dado a los autores de acciones horrendas. No obstante, pese a la operatividad ideológica que ofrece el posicionamiento frente a tales actos, la cuestión dista mucho de servir como criterio para el establecimiento de tan maniquea clasificación.
Si el alejamiento del Trono y el Altar sirve para delimitar, siquiera históricamente, los dos conjuntos aludidos, el debate a propósito de la llamada pena de muerte confunde más que aclara, en este sentido. Entre otras razones, porque incluso los católicos postconciliares deben atenerse al imperativo "No matarás", que, con su ausencia de matices, afecta incluso a aquel cuya mano es guiada por el poder temporal, político. En esa línea conservadora de la vida humana ya se pronunció el papa Francisco al afirmar:
La condena a la pena de muerte es una medida inhumana que humilla la dignidad de la persona, sea cual sea el modo en que se lleve a cabo. Es en sí misma contraria al Evangelio, porque decide voluntariamente suprimir una vida humana que siempre es sagrada a los ojos del Creador y de la cual sólo Dios es en última instancia verdadero juez y garante. Ningún hombre, ni siquiera un asesino, pierde su dignidad personal, porque Dios es un Padre que siempre está a la espera de que el hijo vuelva y, sabiendo que cometió un error, pida perdón y comience una nueva vida. A nadie, pues, se le puede quitar la vida, ni tampoco la misma posibilidad de una redención moral y existencial que redunde en beneficio de la comunidad.
La medida venía a corregir determinadas desviaciones históricas, pues, a decir de Bergoglio,
incluso en los Estados Pontificios se recurrió a este remedio extremo e inhumano, dejando a un lado la primacía de la misericordia sobre la justicia. Asumimos las responsabilidades del pasado y reconocemos que estos medios fueron dictados por una mentalidad más legalista que cristiana. La preocupación de conservar intacto el poder y la riqueza material llevó a sobrestimar el valor de la ley y a impedir profundizar en la comprensión del Evangelio.
Bajo la estratificación, "misericordia sobre justicia", ninguna vida podría ser ultimada por la acción humana, pues sólo a Dios corresponde cerrar el ciclo vital de sus hijos. Sin embargo, como el propio Francisco admite, la Iglesia "recurrió a este remedio extremo e inhumano", y pudo hacerlo e incluso sostener el carácter de pena, apoyada en la idea de persona que todavía figura en el Catecismo:
La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios –no es producida por los padres–, y que es inmortal: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.
Esta concepción hilemórfica permitió la aplicación de una pena que supondría una suerte de enajenación del cuerpo, una ausencia que sufriría el alma. Pese a los esfuerzos hechos por Francisco para tratar de evitar entrar en contradicción con la tradición, lo cierto es que la Iglesia admitió en muchos casos la pena. En su Suma Teológica, Santo Tomás, consciente de las contingencias del mundo sublunar, afirmó:
Matar a los malhechores, a los enemigos de la república, eso no es cosa indebida. Por tanto, no es contrario al precepto del decálogo, ni tal muerte es el homicidio que se prohíbe en el precepto del decálogo.
Extramuros de la Iglesia, la legislación española, que no admite la ejecución de los reos, permanece sujeta a la doctrina establecida por el Tribunal Constitucional hace tres décadas, cuando, en su sentencia 19/1988, al referirse a los objetivos de los centros penitenciarios, afirmó que los fines reeducadores y resocializadores no son los únicos objetivos admisibles de la privación de comúnmente aceptada, no es el exclusivo objetivo de las antaño llamadas prisiones. En otras palabras, las cárceles sirven para castigar al delincuente por el delito cometido.
La razón para neutralizar a tales sujetos no es la venganza ni la intimidación, sino la imposibilidad de insertar en una vida la inhumana impronta de hechos como los protagonizados por Anglés o Quezada.
En relación al trato que ha de darse criminales como los citados, el filósofo Gustavo Bueno propuso una alternativa a la actual vía reinsercionista y a la que, mediante la prisión perpetua revisable, pretende excluir al criminal de la vida civil, siquiera durante un tiempo sujeto a revisión. Una vía vinculada a una idea de persona en la que no hay cabida para la pena de muerte, por cuanto no admite la supervivencia de un alma separada del cuerpo. Bueno acuñó la expresión eutanasia procesal como solución para los autores de crímenes como los descritos. La razón para neutralizar a tales sujetos, personas-cero, no es la venganza ni la intimidación, sino la imposibilidad de insertar en una vida la inhumana impronta de hechos como los protagonizados por Anglés o Quezada. La propuesta estaba unida a la responsabilidad individual, según la cual, si el criminal adquiere consciencia de lo realizado, debe terminar con su vida o ser asistido por la sociedad para hacerlo y quedar así liberado de tan insoportable carga. Por el contrario, si el individuo rechaza asumir su culpa, se considerará que se despoja a sí mismo de la condición de semejante y se procederá a su ejecución.
En definitiva, el tratamiento de los casos que, de tiempo en tiempo, afloran a los medios para pública conmoción no puede ajustarse al canon dual izquierda-derecha. En una sociedad crecientemente consumista como la española, existen poderosas razones para mantener con vida a individuos monstruosos, pues del mismo modo que "Dios es un Padre que siempre está a la espera de que el hijo vuelva", el mercado también es receptivo al regreso del consumidor extraviado. No obstante, frente al espectáculo que ha hecho célebres conceptos como el de psicópata o el de asesino en serie, el votante, ahíto de propaganda, bien pudiera comenzar a dar la espalda a la opción conservacionista y rehabilitadora, y acudir al escaparate democrático para optar por medidas alternativas tales como la reclusión perpetua como castigo a tan graves delitos o la neutralización del asesino.
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