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Santiago Navajas

Patriotismo liberal

Entre Felipe VI y Dani Mateo, un patriota liberal prefiere al primero. A Mateo le va más la República Bolivariana de Venezuela o la República Puigdemontana de Catalunya.

A España, a la monarquía constitucional y a Dios les sucede lo que al Real Madrid, que, dijo Solari, "vive en permanente crisis. Incluso ganando Champions". Dios no ha muerto, error de Nietzsche; la monarquía constitucional es el faro de la democracia en el mundo, de Noruega a Australia, pasando por Holanda y Canadá, mal que le pese a Pablo Iglesias, y España vive el mejor momento de su historia, a pesar de la extrema izquierda y el nacionalismo golpista.

Sin embargo, tanto la derecha como la izquierda españolas tienen un problema con el patriotismo. La primera, por exceso, es decir, por patrioterismo, un patriotismo superficial, vacío, banal, histriónico. Es la perversión y la degeneración del patriotismo, al quedarse únicamente en los símbolos y no darles sustancia cultural, histórica y política. La izquierda, sin embargo, suele pecar de patriotismo por defecto, ya que le da vergüenza la emoción patriótica porque la considera primitiva y casi bestial, en desacuerdo con el alto elevado concepto intelectualista de sí misma que suele tener y su complejo de superioridad moral. A los izquierdistas les suele chirriar estar orgulloso de ser español y se avergüenzan de serlo. O solo consideran que es una "suerte" tener la nacionalidad española por ser un Estado garantista y democrático (por lo que en cuanto parece que va a gobernar la derecha anuncian que se van a ir del país, ya que creen que solo ellos garantizan dichas garantías y estatus democrático).

No, sentirse orgulloso de la patria no es en absoluto absurdo. Significa, en relación al lugar donde ha nacido o vivido uno, un accidente, pero también un trabajo. Y, sobre todo, un homenaje a los antepasados y una responsabilidad para seguir incrementando ese acervo heredado. No hay que confundir, como decíamos antes, el sano orgullo patriótico con el patrioterismo, un ejercicio impostado y soberbio, en cuanto que orgullo desmesurado y demagógico, por el que se exageran las virtudes de la patria como una barrera y un ataque contra las demás.

Un patriota siente orgullo de los mejores antepasados que pisaron esa misma tierra o hablaron esa misma lengua. También, y en esto también se diferencia del patriotero, vergüenza por aquellos que empobrecieron y descarrilaron el camino de la nación. Pero de la misma forma que para amar a los hijos propios, que no se calcula en plan contable el saldo orgullo/vergüenza que producen. Por la sencilla razón de que, a menos que uno pertenezca a una nación de demonios, el saldo siempre será positivo porque hay más héroes que villanos y porque pesan más las heroicidades de los primeros que las vilezas de los segundos. En el orgullo patriótico liberal se combina el afecto por la nación –la tierra, la historia y la lengua de los ancestros– con la admiración por la Nación: un conjunto de valores superiores encarnados en sus representantes venerados (para España, de Isabel la Católica a Adolfo Suárez, pasando por Santa Teresa de Jesús y Picasso).

Negar que existe España es como negar que existe uno mismo. Que en realidad uno mismo no existe sino que es la suma de sus células. Este materialismo reduccionista ridículo es habitual en una izquierda cada vez más despeñada en el posmodernismo identitario y populista.

España es una realidad social sostenida por las creencias y acciones de aquellos que la forman, que no son sus regiones sino los ciudadanos libres e iguales que se autoconstituyeron en sociedad política liberal en la Constitución de 1978 basándose en la comunidad histórica, social y cultural que, con varios siglos de continuidad a través de generaciones e individuos gloriosos, han convertido sus lenguas, costumbres e instituciones en obras maestras de la Humanidad. España es más que la suma de las partes del mismo modo que la Alhambra es más que la suma de los ladrillos que la constituyen. España es una diversidad de proyectos individuales con un aire de familia histórico, lingüístico y cultural. Como poetizó Miguel Hernández:

Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
donde desembocando se unen todas las sangres:
donde todos los huesos caídos se levantan:
madre.

Decir madre es decir tierra que me ha parido;
es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
sangre.

La izquierda actual (no la de Miguel Hernández, Antonio Machado, Manuel Azaña o Clara Campoamor) tiene problemas con la idea de España porque la asimila a la derecha franquista y porque entra en conflicto con su ideología de la internacionalización clasista. Pero son problemas psicológico-políticos internos de la izquierda con la cuestión del patriotismo. Cosas que tratar con sus psicoanalistas favoritos. Como la izquierda es un pensamiento erigido sobre la negación del principio de no contradicción, se puede permitir la paranoia de negar la existencia de España al tiempo que se echa en brazos de los nacionalistas catalanes, haciéndole el juego a los golpistas y xenófobos.

El patriotismo liberal enfrenta una curiosa paradoja: la del "patriota traidor". O, dicho de otro modo, ¿el patriota nace o se hace? En Cuatro hijos, John Ford, él mismo hijo de emigrantes, relató el extraño caso de una familia alemana compuesta por una madre y sus cuatro hijos. Uno de ellos emigra a Estados Unidos y cuando estalla la Primera Guerra Mundial lucha como sus hermanos por su país. Pero ¿cuál es su país: aquel en el que nació y se crió o el que le ha acogido y con el que se siente más comprometido, por los altos valores que representa? Unos valores que explicaría más tarde Ronald Reagan:

Puedes vivir en Alemania o Japón, pero nunca serás alemán o japonés. Sólo viviendo en EEUU serás, además, norteamericano.

Se equivocaba en parte Reagan: cualquier país en el que los inmigrantes se sientan no solo como en casa sino mejor que en su propia casa, porque hayan encontrado una versión mejorada de la cultura de sus propios países, será un país con un patriotismo mejorado. ¿Cuál es el país del mundo donde los musulmanes, por ejemplo, pueden desarrollar mejor su cultura y tradiciones, a salvo de fanáticos y retrógrados? No hay duda de que antes que en Arabia Saudí, Turquía o Irán lo harán en Estados Unidos, India o Alemania, país este último en el que la mujer, Seyran Ates, que abrió una mezquita para que pudiesen rezar juntos suníes y chiíes, hombres y mujeres, ha sido amenazada de muerte por los integristas.

Un caso paradigmático del problema psicótico-político de la izquierda con el patriotismo lo encontramos en este relato de César Rendueles:

Hace unos años, una profesora en el colegio infantil al que asistía mi hijo mayor propuso que los niños participaran en la fiesta de final de curso vestidos con la camiseta de la selección española y con la cara pintada en rojo y amarillo. Unas cuantas familias políticamente progresistas rechazamos con horror la idea. Uno de los argumentos que dimos es que sería una especie de imposición nacionalista para las familias migrantes, procedentes de muy distintos países. Para nuestra estupefacción, todas las familias migrantes de la clase, sin excepción, nos contestaron que a ellos la propuesta de la profesora les parecía una idea excelente y vivieron con alegría y normalidad aquella orgía españolista.

Ni siquiera cuando le estalla en la cara su complejo ideológico antipatriótico es capaz Rendueles de controlar su fobia ante lo español y descalifica la celebración patriótica ("orgía españolista") que la maestra, los niños (incluso los de "familias políticamente progresistas") y los inmigrantes llevan a cabo con total naturalidad. Este mismo impulso antiespañol ha hecho que los socialistas por lo general se sienten más cercanos de los nacionalistas que de los constitucionalistas. El último ejemplo ha sido el humorista Dani Mateo, que ha decretado en un tuit que "España no existe" pero no tiene ningún problema en reconocer la existencia de Andalucía, el País Vasco… reproduciendo el discurso patriotero de los nacionalistas xenófobos.

Negar que existe España es como negar que existe uno mismo. Que en realidad uno mismo no existe sino que es la suma de sus células. Este materialismo reduccionista ridículo es habitual en una izquierda cada vez más despeñada en el posmodernismo identitario y populista. Sin embargo, esta alergia antiespañola, como su fobia contra la monarquía constitucional, tiene un aspecto positivo: ayuda a construir un patriotismo liberal más consciente de las virtudes de España (y, de paso, asentar la monarquía, aunque sea como rechazo al ridículo pseudorrepublicano).

En resumen, entre Felipe VI y Dani Mateo, un patriota liberal prefiere al primero, como referente de un país constitucional, en la senda de Canadá, Holanda, Japón, Australia, Gran Bretaña, Suecia o Noruega. A Mateo le va más bien la República Bolivariana de Venezuela o la República Puigdemontana de Catalunya. Pero, como advirtió un lúcido mosso d’esquadra, "la república no existe, idiota". A diferencia de España que sí existe y protege incluso a aquellos que la denigran todos los días y niegan su existencia.

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