Nativos y forasteros
Debe priorizarse un modo de recepción basado en lo que ha hecho a EEUU el foco más atractivo para todos aquellos que han huido de la pobreza o el miedo.
¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres,
vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad.
El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas.
Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades.
¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!(Extracto de "The New Colossus", poema de Emma Lazarus en la base de la Estatua de la Libertad).
Elia Kazan, el gran director de cine, sabía cuál es la razón de la grandeza creativa, económica y política de los Estados Unidos: es un país que siempre está en permanente transformación. Y dicha mutabilidad la relaciona el realizador de La ley del silencio y Un tranvía llamado Deseo con que la nación norteamericana se ha caracterizado por abrir sus puertas al meteco, al extranjero, sin obligarle a renunciar a su identidad, porque ser estadounidense consiste en enriquecer la nación a golpe de contaminación foránea. Así, el mismo Kazan se definía como "norteamericano y también griego y turco"; donde la copulativa y actúa más bien como un multiplicador de la identidad que como mero sumatorio. En cambio, Europa le parecía a Kazan un lugar donde todo el mundo es igual, "como si se casaran entre primos".
La esencia de Estados Unidos se basa, efectivamente, en su mutabilidad y también en la flexibilidad de su identidad, sintetizadas ambas en su lema: E pluribus unum. Es decir, una relación retroalimentadora y potenciadora entre la nación unificada, por un lado, y la pluralidad de individuos, por otro. El sujeto "We the people of the United States" con el que comienza su Constitución y el American Dream de su mitología operan como un potente faro que ilumina el sendero que han recorrido, y todavía transitan, millones de seres humanos, atraídos por la potencia de su economía y la diversidad de su cultura (ni siquiera hay un idioma oficial que haga la vez de muro lingüístico).
Pero resultaría banal, insuficiente e irresponsable quedarse en el plano de la abstracción sin analizar el modelo concreto de integración. Porque el principio del ideal está vacío sin el principio de realidad, del mismo modo que este último está ciego sin aquel. Por ello hemos de tener en cuenta los condicionamientos y restricciones del modo en el que se lleva a cabo la acogida de individuos provenientes de culturas, tradiciones e historias muy diversas, que quizá tengan modos de pensamiento y acción incompatibles en principio con el estado de desarrollo civilizatorio que hemos alcanzado en Occidente, después de la lucha de los demócratas ilustrados contra los agentes reaccionarios y totalitarios.
Esa acogida ha de basarse, desde el punto de vista materialista, en las condiciones de integración económica en el marco del Estado de Bienestar. Y, desde la perspectiva de los valores, en la integración social en el marco del Estado de Derecho. Establecer un marco favorable a la inmigración es una estrategia en la que todos ganan, tanto los originarios del país de acogida, los nativos, como los propios inmigrantes, los forasteros. Esta suma más que positiva de la emigración está refrendada en la literatura económica por el crecimiento del PIB y de la tasa de empleo. La razón de estos resultados económicos, que a la mayoría les resultan antiintuitivos, ya que se cree –contra la evidencia empírica– que los inmigrantes roban empleos, obedece a la dinámica del mercado, ya que las nuevas personas que se introducen en el sistema suelen ser mucho más creativas e innovadoras que la media del país receptor. Esto es ejemplificado de modo paradigmático por el mencionado Elia Kazan o por los numerosos casos de inmigrantes o hijos de inmigrantes que han conseguido pasar, inmediatamente o en una sola generación, a la cima de la escala social; de Henry, Emanuel y Mayer Lehman, que llegados de Baviera (a finales del siglo XIX) fundaron la financiera Lehman Brothers (desaparecida en la crisis de principios del XXI), a Steve Jobs en la industria informática, por poner dos casos célebres.
La grandeza irá ligada a unos espacios de acogida integradores de la diversidad, dentro del respeto y la tolerancia.
Los inmigrantes, por tanto, contribuyen a la dinámica económica y al enriquecimiento cultural, lo que, de nuevo contra el prejuicio de los que temen un impacto negativo, aumenta los recursos públicos, ya que el crecimiento económico repercute positivamente en los ingresos fiscales, porque además suelen ser más jóvenes y, por tanto, demandan menos gastos sanitarios y de asistencia social. Y esto nos lleva a considerar que el modelo de acogida e integración no debe bascular tanto a una acción meramente asistencial –que victimiza permanentemente al inmigrante y al refugiado, reduciéndolos a seres pasivos y, de esta manera, blancos fáciles de la crítica y el rechazo–, sino que debe priorizarse un modo de recepción basado en lo que ha hecho a Estados Unidos el foco más atractivo para todos aquellos que han huido de la pobreza o el miedo de sus lugares de origen: esa mezcla de libertad política y oportunidades económicas que ahora quieren cercenar aquellos que pretenden convertir a sus países en fortalezas cerradas sobre sí mismas.
Make America, Europe and Spain Great Again! OK. Pero la grandeza irá ligada a unos espacios de acogida integradores de la diversidad, dentro del respeto y la tolerancia, de manera tal que los Elia Kazan del presente y el futuro puedan decir que son españoles y también argentinos y congoleños y sirios y chinos y polacos y alemanes y venezolanos y rusos y portugueses...
Si empezamos con Kazan, terminemos con otro director norteamericano, esta vez de rancio abolengo, William Wyler. En su película El forastero, Walter Brennan y Gary Cooper mantenían el siguiente diálogo:
–¿De dónde viene, forastero?
–De ningún sitio en particular.–¿Y adónde se dirige, forastero?
–A ningún sitio en particular.
De donde podríamos extraer, como hacía el crítico de cine Ángel Fernández Santos, que "todos los sitios son buenos para pasar de largo". Pero también que cualquier sitio en general es apropiado para echar raíces, ya que en todos cualquiera de nosotros es, al mismo tiempo, nativo y forastero.
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