Tras el atentado islamófobo de Nueva Zelanda, en el que fueron asesinados decenas de musulmanes, la primera ministra neozelandesa propuso solidarizarse con la población islámica. Podría haber citado alguna frase del Corán o de algún filósofo o poeta musulmán. Por ejemplo, en la sura 164 puede reconocerse cualquier persona con un mínimo de inteligencia y sensibilidad:
En la creación de los cielos y de la Tierra, la sucesión de la noche y el día, el barco que surca el mar para provecho de la gente, el agua que Dios hace descender del cielo con la que da vida a la tierra árida, en la que diseminó toda clase de criaturas, y en la dirección de los vientos y el control de las nubes que están entre el cielo y la tierra, en todo ello hay signos para quienes razonan.
O, citando el intelectual tunecino Mohamed Charfi, podría haber respaldado a los que dentro del orbe islámico defienden que un islam compatible con la democracia y la libertad es posible:
Nuestro mayor problema, el poderoso freno que impide nuestra emancipación y nuestro desarrollo, es que estamos encadenados a nuestro pasado: él es nuestra prisión colectiva. Para los musulmanes, no habrá desarrollo sin libertad y no habrá libertad si no nos liberamos de nuestra histórica prisión.
Sin embargo, la gobernante neozelandesa prefirió subrayar lo que une al islam con la reacción retrógrada y el símbolo más publicitado de esa prisión a la que se refirió Charfi: el hiyab. Tanto la primera ministra como las presentadoras de la televisión se cubrieron con un velo como si fuese un homenaje al islam en general y a las mujeres musulmanas en particular. Sería solo un error provocado por la ignorancia y los prejuicios si no fuese porque, por las mismas fechas, en Irán fue condenada a 148 latigazos y 38 años de cárcel la abogada Nasrín Sotudeh por defender los derechos de las mujeres, entre los que se encuentra, parece mentira que haya que decirlo, el de no llevar el hiyab, una prenda que no es islámica sino tradicionalista islámica. No es lo mismo.
Las mujeres en Irán son obligadas a velarse cuando salen de casa, tanto la cabeza como los brazos y las piernas. En general, las vestimentas que cubren el cuerpo femenino obedecen –en cualquier cultura y, por tanto, en la islámica– no a una cuestión estrictamente religiosa sino a una costumbre relacionada con el machismo y el dominio del cuerpo de las mujeres.
¿Es ingenuo, por tanto, el gesto de la primera ministra neozelandesa? Rita Panahi considera que, si es ingenuo, refleja en cualquier caso una irresponsabilidad por omisión de conocimiento, porque
las mujeres [musulmanas] están arriesgando sus vidas para protestar por el hiyab forzoso. Estamos traicionando a estas valientes mujeres cuando abrazamos el hiyab como símbolo de diversidad y armonía.
La izquierda políticamente correcta considera que criticar el hiyab es lo correcto desde el punto de vista moral, al fin y al cabo es uno de los signos más obvios de alienación y explotación religiosa, que diría Marx. Pero considera que desde el plano político significaría dar argumentos a la derecha islamófoba y racista. Con lo que, de facto, la izquierda practica un racismo y una islamofobia por omisión, todavía peor que los de la derecha porque sirve de coartada multicultural para los fundamentalistas islámicos, que así consiguen blanquear y normalizar sus costumbres e ideas más reaccionarias y misóginas. La izquierda está en el fondo tan acomplejada ideológicamente que se basa en la falacia de que simplemente por oponerse a una idea equivocada va a estar acertada. El título de Wassyla Tamzali refleja perfectamente esta inquietante paradoja: El burka como excusa. Terrorismo intelectual, religioso y moral contra la libertad de las mujeres.
Masih Alineyad –periodista, bloguera y escritora iraní exiliada en Estados Unidos– ha pedido a las mujeres neozelandesas que se cubrieron con el hiyab que también muestren su solidaridad con las mujeres que son obligadas a cubrirse en los países musulmanes. Como respuesta, el balido de los millones de ovejas neozelandesas. Un silencio de los corderos que se extiende por todo el mundo occidental. Especialmente en las manifestaciones feministas del 8-M contra el inexistente heteropatriarcado occidental,en las que no se levantó la voz contra el brutal heteropatriarcado de los países musulmanes o anticapitalistas. ¿Dónde estaban las pancartas apoyando a las mujeres de los Miércoles Blancos en Irán, que se atreven a quitarse el velo y colgarlo de un palo? Por el contrario, las políticas feministas de países igualitarios como Suecia y Holanda no dudan en someterse a los dictados machistas de las teocracias islamistas poniéndose un humillante velo cuando los visitan. Estas políticas socialdemócratas que tienen muchos arrestos para burlarse de Donald Trump se arrodillan ante las imposiciones de los imanes iraníes.
La más urgente tarea del feminismo liberal consiste en conseguir que las mujeres musulmanas tengan la posibilidad del desvelamiento sin preocuparse por el látigo o el oprobio, la cárcel o el acoso. El gesto solidario de la primera ministra y las presentadoras neozelandesas es como seguir un tratamiento homeopático para combatir el cáncer: no solo no sirve para su propósito sino que alimenta a la bestia misógina, ya que multiplica la imagen de la mujer musulmana como equivalente a la mujer velada, cuando otra mujer musulmana es posible: combativa, libre, autónoma y con el cabello velado o suelto según le dé la gana en diversas circunstancias. El resto es multiculturalismo de pandereta, relativismo cómplice, colonialismo mal asimilado, pintoresquismo orientalista, solidaridad de postureo e izquierdismo acomplejado. Como la portada del último número de Vogue Arabia en la que muestran a unas mujeres con hiyab. Muy guapas, eso sí. Pero con la misma belleza de la decadencia morbosa y enfermiza de las flores del mal. Al parecer, no han pensado ni por un momento las multiculturalistas directoras de Vogue lo que les va a doler dicha portada a Nasrín Sotudeh y las miles de mujeres que se arriesgan en los Miércoles Blancos casi tanto como los latigazos. Ellas jugándose el cuello para liberar a las mujeres y las feministas occidentales de izquierda proclamando la emancipación de las mujeres mientras, en la práctica, publicitan su encadenamiento. Por el contrario, un feminismo musulmán, racional y liberal es posible.