Estamos en un momento de emergencia nacional. Los nacionalistas catalanes siguen con sus felonías, mientras algunas almas de cántaro hablan de dialogar con los golpistas, disparate comparable al de dialogar con quienes se saltan los semáforos en rojo en lugar de multarlos o retirarles el carnet. Y no nos engañemos con ETA, porque está derrotada pero no muerta (como decía Bertolt Brecht: "Todavía es fecundo el vientre inmundo"). Y, lo que es peor, tenemos un presidente que se ha vendido descaradamente a los nacionalistas, poniendo su ambición personal por encima del bienestar de sus conciudadanos. El Govern sigue dilapidando en embajadas un dinero que podría ser invertido más provechosamente en mejorar sanidad y educación, que mucho lo han menester en Cataluña. En los edificios públicos aparecen emblemas partidistas, cosa inaceptable incluso fuera del período electoral, y la inmersión lingüística sigue aplastando a los castellanohablantes. Todas estas ilegalidades que envenenan la vida de los ciudadanos catalanes son toleradas por el señor Sánchez a cambio de permanecer en la Moncloa. Quienes critican la maniobra política que llevó a Sánchez al poder suelen recibir la respuesta de que la moción de censura es algo legítimo y previsto en la Constitución. Y, efectivamente, así es. Pero esto demuestra tan solo que la venta ha sido legal, no que Sánchez no se haya vendido. Y quien vende a sus conciudadanos es, sencillamente, una mala persona. Y quien pasa de decir "convocaré elecciones cuanto antes" a "agotaré la legislatura" es, además, un mentiroso.
Ni Rivera ni Casado tienen experiencia de gobierno, sus últimas intervenciones no han sido siempre afortunadas y en la elaboración de listas y el reclutamiento de independientes a veces han sido certeros pero otras han estado francamente desacertados. Y, por supuesto, cualquiera de ellos que llegue a presidir el Ejecutivo cometerá errores, como no podría ser de otra manera, pero hasta ahora no hay razones para pensar de ninguno de los dos que sean malas personas ni que estén dispuestos a llegar al poder plegándose a los independentistas. Y una persona honrada, aunque sea de izquierdas, ante la disyuntiva de un presidente de izquierdas pero mala persona y uno de derechas buena persona, ha de decantarse por la segunda. Tal como está ahora España, hechas todas las cuentas (y sin negar los desaciertos y errores de unos y de otros), es más deseable un Gobierno de centro-derecha que cuatro años más de Sánchez. Por favor, que nos jugamos muchísimo, y se ha de votar pensando en el bien de todos y no en mantener la siempre amada imagen que cada uno tiene de sí mismo de ser de izquierdas o de derechas, como si eso fuera una marca de nacimiento que tuviera que ver más con el grupo sanguíneo que con el pensamiento desprejuiciado y la reflexión sosegada.
Por otra parte, es posible que con un Gobierno Rivera-Casado mejore algo la educación, aunque las esperanzas son pocas. Ahora bien, con un Gobierno Iglesias-Sánchez, las esperanzas son nulas. Las últimas propuestas de la ministra del ramo, como la de dar la posibilidad de superar el Bachillerato con una asignatura suspensa, demuestran que todavía no han aprendido una lección que la triste realidad viene impartiendo desde el año 1990: la reducción de la exigencia y el regalo de aprobados, lejos de atenuar el fracaso, lo estimulan. Solo con niveles de exigencia dignos se consigue que los estudiantes saquen lo mejor de sí mismos; solo inculcando hábitos de estudio y trabajo se combate el fracaso escolar.
Tomemos ejemplo de otras democracias más viejas, en las cuales no es insólito que un afiliado a un partido apoye públicamente a otro cuando considera que el suyo lo ha hecho mal y le conviene una temporada en la oposición. Y no por ello es considerado un traidor. Eso es poner de verdad el propio país por encima de las lealtades de partido. Eso es una democracia madura. Piénsese bien lo que se hace antes de votar, hágase guiado por la cabeza y no por las vísceras ni los prejuicios, que durante cuatro años no habrá lugar a reclamaciones.