En Gran Bretaña, el Gobierno de Theresa May ha despedido al filósofo conservador Roger Scruton después de que una revista izquierdista manipulara sus palabras para que pareciera un racista, un antisemita y un islamófobo. Podría haber sido un buen momento, ya que Scruton es una de las cabezas más importantes de la intelectualidad de derechas, para que el Partido Conservador y los medios afines ideológicamente plantaran cara al amarillismo de los medios socialistas. Sin embargo, no solo no han plantado batalla cultural alguna sino que han ofrecido la cabeza de Scruton en bandeja de plata al mentiroso editor manipulador de The New Statesman, que no perdió la ocasión de celebrarlo subiendo a las redes una foto en la que bebía a morro de una botella de champagne mientras presumía de haber acabado con Scruton (luego borró la imagen). Podemos perdonar la infamia de la calumnia pero no la vulgaridad de beber a morro ni la cobardía del chulo que termina envainándosela.
Scruton no es más que la última víctima de la caza de brujas global que ha lanzado la izquierda contra todo pensamiento disidente. Les da igual que sean filósofos respetados o niños aprendiendo a leer. A Caperucita Roja también le han cortado la cabeza, víctima de la moralina obtusa de una inquisitorial asociación de padres, madres y viceversa. No es una anécdota sino una práctica habitual en los centros educativos, donde proliferan los talleres sobre "nuevas masculinidades", "juguetes no sexistas" y "hábitos de consumo anticapitalistas", en los que se produce un lavado de cerebro por parte de activistas sociales que presumen sin rubor de adoctrinamiento políticamente correcto.
En Estados Unidos, un grupo de estudiantes pretenden que su universidad despida a Camille Paglia, una filósofa feminista liberal, y la sustituya por una "persona de color transgénero". Paglia es de color blanco y lesbiana pero al parecer no es suficiente currículum. Puede cambiarse el sexo, pero ¿el color de la piel? Confiemos en los avances de la cirugía estéticamente correcta…
Volviendo a Gran Bretaña, también un grupo de estudiantes han conseguido que Jordan Peterson, psicólogo que desafía el statu quo de la ideología de género, no enseñe en Cambridge, para que no altere con sus opiniones intempestivas su espacio seguro infantiloide. ¿Cuánto habrían durado Keynes, Russell y Wittgenstein –que no se caracterizaban precisamente por su paciencia ante las chorradas– entre las hasta ahora prestigiosas paredes de la institución británica?
El ascenso de Vox tiene mucho que ver con la rebelión ciudadana contra la unidimensionalidad creciente, la homogeneización masiva y el chantaje ideológico de unos medios de comunicación y unas instituciones privadas (Google) y estatales (RTVE) que ocultan y niegan la realidad para imponer una pretendida "noble mentira" (Platón dixit) que no es noble pero sí es mentira. Así, del cambio climático a la ley de violencia de género, pasando por la memoria histórica, el lenguaje inclusivo, la realidad histórica de España o las cuotas a favor de las mujeres, en cuanto planteas la más mínima objeción, aunque sea un matiz o una pregunta escéptica, pasas a convertirte, como Scruton, en un apestado, tachado de "negacionista", trumpista o, lo que es peor, de neoliberal.
Será porque los liberales llevamos toda nuestra historia siendo tachados de vendidos a la Trilateral, la masonería, la CIA, el Mosad, Bilderberg o, últimamente, Soros, el caso es que no nos impresiona para nada que pretendan amedrentarnos los socialistas o las feministas de género, el New York Times o El País. Sin embargo, los conservadores británicos o españoles sienten un complejo de inferioridad intelectual o moral que les lleva a arrastrarse ante la extrema izquierda. Así, Ana Pastor tuvo el desparpajo de definirse como "bastante socialdemócrata" o, en el colmo de la vileza, Javier Maroto, jefe de campaña de Pablo Casado, respondió a un político de Bildu, que le preguntaba sobre su alianza en Andalucía con Vox, injuriando al partido de Santiago Abascal en lugar de espetarle al neobatasuno que no tenía que darle explicaciones de nada quien comparte partido con condenados por terrorismo que en cualquier otro país europeo estarían en prisión de por vida.
La guinda de la derechita cobarde la ha puesto –y no podía ser de otra manera, vistas la trayectoria de la Iglesia católica en España y la del peronista papa Francisco en el Vaticano– el jesuita rector de Icade, que ha censurado una charla de uno de sus exalumnos estrella, el empresario y candidato por Vox Iván Espinosa de los Monteros. Pero si hay algo que está dando votos a Vox no es su programa, discutido y discutible, sino su talante, valiente y desacomplejado, así que Espinosa de los Monteros agarró un altavox (no es errata) y dio la charla en la calle, a las puertas del mismo centro que lo había marginado. Cuando una reportera de Cuatro quiso interrumpirle, Espinosa de los Monteros marcó territorio pragmático y conceptual contra la campaña que el 90% de los medios está realizando contra Vox:
¡No moleste, Cuatro!