Desde su retiro a buen seguro confortable, Pedro Arriola debe de sentirse reivindicado por los resultados del 28-A. El arriolismo se basaba en la premisa de que el centro de gravedad de la política española estaba en el centro-izquierda, la izquierda superaba numéricamente –de manera eterna y metafísica– a la derecha y la única posibilidad de victoria estribaba en una baja participación selectiva: que la derecha acudiera masivamente a las urnas y la izquierda no. De ahí el imperativo de "no despertar a la izquierda". Si la derecha entraba en una pugna ideológica a cara de perro, movilizaba a la izquierda y perdía seguro. La derecha solo podía aspirar a ganar si renunciaba al combate de las ideas y esgrimía un discurso tecnocrático, de mera gestión, que no despertase a la fiera y le permitiese llevarse el gato al agua sigilosamente, entre el bostezo general.
La premisa del arriolismo se retroalimentaba: precisamente al renunciar a la lucha de las ideas, la derecha contribuía a la perpetuación de la mayoría social de centro-izquierda. De hecho, lo asombroso es que todavía haya un 40% de españoles de derechas, después de cuarenta años de vacuidad ideológica de UCD y PP, que entregaron a la izquierda y a los separatistas los resortes de la educación, la cultura y los medios de comunicación.
Pueden tener algo de razón los análisis que culpan a Vox de haber propiciado una movilización masiva de la izquierda. En efecto, Vox ha entrado de lleno en todos los debates ideológicos que la derecha tecnocrático-arriolista había evitado durante décadas: la bioética –aborto, eutanasia, vientres de alquiler–, la familia y la natalidad, el fracasado modelo autonómico, la defensa sin ambages de la libertad económica –el discurso de Rubén Manso, coordinador económico de Vox y privado de escaño por unos miles de votos, destacaba no solo por sus medidas audaces de rebaja fiscal, sino por un marco filosófico explícito de apuesta por las familias con capacidad de ahorro (y no el Estado-providencia) como fundamento natural del sistema de libertades–, el problema de la inmigración irregular, el disparate de las leyes de género y del feminismo marxistoide que presenta a las mujeres como la nueva clase oprimida y confunde a España con Afganistán… Acostumbrada a una derecha sumisa que no cuestionaba su superioridad moral, a la izquierda le han saltado todas las alarmas. "¡Que vienen los fachas!" en realidad significaba: "¡Por primera vez en 40 años, alguien nos lleva de verdad la contraria!".
Pero si se quiere desplazar alguna vez el centro de gravedad del centro-izquierda al centro-derecha –y conseguir que España deje de ser una excepción socialista en una Europa que está convirtiendo a los partidos socialdemócratas en piezas de museo– no hay otra vía que la escogida por Vox: aceptar el combate intelectual con la izquierda y ganarlo. Los réditos electorales pueden no llegar inmediatamente, pero lo harán a medio plazo.
Se culpa también a Vox de haber "fraccionado a la derecha". Sí, el sistema D’Hondt penaliza la dispersión del voto cuando se trata de listas poco numerosas –las provincias que eligen de tres a ocho diputados–. El PP va a restregarnos hasta la saciedad el cálculo que muestra que, con algunos votos más que el bloque PSOE-Podemos, el bloque Cs-PP-VOX ha sacado 18 diputados menos: llamarán a la concentración pragmática del voto en las elecciones de mayo, obviando que en las europeas el efecto penalizador de la fragmentación desaparece totalmente al tratarse de una lista nacional, y en la mayoría de listas autonómicas y municipales también.
Pero sí, probablemente no caben tres partidos en la derecha, y al menos uno de ellos va a desaparecer a medio plazo. Debería ser el PP. Es el partido viejo, la marca lastrada por las traiciones ideológicas de Rajoy, el bolso de Soraya y los casos de corrupción. Es el partido que ha perdido 71 diputados el 28-A, mientras Cs subía 25 y Vox 24.
Sobre todo, el PP es el partido de Arriola, el partido que convirtió la aceptación de la superioridad moral y cultural de la izquierda en la premisa básica de su estrategia. El curso acelerado de rearme ideológico –que consiste en imitar el discurso de Vox– llega tarde. Cada vez que Casado promete hacer respetar el derecho de los niños a recibir enseñanza en español, Feijóo le estará desmintiendo desde una Xunta que tuitea solo en gallego y obliga a impartir la mitad de las asignaturas en la lengua de Cunqueiro. Cada vez que hable de defender la vida, recordaremos a Rajoy tirando a la basura la reforma de la ley del aborto. Cada vez que prometa una revolución fiscal, nos vendrá la imagen de Montoro "descolocando a la izquierda" con el leñazo tributario más doloroso de la historia reciente.
Sobra el PP: su tiempo se ha cumplido. Sus cuadros más valiosos podrían encontrar acomodo en Vox –que ya ha fichado a gente como Lourdes Méndez o Ignacio Gil Lázaro– o Cs –que ha acogido a Silvia Clemente o Ángel Garrido–, según su preferencia ideológica. Nos quedarían un Vox conservador en lo social-moral, antiautonomías, defensor de la reducción del gasto público y de una UE respetuosa de las soberanías nacionales, y un Cs progre en lo social, moderadamente socialdemócrata en lo económico, defensor de la unidad nacional sin llegar a cuestionar las autonomías y partidario de una Europa federal.
No hay sitio en la derecha para un tercer partido. Arriola enseñó al PP a intentar ganar sin levantar la voz. Que ahora lleve su discreción hasta el silencio final. Y que recuerde el primer lema electoral de su historia (1977): "España, lo único importante".
Francisco José Contreras, nº5 en la lista de Vox para las elecciones europeas.