Si hay algo que enerva al socialista habitual es que se haga notar la simetría entre los totalitarismos de izquierda y derecha. Dado que el socialismo se sostiene sobre el dogma de su presunta superioridad moral, la equiparación entre los crímenes cometidos en nombre de la raza y los cometidos en nombre de la clase supondría un golpe mortal para la izquierda, una vez demostrada su ineficiencia económica y su hipocresía política. Para la izquierda, sus asesinatos ideológicos han sido, si no justificables, al menos sí comprensibles y disculpables, porque, a diferencia los fascistas de derechas, que son congénitamente malos, los fascistas de izquierdas (Habermas dixit) son por naturaleza buenos y sus fines, sagrados. El fin de la justicia social justificaría los medios más perversos, de modo que la promesa del paraíso valdría más que la certeza de millones de asesinados.
Obsérvese que he usado la expresión "fascistas de izquierda", y es que la asimetría ha contaminado el lenguaje y la dupla fascista-comunista no funciona con la misma intensidad. La izquierda ha conseguido que su terminología y sus símbolos prevalezcan, y crear un complejo de inferioridad en sus antagonistas de la derecha. No hay más que comparar la diferencia con la que se trata a quien levanta el brazo con la palma extendida y a quien alza el puño. O a quien se atreve a cantar el Cara al Sol versus con el que no pone reparos a cantar La Internacional. O la alegría con que se acoge la noticia de que Bildu entra en el Parlamento al tiempo que Javier Maroto, del PP, no. O la astucia con la que han conseguido orwellianamente que la envidia y el resentimiento sean aplaudidos como manifestaciones de la solidaridad y la justicia social a la hora de pagar impuestos (mientras los paguen otros). Por no hablar de las simpatías que levantan asesinos en serie como Che Guevara incluso entre supuestos abuelitos benefactores como José Mújica. O del cómo han conseguido que se silencie que el monstruo político más grande de todos los tiempos fuera socialista. Y no nos referimos a Stalin (que también), sino a Adolf Hitler.
Algo semejante a la negación del socialismo de Hitler ha sucedido respecto a la matización del comunismo de Stalin. Tras largos años de justificación y comprensión, era muy difícil negar que el siniestro dictador georgiano fuese socialista, así que inventaron el sintagma socialismo real para referirse al presunto capitalismo de Estado. Recordemos que, mientras ejercía su Terror, un intelectual comprometido como Bertolt Brecht comentó al también izquierdista pero escandalizado Sidney Hook: cuanto más inocentes sean las víctimas del comunismo soviético, más merecen ser fusiladas. O que Louis Althusser, el gran teórico del marxismo estructuralista francés, reivindicaba como específico de la izquierda, frente a la ideología burguesa de la democracia liberal, el concepto de dictadura del proletariado, que hacía referencia al sistema socialista propiamente dicho.
ABC ha publicado una entrevista que hizo en 1923 Javier Bueno, su corresponsal en Alemania, al que se convertiría en Führer. En ella Hitler se muestra sobrado de lo que era su más señalada característica, la cólera. Como uno de los héroes de Homero, estaba siempre henchido de furia. Bueno lo describe como si fuese un Agamenón redivivo:
Cabeza grande sobre cuello de toro; fuertes maxilares inferiores, ojos azules muy a flor del rostro, que expresan exaltación, violencia, agresividad, ambición, seguridad de dominio.
También bastante idiota, para no desmerecer al rey aqueo. Odia el marxismo pero Bueno advierte de que lo conoce porque "fue socialista". Pero en esto Bueno se equivocaba; no había sido: era entonces y sería por siempre socialista. También erraba al despreciarle por explicarse con ejemplos y no con categorías. Solo de refilón acertó la verdad: Hitler conocía al pueblo y sabía cómo dirigirse a él. También tenía clara su clientela electoral: "Los antiguos oficiales, los estudiantes y los trabajadores que fueron soldados me bastan para mi obra".
Bueno se equivocaba porque, aunque Hitler se había alejado del marxismo internacionalista para abrazar el nacionalismo orgánico, seguía siendo socialista. Cambiar la ideología marxista por la nacionalista es relativamente fácil: se trata de seguir creyendo en una entidad colectiva a la que sacrificar los individuos de carne y hueso –en lugar de la clase social, la nación étnica– y mantener el talante intransigente y dogmático. En una ocasión, Hitler le recriminó a Otto Strasser: "Tu socialismo es marxismo puro y simple". Strasser pertenecía al ala izquierda del Partido Nacional Socialista y no entendía el socialismo no marxista sino nacionalista que pretendía implementar Hitler.
De ahí que no hubiera contradicción ninguna, como pretendía Bueno, entre su ataque al marxismo y su rechazo a la economía de mercado. El socialismo de Hitler se justificaba por el espíritu del pueblo ario en lugar de por el globalismo de la clase proletaria. Por ello era furiosamente anticapitalista, y la única propiedad que contemplaba era la nacional. Si permitía la privada era únicamente por pragmatismo, y sometida a la tutela y el intervencionismo del Estado, bajo la amenaza permanente de la nacionalización. Hitler era socialista pero no totalmente idiota, así que buscó un capitalismo mercantilista controlado por la vanguardia del proletariado ario.
Igualmente socialista era en su defensa de la dictadura revolucionaria. Aunque actualmente los socialistas hayan hecho creer que siempre han defendido la democracia participativa y el sistema constitucional, lo cierto es que su posición respecto a la dictadura fue muy favorable, como muestra el caso del mencionado Althusser o el de Herbert Marcuse, que prefería que los negros en Estados Unidos no tuviesen el derecho al voto si lo iban a usar de manera equivocada (sic)…
Ese Hitler de los años 20 se mostraba contrario la economía de mercado y al sistema de libertades de las democracias constitucionales, que los socialistas despreciaban por "burgués". De nuevo, la voluntad de censura le venía a Hitler de su lado socialista, democrático a fuer de antiliberal. Es característico del socialismo pretender que la tierra y otros recursos considerados básicos no sean organizados por el mercado sino por el Estado. Así como el teatro, el cine, las modas, la prensa… En la película alemana recientemente estrenada La sombra del pasado se hace un relevante retrato de la vida de un artista desde que era pequeño a través de la dictadura estética de nazis y comunistas, pues muestra la equivalencia de sus estéticas realistas de corte socialista, enemigas de la abstracción conceptual y el individualismo artístico.
El socialismo orgánico de Hitler es mejor conocido como fascismo. Un socialismo donde los trabajadores y los empresarios, "iguales en derechos", no se enfrentaran por la lucha de clases, como pretendía el marxista, sino que estuviesen juntos, gracias al Partido Nacionalsocialista, en un sindicato vertical, donde el Estado intervendría en caso de conflicto para imponer la decisión de la voluntad general para conseguir el bien público. Por supuesto, sería Hitler el que interpretase la voluntad general, del mismo modo que Lenin y Stalin lo hacían en el lado del socialismo soviético.
Lo más gracioso, si algo tiene maldita la gracia por lo que respecta al socialismo y sus tendencias totalitarias y homicidas, es que Hitler negaba que los marxistas fuesen socialistas auténticos:
El socialismo es la ciencia de tratar con el bien público. Comunismo no es socialismo. Marxismo no es socialismo. Los marxistas han robado el término y confundido su significado. Yo arrebataré el socialismo a los socialistas… Nuestro socialismo es nacional. Reclamamos el cumplimiento por parte del Estado de las exigencias justas de las clases productivas sobre la base de la solidaridad racial. Para nosotros, Estado y raza son una sola y la misma cosa.
Para nosotros, liberales y demócratas, socialistas marxistas y socialistas nacionalistas, Lenin y Hitler son la cara y la cruz de la misma moneda totalitaria y terrorista. Otegi es la prueba más cercana.