Geométricamente, el centro es una realidad minúscula, incluso virtual, pues carece de dimensiones. Bien es verdad que, en un espacio urbano, el centro corresponde a la parte antigua y monumental; a veces también la más degradada. Pero en un círculo físico el centro es tan inmaterial como un punto. En una carretera el centro viene a ser solo una raya o una mediana entre las dos calzadas. El sujeto circula por su derecha (excepto en los países anglicanos) y los otros conductores vienen por su izquierda. Que conste que las nociones de izquierda o derecha no tienen más explicación física que una metáfora antropomórfica. La izquierda corresponde a la mitad longitudinal del cuerpo humano donde se halla el corazón.
En un espacio político las cosas están también bastante claras: las dos direcciones, la derecha (destaca la libertad) y la izquierda (antepone la igualdad). En buena teoría, el centro resulta tan irreal que se prefiere hablar de centroderecha o centroizquierda, pero entonces volvemos a la metáfora de las dos calzadas y a la insignificancia de la línea divisoria.
Hace cerca de un siglo, en los países de la Europa germánica, el Zentrum equivalía a los partidos o corrientes de carácter conservador o católico en el sentido político. Algo de esa abstracción se mantuvo en nuestra Transición con la Unión de Centro Democrático (UCD). De manera implícita pretendía equidistar entre el origen franquista y el prestigio que había cobrado la manifestación socialista o comunista. La UCD tuvo un gran éxito, pero se consumió en seguida. Es sabido que un grupo político que lleva el marbete de "Unión" o equivalente tarda poco en desmembrarse. A la UCD le sucedió el Partido Popular, antes Alianza Popular. El término popular, en los países latinos, ha sido otra etiqueta para designar a los grupos católicos en política.
Hoy parece bien instalado el Partido Popular, pero el espacio de la derecha lo comparte con Ciudadanos (vagamente liberal o a veces socialdemócrata) y con Vox (una derecha estricta más que "extrema" o "ultra", como la ven de forma interesada los otros políticos). Los populares aspiran a seguir liderando el terreno de la derecha, pero a sí mismos se dicen de centroderecha. No se sabe bien qué significa tal posición. La interpretación más certera es que, en la actual arena política española, la derecha se sigue asimilando a los restos u orígenes franquistas, algo que se percibe como impresentable de manera axiomática. Por tanto, el considerarse como centroderecha es una etiqueta que trata de lavar el posible tinte de la herencia franquista. Es el triunfo de lo que se llama astutamente "memoria histórica". En cuyo caso deja un hueco para que se aposente Vox, como un partido de derecha no acomplejada.
Lo más curioso es que la izquierda tampoco se identifica del todo como tal; prefiere pasar por "progresista" y se comporta como si ante todo tuviera que ser antifranquista, de nuevo para cumplir las exigencias de la "memoria histórica". Un sector de la izquierda se hace llamar Unidas Podemos. Podría ser también Unidos Podamos (del verbo podar, tal es la fragmentación y el personalismo que experimenta, al reproducirse por mitosis en todo tipo de mareas, confluencias y variaciones locales). Además, es su pretensión formal de parecer feminista (por ejemplo, al prescindir del masculino genérico en el lenguaje) una de las causas de su actual decadencia.
La obsesión antifranquista de la izquierda no deja de presentar paradojas. Por ejemplo, a sus gerifaltes se les llena la boca con lo de la "justicia social", una expresión típicamente franquista, derivada de la doctrina social de la Iglesia.