Acaba de morir Marta Harnecker, una devota, sincera y entusiasta activista católica que un día cambió de religión para devenir una devota, sincera y entusiasta activista del marxismo-leninismo. A propósito de Harnecker, eficaz pedagoga capaz de elaborar una vulgata de la nada sencilla cosmovisión marxista para consumo de la gente normal de la calle, se han hecho muchas ironías y sarcasmos en este tiempo nuestro tan cínico y descreído. Aunque la acusación más grave que se ha vertido contra ella es la de no haber vivido como un verdadero comunista. Una crítica, por lo demás, recurrente. Así, es sabido que a los Iglesias-Montero les sucede lo mismo que a Óscar Wilde, quien en su último trance agónico pronunció aquella sentencia luego célebre: "Muero como he vivido, por encima de mis posibilidades". Y sin embargo, cuando los publicistas de la derecha se ensañan una y otra vez con su póliza hipotecaria quienes salen perjudicados del bombardeo son solo ellos, los Iglesias-Montero en tanto que muy imprudente sociedad de gananciales, no la imprecisa quimera que postula la fuerza política que su matrimonio de hecho encabeza. Algo que también ocurre con las élites cleptómanas de Venezuela o con esos pequeños restos marginales del socialismo real que están logrado sobrevivir durante algún tiempo al derrumbe de la Unión Soviética. Pues del mismo modo que la conducta criminal de la familia Borgia pudo desprestigiar al papado romano pero no a la creencia metafísica que conformó Pablo de Tarso hace dos mil años, el proceder hipócrita de las nomenklaturas comunistas desacreditó el comunismo realmente existente y a los líderes comunistas realmente existentes, pero no el ideal utópico comunista.
A ese respecto, resulta significativo que la crítica habitual de la derecha coincida en el fondo con la que hace la extrema izquierda contemporánea a cuenta de aquel mismo pasado. Ambas acusan a los comunistas en el poder de haberse corrompido, de no haber sido fieles a los principios comunistas. Y de ahí la importancia de comprobar si los regímenes comunistas fueron en su día realmente igualitarios o no. ¿Traicionaron los comunistas en el gobierno el supremo ideal filosófico comunista, el de la igualdad, o por el contrario fueron grosso modo fieles a él? Transcurridos 30 años ya desde la desaparición efectiva del comunismo, disponemos de la información estadística que nos permite aclarar esa cuestión. Y la respuesta es que sí, que los regímenes comunistas fueron realmente igualitarios. Con la consabida salvedad, huelga decirlo, de los privilegios materiales de la minoría dirigente del partido. He ahí, por lo demás, la gran paradoja histórica: el comunismo fracasó no por haber traicionado sus principios sino por todo lo contrario, haber sido coherente en lo fundamental con ellos. Bajo el comunismo, y en todo lo que sigue voy a plagiar con algún descaro a Branko Milanovic, el índice de Gini, que es el indicador que usan los economistas para medir la desigualdad, señalaba que esas sociedades eran un 25% más igualitarias que los países capitalistas regidos tradicionalmente por la socialdemocracia, a su vez los más igualitarios entre los que compartían economías de mercado.
¿Cómo consiguieron alcanzar los Estados comunistas ese nivel tan alto de igualdad en sus respectivas sociedades? Pues por cuatro vías. Gracias, primero, a la nacionalización de los medios de producción. Merced al pleno empleo garantizado por el Estado, que proveía de pequeños sueldos a muchos que de otro modo no habrían ingresado nada. Con la enseñanza universal y gratuita que se combinaba con una estricta legislación que limitaba las diferencias salariales entre los trabajos intelectuales y los manuales. Y, por último, con una red de subsidios y transferencias sociales que recibía prácticamente todo el mundo. El socialismo real, pues, era en verdad igualitario. Y ese fue el gran problema. Porque la igualdad socialista eliminó de modo radical todos los incentivos para trabajar más o para formarse más en materias de utilidad práctica. ¿Para qué trabajar duro, o para qué trabajar a secas, si con ello no se iba a lograr ningún beneficio personal? Los países comunistas, en sus casi setenta años de existencia, fueron incapaces de crear una sola marca de consumo. Ni una. No hubo nunca una lavadora comunista, un secador de pelo comunista, un bolígrafo comunista, un perfume comunista o un cortacésped comunista. No hubo nada comunista salvo el Ejército Rojo. La Revolución de Octubre fue un gran experimento histórico que sirvió para demostrar que la igualdad era posible. Y que, siendo posible, a largo plazo no conducía a nada muy distinto del estancamiento y la pobreza generalizada. Descanse en paz la creyente Marta Harnecker.