Era febrero, Juan Guaidó acababa de proclamarse presidente legítimo de Venezuela y muchos veíamos inminente el regreso de la libertad a la castigada nación hermana. Una formidable constelación de estrellas hispanas se reunía en la parte colombiana de la frontera. Habían acudido a cantar por la causa, en la víspera de aquella fracasada ofensiva humanitaria que había de tumbar al régimen forzando la entrada de medicinas y comida.
Una ilustre política de la izquierda democrática hispanoamericana que no estaba allí se convirtió sin querer en una de las protagonistas del concierto. Unos meses atrás, Michelle Bachelet había sido elegida Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU. Lo que ocurre en Venezuela es una de las peores catástrofes que se recuerdan en tiempos de paz, y el sarao de la frontera era un clamor para que la expresidenta chilena viajara al país a levantar acta de los abusos con que Maduro castiga a los venezolanos.
El más gráfico fue Miguel Bosé:
Michelle Bachelet: ven aquí, mueve tus nalgas y hazte valer por la autoridad que tienes. O si no, para esto no sirves, ¡fuera!
Bachelet es de izquierda y cobra de una organización propensa al agasajo del sátrapa como es la ONU. Además ha mostrado repetidamente su aprecio por la dictadura castrista que está detrás del proyecto de terror chavista en Venezuela. Probablemente nunca fuera a Venezuela. Y, aunque fuera, bien podía esperarse que saliera del paso con una evaluación complaciente de la tiranía roja de Caracas.
Finalmente, Bachelet movió sus nalgas. Cuando en junio visitó Caracas, una misión de investigación sobre el terreno ya se había desplazado a Venezuela para conocer de primera mano la situación de los derechos humanos allí. A principios de este mes, la política socialdemócrata chilena presentó al mundo su informe.
Construido sobre 558 entrevistas con víctimas y testigos de los atropellos, el documento abarca el período que va de enero de 2018 a mayo de 2019. Es una evaluación completa, rigurosa y demoledora del horror chavista, que refleja la tragedia también en su dimensión económica y social y ofrece estructura y aval institucional a las denuncias mil veces formuladas por millones de venezolanos, los medios de comunicación y las ONGs que aún trabajan para documentar la guerra del Estado comunista contra el venezolano.
Que el aval venga impulsado por Bachelet y con unas siglas desacreditadas como las de la ONU es más una ventaja que un problema, pues el conocido sesgo izquierdista y antioccidental del que suele hacer gala la institución conjura cualquier sospecha sobre la intención política de la información que se presenta.
Permitiéndose la deferencia de tomar la tasa de cambio ficticia que insiste en imponer Maduro, el Informe Bachelet muestra cómo el sueldo mínimo en el país era de 7 dólares al mes en abril, con lo que los venezolanos solo pueden comprar la comida que necesitan para cuatro días del mes.
Contra lo que manifestado por Errejón, muchos venezolanos dicen estar comiendo una o como máximo dos veces al día, y las mujeres pasan una media de diez horas al día en una cola para conseguir alimentos.
Las políticas económicas de Chávez y Maduro, prosigue el informe, son responsables de la destrucción del sistema de producción y distribución que ha llevado a esta situación, y de que al menos 3,7 millones de venezolanos, sobre todo niños y mujeres embarazadas, estén desnutridos.
Estas políticas han disparado el número de personas que dependen del Estado para comer. El Estado priva de ingresos o alimentos vitales para su supervivencia a aquellos que dan muestras de disconformidad con el Gobierno.
La degradación de los servicios e infraestructuras públicas también golpean cada día al venezolano, que no tiene acceso a buena parte de los medicamentos y vuelve a poder contraer enfermedades que se consideraban erradicadas como la difteria.
La falta de suministros en los hospitales mató a 1.557 personas entre noviembre de 2018 y febrero de este año, y 40 personas murieron en marzo durante los cortes de luz que sufrió el país.
Todas estas crisis ya existían antes de que Estados Unidos aplicara sanciones contra Venezuela, donde la persecución de periodistas y el cierre de medios ha comprometido la libertad de prensa y las instituciones democráticas han sido desmanteladas.
La acción combinada de las fuerzas de seguridad y los colectivos son responsables de la muerte de 66 personas que participaban en protestas entre enero y mayo de 2019, cuando se contabilizaron 793 presos políticos en Venezuela.
No sin motivo, las Fuerzas de Acciones Especiales de la policía son percibidas como un escuadrón de la muerte del régimen. Al menos 6 jóvenes fueron ejecutados durante redadas ilegales en sus casas por su participación en manifestaciones contra el gobierno en el período cubierto por los investigadores.
Los ejecutores manipularon el lugar del crimen para atribuir las muertes a una confrontación armada, aunque no fuera estrictamente necesario con una Justicia subordinada desde hace mucho a Maduro como la venezolana.
La debacle a la que la revolución ha abocado al país ha provocado la emigración de 4 millones de personas pese a los obstáculos y chantajes que el Estado impone a la hora de obtener pasaportes o cruzar las fronteras legalmente.
Asumiendo un informe como este, Bachelet toma respecto a Venezuela la posición inequívoca que han evitado hasta ahora santones de la izquierda mundial como el papa Francisco o el nuevo jefe de la diplomacia europea, nuestro hombre en Abengoa, Josep Borrell.
Que Bachelet ha hecho lo correcto lo demuestra la virulencia con que el mayor responsable vivo de esta tragedia ha respondido al informe. Sediento de líderes internacionales que aún quieran salir en la tele con él, Maduro recibió a Bachelet en Caracas en junio. "Creo que ha sido una buena visita", dijo el líder de la revolución venezolana tras reunirse con la expresidenta de Chile, a quien en señal de respeto llamó repetidamente "doctora".
Maduro esperaba que la afinidad ideológica le salvara una vez más de una evaluación justa, pero Bachelet le falló y acabó siendo implacable. Enfurecido por la traición, Maduro acabó llamando "la Bachelet" a la ilustre doctora, en una rueda de prensa menos apacible el 9 de julio en que la acusó de someterse al guión de Trump pergeñando un informe lleno de mentiras y manipulaciones.
"La Bachelet" fue repudiada en la calle el pasado fin de semana por cientos de chavistas que la llamaron vendida con pancartas como la que mostraba su rostro junto al mensaje "Una mentira del imperio".
De exasperar a un artista como Miguel Bosé, respetado porque a la gente le gustan sus canciones, Bachelet ha pasado a ser objeto de la ira de un dictador que todo se lo debe a la violencia y la destrucción que le espera a quien se le opone. Hay que felicitarla por ello.