Después de ser acusado de acoso sexual por nueve mujeres, Plácido Domingo no solo no ha cancelado las actuaciones que tenía programadas. En el primer espectáculo que protagonizaba, celebrado en la ciudad austríaca de Salzburgo, el tenor recibió una larguísima ovación del público, que dejó claro, puesto en pie, su respaldo al divo.
Después del acto de desagravio en una de las capitales europeas de la ópera, Plácido Domingo cantó el miércoles en la ciudad húngara de Szeged. Allí inauguró un polideportivo construido por la diócesis católica de Szeged-Csanád, que pese a todo el ruido había mantenido su invitación al cantante.
Estas dos muestras de apoyo desde Centroeuropa vienen después de que el Teatro Real de Madrid le reiterara "a Plácido Domingo su admiración y reconocimiento grandes por todo lo que representa su extraordinaria carrera" en España, en el mundo y en el mismo Teatro Real.
"El Teatro Real también considera que las acusaciones que se viertan sobre este tipo de comportamientos, dadas sus consecuencias, tienen que estar fundadas, y ser probadas en las instancias que corresponda", añadía el comunicado de la institución, que también confirmó al tenor como una de sus estrellas para la próxima temporada.
Más allá de la veracidad de las denuncias, que es prácticamente imposible de determinar décadas después de unos supuestos hechos por lo demás ambiguos, la reacción del mundo de la ópera europeo es un valioso ejemplo de rebeldía ante la aparente omnipotencia de una opinión pública implacable abonada a la sospecha sobre todo el que destaca.
Con su actitud firme e inequívoca, el Festival de Salzburgo, la diócesis de Szeged-Csanád y el Teatro Real muestran que es posible no someterse a la presión de los nuevos clérigos de la superioridad moral, y que siempre hay margen para negarse a ser parte de la turba que lapida a sus condenados.
Rompiendo ese círculo ya casi inevitable en el que alguien desde la izquierda cultural señala, la prensa dispara y las empresas e instituciones dan la puntilla con un boicot despiadado, quienes han arropado a Plácido se desmarcan de la crueldad calvinista con que se castiga en nuestro tiempo al que ha pecado.
Hay una escena de 1992 en la que Berlusconi se niega a renegar de su mentor, el político caído en desgracia por corrupto Bettino Craxi. Nadie ha demostrado hasta ahora que Plácido Domingo sea un corrupto o un depredador sexual, pero, además de ser un acto de valentía, la respuesta de la lírica europea a las denuncias representa algo parecido a la prueba de amistad de Berlusconi hacia Craxi.
Más que reivindicar la inocencia del cantante, el público de Salzburgo que le aplaudió durante minutos se negaba a participar en un juicio para el que no tenía información suficiente, jurisdicción ni el menor interés en ser jurado.
La gratitud y el afecto por tantos ratos de alegría y belleza se imponían así a esa baja pulsión humana de escrutar y condenar al prójimo, que en nuestros días ha sido elevada a virtud cívica y sinónimo de perspicacia por quienes ridiculizan el entusiasmo, ven credulidad en la confianza y consideran sumisión la lealtad.