Los recientes sucesos protagonizados por la organización española no gubernamental Proactiva Open Arms ofrecen una magnífica oportunidad para establecer paralelismos, pero también diferencias, en relación a una institución ocho veces centenaria: la Orden de la Merced, fundada por el mercader Pedro Nolasco después de que, durante la madrugada del 2 de agosto de 1218, la Virgen se le apareciera en sueños solicitándole que dedicara sus esfuerzos a la redención de cautivos. De cautivos cristianos en manos musulmanas, se entiende.
"En voluntad de mi Santísimo Hijo y Mía fundes en el mundo una Orden que en mi honor deberá llamarse Orden de la Virgen María de la Merced de la Redención de Cautivos". Este fue, al parecer, el contenido de aquella onírica mariofonía que no privó a Nolasco de detalles como los relacionados con la vestimenta y los símbolos que debían cubrir a sus miembros:
El hábito será blanco en honor a mi pureza, en el pecho llevará una cruz roja en recuerdo de mi Hijo y el escudo del Rey al que sirves.
Solícito ante tan prodigiosa petición, el 10 de agosto del mismo año Pedro Nolasco fundó en Barcelona la Orden de la Merced, arropado por Jaime I de Aragón y el obispo de la ciudad, Berenguer de Palou. Años después, el 17 de enero de 1235, el papa Gregorio IX otorgó carácter universal a una orden que hasta finales del siglo XVIII redimió a más de 60.000 cristianos, cifra similar a la que se atribuye la organización liderada por Óscar Camps. Hoy, la Orden de la Merced se estructura en provincias, vicarías y delegaciones, y tiene presencia en cuatro continentes y 22 naciones, la mayoría de ellas pertenecientes al orbe ibérico. En lo que se refiere a España, los mercedarios se dividen en dos provincias: Aragón, con sede en Barcelona, y Castilla, que tiene sus oficinas en Madrid.
Casi ocho siglos después de la puesta en marcha de la piadosa iniciativa de Nolasco, Óscar Camps, al que no hay noticias de que se le haya aparecido la Virgen, pero sí se sabe que ha sido recibido por el Papa, fundó su organización no gubernamental, que, como todas las de su especie, dependen del amparo de Gobiernos capaces de resolver aquellas situaciones en las cuales la presencia de actores o deportistas es insuficiente, por más que estos participen en una ficción según la cual a la palabra migrante se le atribuye la taumatúrgica virtud de hacer borrar esas incómodas líneas trazadas sobre los mapas llamadas fronteras.
Reconstruidos de tan morosa forma los orígenes de la Orden y de la ONG, surgen de inmediato las similitudes: ambas operan en el Mediterráneo y transportan personas desde el Magreb a Europa. De manera simultánea, aparecen notables diferencias. Quienes redimieron durante siglos lo hacían sobre aquellos cristianos que eran capturados, fundamentalmente, en los bordes costeros peninsulares, en los cuales todavía se yerguen torres desde las que se vigilaba la siempre temible llegada de piratas, dispuestos a hacer razias para surtirse de esclavos. El viaje, cuando las condiciones lo permitían, era de ida y vuelta, a diferencia de los protagonizados por el remolcador de Proactiva Open Arms, en cuya cubierta se han hacinado personas que trataban de dejar atrás un continente en el cual el cristianismo, a pesar de la larga presencia colonial de países como Francia, no arraigó con profundidad. No había en los transportados por Camps intención alguna de regresar al continente africano, sino tan sólo la búsqueda de unas mejores condiciones de vida que tendrá consecuencias –religiosas, económicas, demográficas– en las naciones a las que han llegado estos viajeros denominados "migrantes" con el propósito de desposeerlos de atributos políticos.
Llama, no obstante, la atención un factor que distorsiona la atmósfera eticista que caracteriza las acciones protagonizadas por Camps: su empeño en dirigir la quilla de su barco hacia las costas italianas, es decir, allí donde operaba Matteo Salvini. En efecto, antes de que el Gobierno español, que tan receptiva y mediáticamente se mostró en el caso del Aquarius, decidiera enviar un barco de la Armada, el Audaz, para traer a España a 15 de los rescatados, la derrota de la nave de Camps tenía mucho de señalatorio. No era, en definitiva, la búsqueda de un puerto seguro lo único que condicionaba el rumbo del Open Arms. Sea como fuere, la crisis, una más de las muchas que vendrán, ha evidenciado lo errático de la política española respecto a un problema que obliga a deslindar con claridad la esfera ética de la política, distinción que no están dispuestos a realizar aquellos que, bien por impotencia bien por hipocresía, prefieren adoptar un perfil suave que encubre una desagradable realidad de la cual forman parte mafias, piratas y negreros.