¿Y si el planeta se estuviera calentando?
La lección del pasado es que la fase actual del calentamiento telúrico no tiene que significar una catástrofe 'global' ni nada parecido.
El asunto es todavía polémico y difuso. Se encuentran defensores y detractores, ambos apasionados, de la tesis del calentamiento de la Tierra. Vamos a cuentas. Solo disponemos de registros seculares de la temperatura para Europa, muchos de ellos indiciarios. A través de tales observaciones podemos presumir que, en la prehistoria, hace unos 50.000 años, hubo una fase cálida que siguió a una severa glaciación. Durante unos miles de años floreció la gran revolución llamada neolítica. Un resto eminente lo tenemos en las pinturas rupestres del sur de Francia y del norte de la Península Ibérica. Siguió otra glaciación que se agudizó en los finales del Imperio Romano. Durante la Edad Media el espacio europeo volvió a experimentar una fase cálida que duró varios siglos, que culminó con el Renacimiento y la constitución de los Estados. Al llegar el siglo XVII se presentó una pequeña glaciación, de la que ya hay constancia histórica. Al final de la cual comenzó lentamente un nuevo periodo de calentamiento, cuyo ápice se detecta ahora con gran precisión. Pero, como puede verse, poco tiene que ver con la actividad humana de la industria y de la vida urbana, a pesar de lo que diga la literatura dominante. Las medidas políticas actuales consideradas como ecológicas son inocuas para detener las oscilaciones seculares de la temperatura de la Tierra.
La lección del pasado es que la fase actual del calentamiento telúrico no tiene que significar una catástrofe global ni nada parecido. Cierto es que, si persiste el calentamiento de Gea durante una generación (unos 30 años), ascenderá sustancialmente el nivel de los mares. La consecuencia no deseada será la desaparición de algunos archipiélagos de tierra llana (las Bermudas o las Maldivas, por ejemplo) y ciertos terrenos continentales, como Dinamarca. Pero, como compensación, algunos territorios hoy desérticos (Siberia, Groenlandia, Laponia, el norte de Canadá, Patagonia) se convertirán en zonas templadas y feraces, susceptibles de recibir grandes masas de población.
El calentamiento de la madre Tierra significa el progresivo derretimiento de los glaciares y el aumento de la cantidad de lluvia. No se entiende por qué esas nuevas condiciones van a ser necesariamente nefastas, como aseguran los ecologistas de casi todos los partidos. Sí habrá que prepararse para la ampliación de las zonas con un clima tropical. No estaría de más que la humanidad sometida a tales condiciones aprendiera a vivir sin aire acondicionado u otras amenidades que derrochan energía y aceleran el proceso entrópico (más calor).
Qué estúpidos son esos nuevos sintagmas de cambio climático, emergencia climática o transición ecológica, a los que se dedican suculentas partidas de los presupuestos públicos. El clima de la Tierra es algo siempre cambiante por su naturaleza. Alarmarse ante un hecho tan natural sería como aterrorizarse de que las noches sucedan a los días o una estación del año a la otra. Lo realmente grave es que el ulterior calentamiento del planeta permitirá la proliferación de muchos parásitos para el hombre y, por tanto, la extensión de ciertas enfermedades infecciosas. Es posible que renazca la única que habíamos logrado erradicar: la viruela. Pero esto no parece preocupar a los ecologistas de casi todos los partidos, masa gregaria y obtusa.
Sobre todas estas cuestiones convendría que se entablaran conversaciones desapasionadas y científicas. Sería todo lo contrario de la histeria colectiva que ha logrado la tal Greta Thunberg (y sus avispados padres), una especie de reencarnación de Juana de Arco sin espiritualidad y con apoyo de ciertas empresas multinacionales. Hay que suponer que la patética niña sueca es una víctima del síndrome de Asperger, una variante del autismo que se caracteriza, entre otros síntomas autistas, por el odio hacia el género humano.
Lo que no se puede pedir es que la bola del mundo se pare para que nos bajemos suavemente. Nada en el Universo está quieto. La quietud supondría alcanzar la temperatura de -273º grados centígrados, nunca registrada fuera del laboratorio. Todo se altera a lo largo del tiempo. Incluso la familiar Estrella Polar no se encuentra tan fija sobre la perpendicular del Polo Norte, como creían nuestros antepasados. Tampoco el Polo Norte es un punto fijo, sino una zona de puntos próximos que se mueven según los años.
Mientras tanto, los jerarcas de todo el mundo seguirán reuniéndose a mesa mantel, derrochando el dinero público, para convencernos de que el cambio climático es algo así como las siete plagas de Egipto a escala universal. Qué idiotas somos. Aterrorizar a la gente ha sido siempre el recurso para que se mantenga en el poder una estirpe de privilegiados.
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