Vengo de pasar unos días en el pueblo de Sfantul Gheorghe, San Jorge en rumano. Situada en el Delta del Danubio, esta localidad ha vivido de la pesca del esturión y otras especies de valor desde el siglo XVIII, cuando grupos de ucranianos se establecieron en la zona aledaña al Mar Negro tras huir de la represión de la emperatriz rusa Catalina II.
Organizados en brigadas y con técnicas de pesca tradicionales desconocidas hasta entonces en la parte rumana del delta, estos refugiados hicieron del esturión de sus valiosas huevas, más conocidas como caviar, el centro de la vida económica de este lugar aislado por el agua del gran río europeo.
Estos pescadores tradicionales sobrevivieron al comunismo trabajando para la empresa estatal. Obsesionado con pagar toda la deuda externa para lograr la soberanía de Rumanía, el nacional-comunista Ceausescu redobló la extracción de esturión para exportarlo masivamente a Irán a cambio de preciadas divisas.
Muchos en Sfantul Gheorghe añoran aquella época de rigores y certezas económicas, si bien precarias. "No ganábamos mucho, pero sabíamos podíamos vivir", dice un anciano pescador mientras pasea por las desoladas calles del pueblo.
Los más viejos del lugar también recuerdan con nostalgia y cierto idealismo el respeto por los científicos del tiempo del comunismo, y alaban los programas de repoblación con que aseguran que Ceausescu compensaba la pesca masiva, espoleada por la introducción de redes y otros métodos alternativos a la pesca con ganchos que trajeron los ucranianos.
El paso al capitalismo en 1989 no trajo para nadie la prosperidad esperada. Por un lado, porque lo que vino no era exactamente capitalismo o libertad de mercado. La empresa estatal que centralizaba el esturión obtenido desapareció en 1991 y los pescadores fueron obligados a hacerse autónomos.
Ahora debían pagar impuestos prácticamente inasumibles al Estado, renovar sus instrumentos de pesca de su bolsillo y correr con el riesgo de la actividad por su cuenta. Estos inconvenientes propios de la vida del autónomo podrían haberse visto compensadas por mayores ganancias, si no fuera porque los pescadores que ahora salían al mar por su cuenta seguían obligados a vender el esturión y sus huevas y el resto del pescado a los precios fijados por las autoridades en la lonja.
El mayor revés para los pescadores, sin embargo, vino en 2006. Ante la insistente presión ecologista y la inminente entrada a la Unión Europea (Rumanía ingresó en 2007), las autoridades rumanas decretaron una prohibición total de la pesca del esturión que han ido renovando hasta ahora sin ofrecer a los pescadores ninguna alternativa viable.
La prohibición vino acompañada de draconianas restricciones en la pesca de otras especies y a cualquier manipulación en el paisaje de la llamada Reserva del Delta del Danubio, un espacio protegido concebido para salvar a los animales y las plantas del delta que en la opinión de algunos está haciendo la vida imposible a las personas que viven en el delta.
"Sin autorización no se puede ni limpiar la maleza para poder pasar con las barcas", dice un joven pescador, que tiene que dedicarse también al turismo para poder sobrevivir en el delta. El joven recuerda el caso de un empresario de la zona que desbrozó por su cuenta uno de los canales artificiales construidos para facilitar el acceso a las localidades del delta y tuvo que pagar una multa enorme por manipular un espacio protegido sin permiso.
Ecologistas como los de la asociación Salvad el Delta gozan de pocas simpatías en sitios como Sfantul Gheorghe, donde los vecinos tienen la sensación de estar siendo sacrificados para que domingueros de Bucarest y otras ciudades puedan venir en verano a disfrutar de unos días de playa y asueto en medio de un ecosistema rico e inalterado.
"Un político desde Bucarest o Bruselas asesorado por un ecologista de ciudad que nunca ha visto un esturión me está diciendo a mí qué tengo que hacer para conservar mi casa", se queja un veterano de la industria pesquera ahora jubilado.
Además de comprometer la principal fuente de ingresos de la zona, la prohibición no está logrando aumentar la población de esturión de la zona, dicen los expertos. Por una parte, países vecinos y con acceso al Mar Negro como Ucrania y Turquía han seguido pescando el esturión que Rumanía y Bulgaria renunciaban a comercializar para quedar bien con Bruselas. Por otra, los tímidos intentos de repoblación no han surtido efecto y, como es inevitable en situaciones así, el esturión sigue pescándose de forma ilegal.
La mayoría en Sfantul Gheorghe aboga por una solución de compromiso que reactive la pesca y dé a los propios pescadores la responsabilidad de repoblar y conservar la población existente. Nadie como los pescadores que viven del delta protegerán el delta y sus especies, dicen estas voces, y apuestan por dar a los propios vecinos los recursos y el poder del que gozan los siete cuerpos del Estado destinados a controlar a los pescadores locales en la zona.
Cuando cae la tarde en Sfantul Gheorghe los pescadores llegan con sus barcas y acuden a reunirse a la taberna del centro. El alcohol, dicen los más viejos, ha sido una forma de resistir a la dureza de la vida en el mar desde los tiempos en que el caviar se cambiaba por una botella de aguardiente y se comía a cucharadas en las casas del delta. Ahora sirve también para soportar mejor el paro y las pocas perspectivas que les ofrece el régimen de prohibición de la reserva natural del delta.
Una mañana de octubre en Sfantul Gheorghe el catamarán que une el pueblo con la ciudad de Tulcea trae a un grupo de turistas jubilados de Francia. Con las manos detrás y el paso mortecino del ocioso sin propósitos pasean por el pueblo y miran a los habitantes como a estatuas de un museo.
Del museo en que políticos y ecologistas quieren convertir a pueblos como Sfantul Gheorghe, en nombre de una idea posmoderna de la naturaleza ahistórica e idealizada en que el hombre solo existe como espectador o figurante en el teatro de autenticidad que se monta para el turista.