La rebelión de los catalanistas
Cataluña ha sido siempre la tierra del exceso, la violencia, el odio.
Antes se decían "nacionalistas" y últimamente "independentistas". Es igual, los catalanistas son siempre los mismos, unos mediocres resentidos, incapaces de desprenderse de su barretina provinciana. Constituyen, además, una suerte de renegados, puesto que no podrán dejar de ser españoles, pero odian a España. Aducen un ilusorio derecho de autodeterminación, como si Cataluña fuera una colonia de España. Más bien se puede decir que los dirigentes de la Cataluña contemporánea han venido explotando de diversas formas al resto de España.
Todo lo catalán resulta fantasioso, como suponer que Cataluña es la cuna del sentido común, la mesura (seny). La realidad es más bien la contraria. Cataluña ha sido siempre la tierra del exceso, la violencia, el odio. La locura de La Semana Trágica hace 110 años se acaba de replicar ahora, de forma teatrera, con la rebelión callejera en favor de los que llaman "presos políticos". Estos son los que hace dos años declararon por su cuenta la independencia de Cataluña, disposición que mantienen casi todos los catalanes bien situados en el poder regional. Los "presos políticos" lo son sin una pizca de arrepentimiento.
Otra paradoja no menos divertida. Las mismas fuerzas catalanistas que se proponen acaudillar la independencia de su tierra son las que podrían dar al PSOE la mayoría necesaria para formar Gobierno de España. Así se entiende la sempiterna ambigüedad de los socialistas catalanes.
La marcha hacia la independencia de Cataluña significa una vergüenza para España y para la Unión Europea.
Durante muchos lustros el catalanismo ha practicado la miserable política de inmersión lingüística (qué expresión tan desgraciada) en la enseñanza y el control autoritario de los medios de comunicación. Cierto es también que los Gobiernos de España han sido muy cobardes y les han dejado hacer todas esas tropelías, pero no por eso dejan de ser menos inmorales.
El catalanismo se desmadra ahora mismo en una coyuntura que significa la latente decadencia económica de Cataluña, mucho más pronunciada que la del conjunto español o, si se quiere, europeo. Aunque solo fuera por tal contexto, una hipotética independencia de Cataluña sería en estos momentos una verdadera ruina para su población. Solo beneficiaría a su clase dirigente, notoriamente corrupta, incluso dentro de la general corrupción política que reina en España.
Pero, sobre todo, la marcha hacia la independencia de Cataluña significa una vergüenza para España y para la Unión Europea. De momento, continúa siendo la pesadilla de los españoles, no solo del grueso de los honrados catalanes. La prueba es que las noticias sobre Cataluña siguen ocupando la primera plana de los periódicos españoles desde hace decenios. La última es la noticia de que Barcelona ostenta la miserable primicia de ser la capital europea donde se consumen más drogas alucinógenas. A lo mejor así se explica la peculiaridad de los sucesos callejeros de lo que llamó ciudad condal, una "ciudad quemada" en varios sentidos.
Cabe la esperanza del movimiento Sociedad Civil Catalana, opuesto en principio al independentismo. Sin embargo, se sospecha que pueda ser cooptado por las fuerzas catalanistas, que son las que realmente mandan en el principado. Lo pueden hacer a través de la charnela de los llamados "socialistas catalanes". Estos son todavía más mediocres.
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