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Marcel Gascón Barberá

Sudáfrica: el liberalismo, en el diván

La DA se enfrenta a semanas extremadamente delicadas que decidirán el futuro de la gran institución del admirable liberalismo en Sudáfrica.

La DA se enfrenta a semanas extremadamente delicadas que decidirán el futuro de la gran institución del admirable liberalismo en Sudáfrica.
La líder de DA, Helen Zille | Cordon Press

La reflexión intelectual es una especie rara en política. Los políticos cambian de eslóganes y de colores como de calcetines. Pero es casi imposible que un político se detenga y piense. Que en las encrucijadas que se le presentan examine con honradez lo que propone y se retire a comprender por qué ha perdido votos o si se ha traicionado.

Por eso es digno de contar lo que ha hecho estos días en Sudáfrica la Alianza Democrática, DA en sus siglas en inglés. El principal partido de oposición del país austral salió particularmente mal parado de las elecciones generales del 8 de mayo. Pese a que el Congreso Nacional Africano, ANC, vio menguar su tradicional mayoría absoluta hasta bajar por primera vez de la marca simbólica del 60 por ciento, la DA no materializó el descontento.

También por primera vez desde que Sudáfrica reconociera el derecho al voto a los negros en 1994, la DA no logró continuar el crecimiento ininterrumpido que había experimentado desde entonces. De ganar un 22,2 por ciento en las elecciones de 2014, la DA tuvo que conformarse con un 20,7 por ciento en mayo de este año, un duro revés para un partido que necesita seguir creciendo para ser la alternativa sólida y centrada al ANC que Sudáfrica necesita.

Antes de entrar en el análisis de estos resultados es necesario explicar qué es y de dónde viene la DA. El partido azul tiene sus orígenes en la oposición parlamentaria al apartheid. Eran los años 50 y un grupo de sudafricanos blancos jóvenes disconformes con la complacencia ante el racismo institucionalizado del Partido Unido que representaba a los sudafricanos de habla inglesa frente a los nacionalistas afrikáners y crearon el Partido Progresista.

Desde entonces, y hasta que el parlamento dejó de ser exclusivamente blanco, los llamados progs y sus sucesivas marcas denunciaron, desde la misma plataforma que se les negaba a los negros y otras minorías no blancas, la injusticia de privar del voto y otros derechos básicos a la mayoría de la población. Arropados por las clases medias blancas anglófonas y a menudo judías que les votaban, sus líderes –también judíos muchos de ellos– se erigieron por méritos propios en herederos únicos de una tradición liberal sudafricana de honda raigambre británica que muchos habían aparcado por lo rentable que salía explotar al negro.

La autodisolución del apartheid –avalada en referéndum por la población blanca– abrió una nueva era política. Consciente de lo insostenible del segregacionismo, la Sudáfrica blanca aceptaba un futuro democrático en el que necesitaría del Estado de Derecho para mantener a raya al mayoritarismo negro. Y nadie había defendido eso tanto como los progs.

Desaparecido el Partido Nacional afrikáner que había gobernado durante la segregación, los progs se convertían en el partido preferido de la mayoría de blancos. Con buena parte de este voto asegurado, y la creciente simpatía de minorías avasalladas por el nacionalismo como la india y la coloured, lo que sería después la DA se lanzó a la conquista del electorado negro, que representa un 80 por ciento del total y sin el que nadie puede gobernar Sudáfrica en democracia.

El reto era mayúsculo, y presentaba una tentación: adoptar, aunque en una forma más light, el identitarismo del ANC para conjurar la desconfianza de la población negra hacia un partido de blancos urbanos y educados a los que sus rivales podían acusar fácilmente de reaccionarios.

Aunque sin renunciar a su discurso liberal de siempre, es lo que hizo la jefa de la DA, Helen Zille, cuando en 2015 propulsó al liderazgo al joven Mmusi Maimane, un joven pastor negro más hostil a Zuma que a la manera de ver el mundo del ANC que acababa de afiliarse al partido azul. La tendencia de Maimane y sus correligionarios en el partido al identitarismo de moda en Sudáfrica pronto provocó encontronazos con Zille y quienes, como ella, se negaban a haber dejado atrás el apartheid para abrazar otro chovinismo racial de signo contrario.

Mientras los líderes blancos –y algunos negros– que rechazaban la raza como argumento político perdían peso en el partido y Zille era suspendida por un tuit de puro sentido común en el que consideraba positivos algunos aspectos del liberalismo, la DA seguía su trayectoria ascendente movilizando a sus electores contra el antidemocrático y megacorrupto ANC de Zuma.

Por primera vez en la historia, el partido de Mandela perdía en 2016 la mayoría absoluta en Johannesburgo, Pretoria y Port Elizabeth. La DA ya gobernaba desde finales de los 2000 en Ciudad del Cabo y la provincia del Cabo Occidental, una plaza más propicia para el partido al ser la única del país donde la población negra no es mayoría (en El Cabo, los coloured son el primer grupo racial). La DA entró a gobernar también en Johannesburgo, Pretoria y Port Elizabeth, en este caso junto a los etno-comunistas del EFF, en una serie de coaliciones tormentosas y contranatura cuyo precio se está revelando altísimo para los socios mayoritarios liberales.

La euforia de gobernar estas metrópolis se desvaneció pronto, y los problemas de la DA se volvieron especialmente evidentes cuando el propio ANC, liderado tras su congreso de diciembre 2017 por el más decente Cyril Ramaphosa, forzó a Zuma a dimitir de la presidencia en febrero de 2018. Maimane y su partido se quedaban sin la diana que tan bien les había ido para ir tirando sin afrontar sus contradicciones internas. En su campaña de demonización de Zuma, Maimane había aceptado la nobleza y el heroísmo que se le reconocen al ANC en el discurso hegemónico en Sudáfrica. Si el ANC había sido hasta Zuma una fuerza histórica positiva y moralmente superior por haber guiado hasta la liberación a la Sudáfrica negra, ¿por qué votar a la DA si ya no estaba Zuma?

Los nubarrones en la oposición liberal comenzaron a agitarse cuando se acercaban las generales de 2019. Con la sociedad civil encandilada por el supuesto reformismo del ANC post Zuma, el de Ramaphosa, Maimane dio un volantazo crucial en la dirección ideológica de su partido cuando decidió incluir en su programa el apoyo a las políticas de discriminación positiva del ANC para los negros, a las que su partido se había opuesto hasta entonces. Sus referencias al mantra del "privilegio blanco" y la virulencia precipitada con que él mismo y otros miembros de la DA condenaron a sudafricanos blancos acusados sin pruebas o injustamente de racismo apartaron del partido a muchos de sus votantes tradicionales.

Y así llegaron las elecciones del 8 de mayo. La DA perdió cerca de un 20 por ciento del voto blanco en favor del Freedom Front Plus, una formación conservadora afrikáner mucho más contundente en su oposición al chovinismo negro del gobierno. Y la estrategia ni siquiera había resultado para ganar voto negro. El apoyo entre los votantes negros bajó casi dos puntos respecto de las elecciones municipales del 2016, y solo subió un 0,8 por ciento respecto de las generales de 2014.

Maimane fue responsabilizado del resultado. Algunos empezaron a pedir su dimisión. Entre los fieles al líder hubo quien celebró la sangría de votos: eran racistas que no encajaban en la DA inclusiva y moderna que representa Maimane; soltar este lastre era el primer paso para seguir creciendo entre el electorado negro.

Consciente de la gravedad de la situación, Maimane encargó un informe, cuyos resultados salieron a mediados de este mes y son devastadores para el líder y su gente de confianza. Elaborado por dos históricos del partido como Tony Leon y Ryan Coetzee y por el fundador del banco Capitec Michiel Le Roux, el informe está basado en numerosas entrevistas con cuadros del partido, y en análisis de los resultados y de las políticas adoptadas en los últimos tiempos.

Sus conclusiones son claras y están profusamente motivadas en el texto, que, al contrario de lo que es habitual en este tipo de comisiones en los partidos, ofrece recomendaciones claras para recuperar el buen rumbo y salir de la crisis. Esta evaluación advierte de lo nebuloso y débil del liderazgo de Maimane, y critica la "falta de consistencia" de la dirección en materia racial. "Nadie es ante todo un ejemplo representativo de un grupo, ni siquiera de un grupo racial", se lee sobre el identitarismo en el texto, que no rehúye ningún debate por incómodo o complejo que sea:

Esta conclusión es crucial, porque nadie que se vea asimismo antes que nada como un representante de un grupo debe sentirse en casa en la DA.

El informe pide asimismo privilegiar las políticas públicas eficaces por encima de la discriminación positiva como medio de corregir injusticias pasadas, y se posiciona claramente en contra de las cuotas de representatividad racial con los que algunos en el partido coquetearon.

Para que estas y otras muchas recomendaciones que no citaré aquí por cuestiones de espacio tengan efecto, Leon, Coetzee y Le Roux piden que la DA revise y clarifique su programa político y sus posicionamientos ideológicos según el espíritu y la tradición del partido. A Maimane, que fue quien les encargó el informe, le piden que dimita.

Justo después de que se presentara el informe, Maimane y sus seguidores en el partido sufrieron un nuevo revés con la victoria de Helen Zille en las elecciones a la presidencia del Consejo Federal de la DA, uno de los puestos de más importancia en la estructura nacional del partido.

Zille, que vuelve a la primera línea de la política tras su retirada en mayo al dejar de ser gobernadora de El Cabo Occidental, ha sido especialmente crítica con su antiguo delfín Maimane. Durante su corta etapa fuera de la política, se ha dedicado a dar, con todas sus fuerzas y sin rehuir el conflicto con sus adversarios, la batalla ideológica por la libertad y la razón que ha definido su ida. "Mi error fue tratar de convencer al ANC de que no éramos un partido blanco", ha dicho Zille tras su elección en el Consejo Federal.

La publicación del informe y el regreso por aclamación de los cuadros del partido de una Zille con energías renovadas y más ganas de guerra que nunca provocaron la semana pasada la dimisión de Maimane y uno de sus grandes aliados del momento, el hasta ahora alcalde de Johannesburgo, Herman Mashaba. Tanto Mashaba como Maimane han recurrido al argumentario habitual de los rivales de la DA para acusar a Zille y a los demás liberales clásicos del partido de racismo y resistencia a la transformación de la sociedad sudafricana. Como era de esperar, estos ataques al que fue su partido les ha valido el aplauso de los políticos y comentaristas de izquierda que hasta hace poco les llamaban vendidos y cocos: negros por fuera, blancos por dentro.

Sin líder y más vulnerable que nunca a las acusaciones de racismo después del golpe de timón de una vieja guardia liberal mayoritariamente blanca contra los dirigentes negros que ellos mismos colocaron para conjurar las sospechas de racismo sobre el partido, la DA se enfrenta a semanas extremadamente delicadas que decidirán el futuro de la gran institución del admirable liberalismo en Sudáfrica.

Aunque algunos han calificado de irresponsable el informe de los tres evaluadores y el regreso de Zille, el cambio de rumbo impuesto en la DA es también la única forma de salvar el partido y la capacidad de influencia del sufrido liberalismo sudafricano. Como demuestran los resultados electorales de mayo, la vía de Maimane no solo era una traición a todo lo que vale la pena en la DA. Es también una vía fallida que no da resultados electorales.

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