Casi todos los regímenes políticos de la España contemporánea han logrado sobrevivir unos 40 años. Ignoro por qué se produce tan donosa constancia. Restauración, franquismo, Transición: los tres han pretendido ser democracias, cada uno a su modo. Los más próximos a ese ideal han sido los Gobiernos de la Transición. Bien es verdad que los Gobiernos de los últimos 40 años se han establecido con el apoyo de los nacionalistas vascos o catalanes, ahora plenamente separatistas. Parece un privilegio excesivo para unas formaciones que no pretenden representar a todos los españoles; solo a los de su etnia particular. Los tres regímenes dichos han terminado exhaustos al no poder formar al final un Gobierno estable y legítimo. Este es el caso de la actual incertidumbre con el Gobierno en funciones del doctor Sánchez.
La incongruencia del presente se manifiesta en que, a trancas y barrancas, se va a poder armar un Gobierno socialista en comandita con otras fuerzas extravagantes de parecida naturaleza republicana. Tal orientación, legal, mas dudosamente constitucional, se percibe de manera simbólica en el acto de visitar al Rey según exige el protocolo para formar Gobierno. Algunos partidos ni se han dignado cumplir tal requisito para manifestar así su abierto republicanismo. España y yo somos así, señora. Los líderes que se han presentado en Zarzuela para cumplir el rito, exceptuando a PP y Vox, han saludado campechanamente al Rey sin la breve inclinación de cabeza que exige la cortesía. La forma deja ver el fondo.
Por encima de las formas, la extraña alianza entre PSOE, Unidas Podemos y Esquerra significa una verdadera traición al espíritu constitucional. Recuerda extrañamente al Frente Popular que acabó con la II República. Por otra parte, el Gobierno que así va a formarse parece bastante inestable. Ni siquiera tiene fácil la aprobación de los Presupuestos. La hipotética salida de unas nuevas elecciones más parece una broma de mal gusto.
Así que lo más probable y deseable es que los españoles nos aprestemos a redactar una nueva Constitución, pues la presente ya ha cumplido penosamente su ciclo. Lo óptimo sería que el texto no sobrepasara los tres folios, dejando la regulación de los partidos, las elecciones y demás detalles a leyes especiales, fácilmente mejorables. Siguiendo con el ideal, lo mejor sería que la comisión para redactar el nuevo texto constitucional no se compusiera solo de abogados o expertos en Derecho Político o similares. Debería acoger a profesionales de otras materias. Me parece menos relevante la paridad de sexos (ahora dicen de "géneros") de sus componentes.
La innovación fundamental debería ser que los partidos con representación en las Cortes Españolas se propusieran representar expresamente a todos los españoles. Parece un truismo, pero es una condición que no se ha cumplido en el régimen de 1978, que ahora infelizmente concluye. La prueba es la decisiva influencia que han tenido los partidos republicanos, separatistas o simplemente localistas.
Cierto es que los españoles constituimos un pueblo extravagante, pero todo tiene su límite. Ya va siendo hora de sentar la cabeza colectiva. Estas últimas Cortes de la Transición (nunca se nos dijo hacia dónde transitaban) han visto la algarabía de una veintena de partidos. Algo habrá que hacer para evitar tal despropósito, entre otras razones, para facilitar la formación de los Gobiernos. Podría servir la limitación tradicional de un determinado porcentaje de votos para poder sentarse en las Cortes. Se podía pensar también en la condición de que cada partido debe lograr una representación mínima en al menos diez provincias.
Por encima de las formas, la condición fundamental de una democracia saludable es que los parlamentarios puedan ostentar una trayectoria de honradez, competencia profesional y patriotismo. Ahí le duele. Por ejemplo, no es de recibo que el líder máximo de un partido haya hecho trampas en su currículo académico. Es solo para empezar a hablar.