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Amando de Miguel

La emergencia demográfica

Aparte de la posible, y quizá lejana, 'emergencia climática', amenaza al planeta una silente y más catastrófica 'emergencia demográfica'.

Una pareja de ancianos conversando | Pixabay/CC/StockSnap

Nos sentimos constreñidos a seguir aplicando el sistema decimal a la cronología. Hablamos así de siglos y decenios con un contenido singular y característico de cada uno. Todavía no sabemos qué suerte nos a deparar la vividura colectiva del siglo XXI. O también, se extiende el planteamiento de si los años 20 de este siglo se van a parecer a la misma década del pasado.

Se podría anticipar que los años 20 que ahora estrenamos van a ser los de la inmensa preocupación por la emergencia climática. Si se cumpliera esa amenaza cósmica, pobre Holanda, mísera Venecia, tristes Bahamas y otros muchos archipiélagos de todos los océanos. Todos esos territorios desaparecerían bajo las aguas cual nueva Atlántida. Bien es verdad que, como compensación, Canadá, Rusia o Argentina, entre otras varias tierras, podrían colonizar sus espacios vacíos.

Aparte de la posible, y quizá lejana, emergencia climática, amenaza al planeta una silente y más catastrófica emergencia demográfica, que afecta sobre todo a la mayor parte de los países europeos. Se compone de muchos factores. Está, primero, el descenso de la tasa de natalidad hasta el límite mínimo de la Historia. Se debe a un conjunto de causas; por ejemplo, el casamiento tardío, la prevalencia de la mentalidad hedonista (la contraria de la tradicional del esfuerzo) o el coste creciente que significa la atención y cuidado de los niños. No se puede exigir que las mujeres tengan muchos hijos si casi todas ellas se van a dedicar a tareas profesionales, lo cual bienvenido sea.

A diferencia de los movimientos migratorios de los siglos pasados, este de ahora no es propiamente de población activa. Se compone más bien de habitantes que se trasladan sobre todo para recibir asistencia pública de los Estados que la acogen.

Ciertamente, parece que ha llegado el fin de las guerras desoladoras del pasado, pero menudean los casos de extrema violencia doméstica en muchos países, aunque en España no se destaque tanto en términos estadísticos. No obstante, las tasas de natalidad en España, que tradicionalmente fueron elevadas para los estándares europeos, ahora son mínimas. Esa alteración tan brusca es la consecuencia de que España ha visto un ritmo desusado de crecimiento económico durante los últimos decenios.

Pasó el tiempo de la fuerte emigración europea hacia otros continentes. Hoy tenemos una insólita marea de inmigrantes y refugiados que se vuelca sobre algunos países europeos, entre ellos España. Tanto es así que, al ser un movimiento creciente, puede llegar a diluir la conciencia nacional de los países de recepción. A diferencia de los movimientos migratorios de los siglos pasados, este de ahora no es propiamente de población activa. Se compone más bien de habitantes que se trasladan sobre todo para recibir asistencia pública de los Estados que la acogen. El sistema del Estado del Bienestar de los europeos puede quebrar, desde luego, el de España. Téngase en cuenta que en España es muy alta la tasa de parados de la población activa.

Junto a la débil natalidad que hoy caracteriza a Europa, y más aún a España, debe añadirse la insólita expansión de la probabilidad de vida que caracteriza a la población actual. De nuevo destaca España por situarse a la cabeza de esa tendencia. En principio se trata de un benéfico resultado, pero es capaz de agudizar todavía más la quiebra del Estado del Bienestar, la contribución europea más notable a la época contemporánea. No es posible atender las necesidades de una población cada vez más envejecida y que demanda cada vez más servicios sanitarios.

Como queda advertido, la situación española en todos esos procesos resulta particularmente aguda. Hemos entrado en un momento singular por el que cada año la cifra de fallecidos en España supera la de nacidos. Es una situación que antaño solo ocurría en excepcionales periodos de guerras y epidemias; hoy es lo usual. Ese déficit afecta especialmente a lo que llamamos "España vacía", por la rala densidad de habitantes. Así que todavía se va a agudizar más el llamado 'desierto interior' que rodea la conurbación madrileña.

A todo esto, en España hemos sido incapaces de realizar la reforma administrativa que han llevado a cabo otros países europeos: la reducción del número de municipios. Su número es ahora prácticamente el mismo que hace un siglo y medio. La consecuencia es que hay miles de municipios con un censo muy reducido, lo que dificulta todavía más la atención adecuada de los servicios públicos.

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