La verdad es que no es fácil enterarse del asunto con exactitud, pues los separatistas, aparte de tradicionalmente analfabetos, son unos maestros del eufemismo y la redacción enrevesada. Su hipocresía y su maldad les impiden expresarse con sinceridad.
Pero, por lo que se ha reflejado en la prensa en los últimos meses, los redactores del nuevo estatuto vasco, que con tanta urgencia ansían tramitar aprovechando la inestimable presencia de Sánchez en la Moncloa, pretenden distinguir entre "nacionalidad vasca" por un lado y "ciudadanía" o "vecindad administrativa" por otro, abracadabrante equilibrio semántico que despierta nostálgicos recuerdos de aquella equiparación arzalluziana entre los españoles en Euskadi y los alemanes en Mallorca.
Hablando de alemanes, en 1935 se promulgaron las leyes raciales de Núremberg mediante las que los gobernantes nacionalsocialistas dividieron la población alemana entre Staatsangehöriger (habitantes del Estado, equivalente a la vecindad administrativa de los separatistas vascos) y Reichsbürger (ciudadanos del Reich, equivalente a la nacionalidad vasca), dependiendo de la categoría en la que pudieran ser incluidos sus abuelos. Sólo las personas de sangre alemana o equivalente –según la misma ley, la de "todos los pueblos homogéneamente arraigados en Europa"– podían ser ciudadanos alemanes de pleno derecho. Los judíos de pura ascendencia judía quedaban definidos con bastante claridad, si bien el problema surgía al definir quiénes eran los judíos parciales. Según dichas leyes, era judío todo aquel que tuviera tres o cuatro abuelos judíos, así como quien, aun teniendo sólo dos, fuese practicante de la fe mosaica o estuviese casado con otro judío. Los que sólo tuvieran dos o un abuelo judío y ni fueran practicantes ni estuvieran casados con judíos fueron considerados no judíos. Y los que tuvieran menos de una cuarta parte de sangre judía fueron considerados completamente alemanes.
Curiosamente, la inspiración para esta segregación llegó de la vecina Francia. Pues tras su victoria de 1918, a los gobernantes franceses, para desgermanizar las provincias pasadas a manos del Káiser en 1871, se les ocurrió repartir carnés de francesidad completa o disminuida según la procedencia familiar de cada ciudadano. Y de este modo los clasificaron en cuatro grupos dependiendo de sus orígenes: a los de padres franceses les dieron el carné A; a los de un progenitor francés y otro alemán, el B; a los originarios de países extranjeros neutrales o aliados de Francia durante la guerra, el C; y, finalmente, a los "étrangers des pays ennemis", es decir, a los de padres alemanes aunque hubieran nacido en Alsacia-Lorena, el D. Esta medida creó situaciones absurdas, pues miembros de una misma familia podían estar incluidos en categorías distintas (un matrimonio formado por un marido carné A y una esposa carné D tendría hijos carné B). La distinción iba mucho más allá de lo simbólico, pues de la posesión de un tipo u otro de carné dependían ciertos derechos como el de recibir moneda francesa a cambio de los ahorros en la anterior moneda alemana: a los del privilegiado carné A el cambio les salió a 1,25 francos por cada marco, mientras que a los desafortunados titulares del carné D se les pagó sólo 0,80. Además, sobre todo en los primeros años tras el cambio nacional, muchos titulares del carné A estuvieron convencidos de su ciudadanía privilegiada hasta en detalles como la precedencia en los transportes públicos y las colas.
Pero ni franceses ni alemanes pueden presumir de haberse sacado ninguna novedad de la manga, pues el verdadero progenitor de la idea, el genial inventor de estas maniobras tan divertidas fue el Maestro, el Padre Fundador, el genio, el portento, la fuerza de la naturaleza que llevó en su manifestación terrenal el glorioso nombre de Sabino Policarpo Arana Goiri.
Porque un cuarto de siglo antes de los carnés alsacianos el bueno de Sabino ya había establecido, con la meticulosidad característica de los imbéciles, las normas para la clasificación de los ciudadanos y la atribución de diferentes derechos según dicha clasificación. Al crear en 1894 el primer Euskeldun Batzokija, germen del futuro PNV, estableció en los estatutos tres categorías de socios –originarios, adoptados o adictos–, dependiendo del número y calidad de sus apellidos. De la pertenencia a una u otra categoría dependían distintos derechos de voz, voto y elegibilidad, y para evitar que una aplicación demasiado rigurosa de la norma impidiese el nacimiento del movimiento nacionalista por falta de quórum Sabino creó la figura del Calificador –así, con mayúscula–, puesto para el que, naturalmente, se designó a sí mismo:
Artículo 59: Será socio originario el soltero o viudo sin familia cuyos cuatro primeros apellidos sean euskéricos. Será adoptado el soltero o viudo sin familia que tenga entre sus cuatro primeros apellidos alguno o algunos euskéricos, siendo erdéricos los restantes, pero heredados de abuelos nacidos en territorio euskeriano. Será adicto el soltero o viudo sin familia que, teniendo euskéricos dos cuando menos de sus cuatro primeros apellidos, cuente entre los restantes algún erdérico heredado de abuelo nacido en territorio extranjero; y aquél que, teniendo erdéricos los cuatro primeros apellidos, los haya heredado de abuelos nacidos en territorio euskeriano. Si el socio es casado, o viudo con familia, estas condiciones exigidas se atenderán en ambos consortes, confiriéndosele el grado según las del que las reúna más inferiores.
Consuela saber que en estos desarraigados tiempos todavía hay quienes honran a sus ancestros como Jaungoikoa manda: ahí tenemos, un siglo después de su ascensión a los cielos, a los herederos de Sabino impasible el ademán.
Y con la entusiasta colaboración del PSOE, ese partido socialista, internacionalista, obrerista, igualitarista, constitucionalista, progresista y no sé cuántas istas más.