Por comodidad y cansancio, las oligarquías suelen identificarse con un epónimo, una figura personalísima, excepcional, irrepetible. Puede merecer una estela más o menos literaria. En el caso español actual, el caudillaje es tan mezquino como el que representa el enigmático, caprichoso y apolíneo doctor Sánchez. Ha propiciado indirectamente la eclosión de un nuevo rubro industrial: las empresas de confección de tesis doctorales. Vienen a significar la síntesis de la definitiva decadencia de la ética del esfuerzo. En su lugar, se confía mucho en la suerte y sobre todo en las conexiones personales.
Formalmente, la España actual se organiza políticamente como una democracia no muy diferente de la que caracteriza a "los países de nuestro entorno", como suele decirse con imagen poco afortunada. Se entiende, los otros países más avanzados de Europa. La forma democrática se manifiesta en elecciones más o menos regulares y un sistema de partidos para elegir a los que mandan y hacer que se sucedan pacíficamente en el poder. Lo distintivo del modelo español es el peso tan extraordinario que tienen los partidos que podríamos llamar "regionales", hoy todos más o menos progresistas. De ahí que el sanchismo se apoye tácticamente en ellos.
La estructura democrática se superpone hoy en España a un contenido oligárquico, que sí es algo diferente al grueso de los países europeos más avanzados. Lo peculiar de la orientación oligárquica española es que la selección de los que mandan no produce resultados eficientes. Antes bien, se elevan al mando los mediocres, los que se muestran obsesionados por el poder en sí mismo. Es el elenco de los que, a no ser por el cargo político, poco predicamento podrían haber conseguido en sus respectivos círculos profesionales. La mediocridad intelectual es compatible con una enorme habilidad para moverse en el campo de las fundaciones, los movimientos cívicos, los grupos antisistema de toda laya.
El sanchismo que hoy impera en España se halla bien asentado en los valores dominantes, las ideologías prevalentes. Por ese lado, muy poco tiene que ver con la fachada de la centenaria tradición socialista española, y eso que tampoco es que haya sido una maravilla intelectual. Además, el socialismo español siempre cultivó una veta autoritaria. Por eso mismo ahora ha sido posible la fecunda alianza con la amalgama de Unidas Podemos. La cual es una suerte de sistema antisistema, con todo el floreciente negocio de los radicalismos: feminismo, ecologismo, independentismo y demás formas de cutrez ideológica. Se apunta a todas las extravagantes modas de apariencia científica: la transición digital, la climática, la sexual. Por encima de todo, se destaca una querencia invencible por disfrutar de las amenidades del poder.
Eso es así porque se apoya en el declinar de la cultura del esfuerzo. Su contrario, ahora pujante, es la cultura del enriquecimiento súbito. Tan es así que en la práctica se ven emparentados fenómenos tan distintos como el sanchismo político, los delitos económicos (corrupción narcotráfico, prostitución, etc.) y el extraordinario auge de bingos, casinos, loterías y apuestas. Se puede predecir que un exministro y no digamos un expresidente del Gobierno pasan a ser automáticamente millonarios, no pueden dejar de serlo. Se comprende que un candidato, cuando llega a la privilegiada posición de ministro, no pueda contener las lágrimas de emoción. A partir de ese momento se multiplica fabulosamente su capacidad de hacer favores a sus compañeros de fatigas políticas. Esa es la esencia del poder. Por eso la actual oligarquía del sanchismo se distingue por expandir todo lo posible las funciones y tareas el Estado. El resultado inevitable es más impuestos.