Según nuestro refranero, cuando las aguas se revuelven, paradójicamente, más pesca aparece. En nuestro caso, el pescador es el presidente de los EEUU, Donald Trump, y el río revuelto es el impeachment al que le han querido someter los demócratas.
Desde la investidura, en enero de 2017, nada ha obsesionado más a los legisladores demócratas que llevar a término el famoso impeachment. En mayo de 2017 designaron a un fiscal especial para investigar la supuesta interferencia del Gobierno ruso en las elecciones presidenciales de 2016. Tras gastarse 36 millones de dólares, en abril se publicó el famoso Informe Mueller con las conclusiones de la investigación. Ni se obtuvieron pruebas contra Trump, ni los demócratas mejoraron su popularidad.
Tras esta frustración, los cuadros demócratas pasaron de la incredulidad a la presión sobre sus dirigentes para encauzar de nuevo las cosas. Consideraron que se les presentó una oportunidad de oro cuando, en agosto, les chivaron el supuesto contenido de la llamada entre Trump y Zelenski, presidente de Ucrania. Los mandatarios discutieron la investigación de una trama de corrupción que implicaría a Joe Biden y a su hijo. Para Nancy Pelosi, eso significaba que había un quid pro quo (que es como en EEUU llaman al do ut des). En septiembre anunció formalmente el inicio del impeachment. Ese mismo día, Trump cosechó su primera victoria mediática. Publicó enseguida la transcripción íntegra de su llamada telefónica.
Dada la veteranía de Nancy Pelosi, es fácil intuir que ha sido consciente desde el inicio de que el Senado desestimará sus acusaciones contra Trump. Romper la unidad del Partido Republicano es en sí improbable; romperla lo suficiente como para llegar a los dos tercios, una tarea hercúlea. Tanto es así que, en diciembre, cuando la Cámara votó el impeachment, fueron los demócratas los que se tambalearon y cuatro de ellos no lo apoyaron.
Tras cinco meses, los demócratas han sido incapaces de formular nada parecido al articulado de la Constitución sobre causas de imputabilidad en un impeachment (a saber, "traición, cohecho u otro delitos y faltas graves"). Su performance ha dejado dos inocuos artículos de impeachment, donde no figuran ni el quid pro quo ni el bribery con los que tanto se deleitaron durante el procedimiento.
El resultado es que, irónicamente, para el electorado republicano, son los Biden los verdaderos sospechosos de haber incurrido en cohecho. Así que preparémonos para el bis de los coros de Trump: "Drain the swamp!".