La ministra Irene Montero ha sido rauda al montar en su departamento un freak show de similar naturaleza a los que surcaron los caminos de Inglaterra desde el siglo XVII: un circo de rarezas biológicas, un espectáculo de individuas –pues todos son mujeres– inusuales, sorprendentes y grotescas. Algunos de sus nombramientos podrían pasar por la convención de normalidad acostumbrada en estos casos, pero otros no han dejado de asombrar a los habituales del ramo. Me refiero a personajes como Beatriz Gimeno, la directora del Instituto de la Mujer –defensora de la idea de que "la heterosexualidad no es la manera natural de vivir la sexualidad, sino que es una herramienta (…) [para] subordinar las mujeres a los hombres"; y también partidaria de combatir el heteropatriarcado dando por el culo a los miembros del género masculino, o sea de la política anal–, o como Boti García Rodrigo, directora general de Diversidad Sexual y LGTBI –que se define como "oveja negra desde edad temprana, maleante y peligrosa social" y sostiene que las lesbianas son "más felices"–. Pero quien riza el rizo es, sin duda, Rita Bosaho, directora general de Diversidad Étnico Racial por sustitución de la primera ocupante de esta dependencia administrativa, Alba González Sanz, que estuvo tan sólo dos días en ella y que dimitió por no estar racializada, o sea, por ser blanca.
Bosaho es conocida por su denuncia del "supremacismo blanco" y por definirse como "representante de la comunidad afro", lo que, siendo guineana de origen, a lo mejor tiene un pase, aunque al parecer su militancia no se dirige contra la dictadura de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, pues lo suyo es que "los blancos se desprendan de sus privilegios", no que los negros puedan hacer de su capa un sayo y esquilmar desde hace más de cuarenta años los recursos de su propio país. Y como, según ella, "los españoles esclavizaron, vendieron, compraron, encadenaron, colgaron, quemaron vivos y desmembraron a cientos de miles de hombres y mujeres negros, hombres y mujeres indígenas, durante trescientos años", tal vez tenga la pretensión de reparar tanto atropello desde el Ministerio de Igualdad.
Claro que, en este asunto de la Diversidad Étnico Racial, la ministra Montero parece estar desvariando, pues, haciendo sólo énfasis en los negros, prescinde por completo de las demás minorías raciales que hay en España y a las que, seguramente, como dice la Bosaho, los españoles esclavizan. Porque, en materia de minorías raciales, en España tenemos unas cuantas, aunque sorprendentemente apenas se conocen conflictos violentos con respecto a ellas. Dado que en nuestro país no es costumbre apuntar la raza de los individuos en los registros administrativos y estadísticos, referirse a este tema con precisión es bastante complicado. Pero merece la pena intentarlo.
Para empezar, la comunidad racial diferenciada más numerosa del país es la formada por los gitanos –que, por cierto, pese a ser una minoría marginada en España desde tiempos inmemoriales, y que incluso fue perseguida genocidamente durante el reinado de Fernando VI, carece de una dirección general en el Ministerio de Igualdad–, cuyo número, según la Unión Romaní, asciende a unas 750.000 personas. Una cantidad similar es la de los inmigrantes procedentes de los países árabes, de los que casi todos son marroquíes –el 88 por ciento, incluyendo a los bereberes– o argelinos –el siete por ciento–. Están luego los que en Estados Unidos designan como individuos de raza asiática, que superan los 408.000 según el último Padrón Municipal, tres cuartas partes de los cuales son chinos o de otros países de Asia oriental, y los demás indios, pakistaníes o, en general, surasiáticos. Y en la cola quedan los también inmigrantes subsaharianos, de raza negra, que apenas suman 180.000.
Así que queda claro que la política de diversidad va a dejar fuera de su radio de acción a casi todos los ciudadanos que tienen alguna singularidad étnica con respecto a la mayoría de los españoles. Pero conviene señalar que ahí no queda la cosa, pues, siendo el de Pedro Sánchez un Gobierno apoyado sobre los nacionalismos periféricos, muy especialmente sobre el vasco –que aporta votos a favor, no sólo abstenciones–, tal vez podría aducirse en este asunto que la minoría racial más numerosa y, según la doctrina sabiniana, oprimida por el Estado español, es precisamente la vasca.
Digamos de entrada que, de acuerdo con la concepción de Sabino Arana, el fundador reverenciado del PNV –no se olvide que se le erigió una estatua en Bilbao justo enfrente de la sede nacional de su partido–, "etnográficamente hay diferencia sustancial entre ser español y ser euskeriano, porque la raza euskeriana es sustancialmente distinta de la raza española, y el concepto étnico no es jurídico, sino físico y natural". [Anotación marginal: ya se ve que Sabino era dado a la tautología, aunque ello sea irrelevante para nuestro argumento]. Tan es así que Arana propugnaba "la unión en Euskeria de los hijos de cada uno de los estados de la raza: la unión de estos seis estados en orden a la salvación de la Patria común, es decir de la raza misma".
Pues bien, si seguimos el criterio racial que definió Sabino –"ascendencia originaria de Euskeria: esto es lo que significa la pureza de la raza (…) para los nacionalistas", escribió–, y con ayuda de los hallazgos de José Aranda en su estudio sobre La mezcla del pueblo vasco, se puede estimar que, actualmente, viven en España unas 847.000 personas que tienen dos apellidos vascos –repartidos, más o menos, entre el País Vasco (60 por ciento) y el resto de la Piel de Toro (40 por ciento)–. Los vascos genuinos serían así la minoría racial más abultada del país. Y no digamos si a esa cifra se le añaden los más de 5.100.000 individuos que tienen un apellido vasco. Por eso, no llego a comprender cómo a Aitor Esteban, el portavoz del PNV en el Congreso, no se le ha planteado objetar en la cámara legislativa el atropello que supone nombrar a una guineana para llevar los asuntos de la diversidad étnico racial en el Gobierno sanchista, cuando hay tanto vasco marginado en España. Seguro que en mi pueblo, en Guernica, más de uno, mientras pasea reflexivamente por los jardines de la Casa de Juntas, estará pensando: "¡Ay, Aitor, si Sabino viviría!".