A Johann Sebastian Mastropiero pongo por testigo de los incontables ratos de placer que me han proporcionado Les Luthiers desde que, aún imberbe quinceañero, descubriera aquella gallinita que decía "¡Eureka!". De todos ellos, mi preferido fue siempre Daniel Rabinovich, un poco por su papel de canalla, un poco por su extraordinaria comicidad, un poco por sus monólogos disparatados ("This is the pencil of Ester Píscore!"), otro poco por lo bien que tocaba la guitarra y el poco final por esa bellísima voz con la que interpretaba canciones como Añoralgias o Aria agraria, que tan dulcemente tararea la niña de mis ojos mientras mima las flores del jardín.
Por eso me apena que por casualidad me haya topado con unas declaraciones suyas en la universidad de Buenos Aires en 2008 que me han disgustado por su frivolidad. Respondiendo a una pregunta de un asistente sobre la concesión de la Orden de Isabel la Católica por el Gobierno español, Rabinovich respondió que le pareció gracioso a pesar de que "Isabel la Católica y el enano de su marido fueron unos asesinos en serie".
La primera objeción a sus palabras salta a la vista: si tanta repugnancia le provocaba la figura de la reina española, bien podría haber rechazado el galardón, del mismo modo que otros rechazaron otros por motivos éticos o ideológicos: por ejemplo, George C. Scott y Marlon Brando el Óscar o Le Duc Tho y Jean-Paul Sartre el Nobel.
También es criticable la acusación a los Reyes Católicos de haber sido unos asesinos en serie. Porque, evidentemente, ni la una ni el otro asesinaron jamás a nadie. Si Rabinovich creyó que merecían tan infame distinción por haber sido gobernantes en tiempos de guerra, habrá que deducir que todos los gobernantes en tiempos de guerra, de todos los países y todas las épocas, han sido asesinos en serie, por lo que no cabría distinguir por ello a los Reyes Católicos.
Lo más probable es que Rabinovich, por su condición de judío, se refiriese a la expulsión de los judíos y la Inquisición. Por lo que se refiere a aquélla, sorprende la longevidad del disparate de considerar a España la única culpable de expulsar a los judíos. Siempre se olvida que idénticas expulsiones tuvieron lugar en todos los países europeos, desde Rusia hasta Portugal, antes y después de la española; por ejemplo, en 1290 en Inglaterra y en 1306 y 1394 en Francia. Expulsiones no tan regladas y civilizadas como la española, ciertamente. Y también se olvida que los Reyes Católicos fueron felicitados desde todas las cortes europeas por la que todos consideraron una sabia decisión. En cuanto a la Inquisición, jamás tocó un pelo a ningún judío por el hecho de serlo, por la sencilla razón de que los judíos estuvieron fuera de su jurisdicción. La Inquisición sólo afectó a los cristianos por sus herejías y otros asuntos de fe, lo que incluyó, naturalmente, a los falsos conversos. Pero no se les persiguió por judíos, sino por falsos conversos. Por otro lado, es ridículo condenar a los Reyes Católicos con criterios políticos, ideológicos, morales y religiosos medio milenio posteriores a sus vidas.
Muy distinta suerte corrieron los judíos de la Europa oriental, sujetos a discriminación, persecuciones y matanzas hasta tiempos muy recientes. No por casualidad pogrom es palabra rusa. Y precisamente de los pogromos rusos huyó en 1890 Bernardo Halevi, como contó alguna vez su bisnieto Daniel Rabinovich. Dada su condición de judío religioso, Halevi no había hecho el servicio militar, por lo que carecía de la documentación necesaria para cruzar la frontera. Tuvo, pues, que hacerse con la documentación de otro judío, apellidado Rabinovich, que sí había pasado por la milicia. Ése fue el motivo por el que sus descendientes argentinos heredaron el apellido postizo.
Halevi –¡qué casualidad!–, como Yehudah Halevi, egregio poeta y pensador judeoespañol del siglo XII que concibió al pueblo judío como el único hecho a imagen y semejanza de Dios y que en su obra principal, el Cuzarí, explicó que mientras que la estirpe de Jacob se caracteriza por su naturaleza angelical, los no judíos carecen de alma. ¿Qué crímenes le achacaríamos a Halevi si, haciendo como se hace con Isabel y Fernando, lo juzgáramos con criterios actuales? ¿Racismo? ¿Nazismo? ¿Xenofobia? ¿Supremacismo? ¿Delito de odio? ¿Apología del genocidio?
Pero regresemos a Isabel, la asesina en serie, y a América, la tierra de Daniel Rabinovich. Porque fue precisamente ella la que estableció la prohibición del maltrato a los indios y su condición de personas libres. Fue la reina Isabel y "el enano de su marido" los que pusieron la primera piedra de las Leyes de Indias que protegieron a los nativos durante cuatro siglos, hasta que los gobernantes independentistas las abolieron. Porque fue con la independencia cuando comenzó la tragedia de tehuelches, mapuches, onas y ranqueles. Fue con la independencia cuando se desataron las campañas de los generales Roca y Rosas. Sobre sus experiencias con este último, Darwin escribió páginas dignas de recuerdo, como aquélla en la que los argentinos le explicaron que mataban a las mujeres indias "porque paren demasiado". En cuanto a los indios fueguinos, fueron exterminados a finales del siglo XIX y principios del XX, con la aprobación o indiferencia de los gobernantes argentinos, por los grandes terratenientes que pagaban recompensa por cada indio muerto previa presentación de cabezas, manos u orejas. Grandes páginas de la historia argentina fueron escritas por personajes como el porteño Ramón Lista, Mauricio Braun –oriundo de Lituania en las mismas circunstancias que el bisabuelo de Rabinovich–, el asturiano José Menéndez, el neozelandés Alexander Cameron y los británicos Alexander McLennan (alias Chancho Colorado) y Peter McClelland. Uno de los más sanguinarios fue Julio Popper, que no efectuó sus hazañas bajo leyes españolas, ni era de origen español, ni cristiano, sino bajo leyes argentinas, de origen rumano y judío. ¡Ésos sí que fueron asesinos en serie, sin distinción de origen, nacionalidad ni fe!
Vayan estas líneas no por el bueno de Daniel Rabinovich, aunque cometiera el error, tan típicamente progre, de pasarse de listo, sino por los ignorantes universitarios que tan gustosos le rieron la gracia.
Y de paso, por la doctora Clara Ponsatí, que tan gallardamente ha vuelto a demostrar en el Parlamento Europeo la ignorancia enciclopédica de los separatistas catalanes cacareando una vez más las trasnochadas estupideces sobre los Reyes Católicos.