Por primera vez en la atribulada historia de la Transición (hacia la democracia), los españoles nos vemos obligados a sostener con nuestros impuestos un Gobierno de coalición. Donoso experimento. Reproduce como farsa aquel otro engendro del Frente Popular de 1936: la alianza de los socialistas y los comunistas con el beneplácito de los nacionalistas vascos y catalanes. Ahora los socialistas son la misma cosa, los comunistas son más bien populistas de naturaleza latinoamericana y los nacionalistas se han hecho independentistas. La lección de la historia de distintos países y épocas es que, con tal amalgama, la facción comunista es la que lleva las de ganar.
La tendencia se halla presente en toda la Unión Europea. Ha desaparecido la democracia cristiana o se ha disuelto en sus componentes. Por lo mismo, la socialdemocracia ya no es la que era. En lugar de tal esquema dual se precipita un complejo sistema de varios partidos. La paradoja es que para gobernar solo caben coaliciones, pero, por eso mismo, bastante inestables. Muchos partidos diminutos realmente son grupos de presión.
La tentación de coaligarse se abre paso en el "principal partido de la oposición", el PP. No da de sí para llegar a ser mayoría en el Congreso de los Diputados, dada la fragmentación de más de una docena de partidos que se sientan en la Cámara. Así pues, el PP siente la necesidad de coaligarse con el resto de la derecha. Solo que ahí empiezan las dificultades.
El partido más propincuo al PP es Ciudadanos, pero resulta que, a pesar de su pomposa etiqueta (pues ciudadanos somos todos), se ve cada día más menguado. Es inevitable el recuerdo de la última fase del CDS de Suárez. Es más, muchos votantes de Ciudadanos lo son porque antes votaban al PP y se desengañaron de ese partido originario, aquejado de corrupciones y medianías. En buena lógica, cabría extender el intento de coalición del PP a Vox, pero aquí funciona un razonamiento parecido. Muchos votantes de Vox antes fueron simpatizantes de Ciudadanos o del PP y se desengancharon de su orientación anterior. Por tanto, cualquier acuerdo electoral entre el PP y Ciudadanos significaría menos votos que si fueran por separado. No digamos si en la suma se introduce Vox. Es una aritmética contradictoria, pero muy realista.
En términos de probabilidad, el resultado es que, a medio plazo, en España van a medrar dos grandes partidos. Por un lado, en la siniestra tendremos a un Unidas Podemos evolucionado y en connivencia con los nacionalistas de diversas regiones. Por el lado de estribor resultará otro partido que sea el desarrollo de Vox. Es decir, vamos hacia una nueva polarización. (Y no se diga "bipolarización", pues bi y polo quieren decir la misma cosa: dos). Parece un movimiento bastante diferente de lo que ahora tenemos, pero ahí se revela el carácter crítico del momento en el que nos encontramos.
Ahora mismo lo que suena bien son las coaliciones, mas se trata de una realidad engañosa, un espejismo. Lo lógico es que, ante las hipotéticas conjunciones de partidos, los pares se sientan incómodos con el primus, el que parezca tener más votos. Lo más probable es que, en cada campo, el par más radical se alce con el santo y la limosna. Todo conduce a una confrontación política más intensa, pero no lo que yo deseo, sino lo que anticipo.