Me refiero a la coalición por antonomasia, la gubernamental. Con una veintena de partidos en las Cortes, no hay más remedio que formar Gobierno con alguna coalición de partidos. Pero hay que pagar un precio, el de la ambigüedad, o peor, el de la imposición de un partido sobre otro, lo que nos aleja del modelo democrático y nos acerca al oligárquico. En ello estamos. Nótese que en España no hemos tenido un Gobierno de coalición desde 1936. El precedente no es como para sentirnos contentos. En aquel caso se impusieron los comunistas, que, al empezar, eran una escuálida minoría.
Hay una ley de la constancia histórica por la que, cuando se alían dos fuerzas de izquierda para gobernar, acaba imponiéndose la más radical. El ejemplo clásico es la conjunción de los mencheviques y los bolcheviques en la Rusia revolucionaria de hace más de un siglo. Naturalmente, arrasaron los bolcheviques, que en ruso quiere decir algo así como los populistas. Es evidente la aplicación del ejemplo al caso español de ahora, salvando todas las distancias de tiempo y lugar.
El populista Iglesias, verdadera metempsícosis de Lenin, se ha encargado oficialmente de la cosa social en el Gobierno de coalición con los socialistas. Su mujer no es precisamente la Kupruskaia (que fuera eminente hispanista), pero la pareja lleva la delantera en las iniciativas del Gobierno. Su interés primordial es el control de las zonas de "agitación y propaganda", como antes se llamaban. Ahora equivalen a las manifestaciones en la calle, los medios públicos de radio y televisión, la inteligencia (espionaje), el dominio de los sindicatos, el refuerzo de la economía pública o nacionalizada, el control de precios y salarios. Naturalmente, a todo eso se va poco a poco. Ya no está el patio como para asaltar los Palacios de Invierno, aunque la familia del Zar podría ser un estorbo.
Tan pausada es la revolución hodierna que de momento se basta con el impulso a subir el monto del gasto público, la expansión de la burocracia pública y en consecuencia la proliferación de los impuestos. Ahora se disfrazan de impuestos ecológicos o de tasas que van a pagar los ricos. Claro que los verdaderamente ricos acabarán repercutiendo sus impuestos sobre los precios.
Lo malo es que el experimento del Gobierno de coalición en España nos sitúa en el contexto europeo. Es el que va a sufrir más ante la inminente crisis económica, que no se debe solo al dichoso coronavirus. Hay una causa más profunda: simplemente, la economía europea ha dejado de ser la más productiva e innovadora. Dentro de ella, España se mantiene por el turismo, pero se trata de una actividad que también ha iniciado la pendiente del retroceso, y no solo por la pandemia vírica.
El comentario parecerá pesimista, derrotista; un talante que no me va. Pero a veces las situaciones colectivas presentan futuros muy inciertos, poco esperanzados. Este es el caso que nos afecta a los españoles de hoy. Vamos camino del desastre porque lo propio del pueblo español, cuando vienen mal dadas, es la sumisión, la disposición a someterse a los caprichos del poder sin rechistar. Algo habrá que hacer para superar esa lamentable herencia.