Nacida en Mogadiscio (Somalia) en 1969, Ayaan Hirsi Ali se hizo mujer en la sumisión impuesta a Alá y la observancia de los códigos tribales. Cuando tenía cinco años sufrió la mutilación genital. Despreciar al infiel, contentar al varón y acatar la voluntad caprichosa y humillante del Profeta fueron las bases de su educación, centrada en que no deshonrara a su familia y fuera algún día una buena esposa.
Hirsi Ali se rebeló contra ese destino en 1992. Tenía 22 años y su padre la había enviado a Alemania con unos familiares. Desde allí debía volar a Canadá, donde le esperaba un matrimonio forzoso con un primo lejano que no conocía. Pero la joven aprovechó su oportunidad de escapar. En vez del avión a su nuevo dueño cogió un tren a la libertad para pedir asilo en Holanda.
Después de un período de aclimatación en que se ganó la vida como intérprete, Hirsi Ali entró en política para defender la libertad que a ella y a sus nuevos compatriotas les ofrecía el mundo occidental del que es parte Holanda.
Empezó haciéndolo desde el centro-izquierda, pero el vigor y la falta de complejos con que denunciaba a los enemigos de la sociedad abierta pronto fueron demasiado para sus jefes y compañeros de partido. Hirsi Ali hubo de ir desplazándose hacia la derecha para poder seguir diciendo que Holanda y las demás democracias liberales deben combatir a quienes quieren convertirla en otra Somalia. Hasta que fue abandonada por el establishment y solo pudo contar con quienes el establishment desecha como extrema derecha.
A esa extrema derecha pertenecía el cineasta Theo van Gogh, que en 2004 murió apuñalado por un islamista de origen marroquí mientras trabajaba en una película escrita por Hirsi Ali sobre el tratamiento a las mujeres en el Islam. Atravesada por el cuchillo clavado en el pecho de Van Gogh, el asesino dejó una nota con amenazas de muerte a Hirsi Ali, que como todo exmusulmán vivirá el resto de sus días expuesta al deseo de venganza de los integristas. ("Mi amigo Theo van Gogh ha sido asesinado por no ser lo suficientemente reverente con el Islam", dijo entonces Hirsi Ali con memorable elocuencia).
Este crimen inédito en la liberal y tolerante Holanda daba la razón a Van Gogh, Hirsi Ali y otros muchos condenados al ostracismo por decir lo que casi todos veían. Pero ni esto evitó que Holanda siguiera renegando de la mejor abogada que tenía su democracia. En 2006, un juez ordenó a Hirsi Ali que abandonara la vivienda en la que vivía bajo estrictas medidas de seguridad tras denunciar sus vecinos que su presencia suponía un riesgo inasumible para el resto de la comunidad.
Poco después, la ministra de Inmigración de centro-derecha Rita Verdonk quiso quitarse de encima a la refugiada incómoda retirándole la nacionalidad por haber mentido sobre su nombre y edad cuando llegó a Holanda huyendo de un matrimonio forzado. Ese mismo año Hirsi Ali decidió dejar para siempre Holanda e irse a vivir a Estados Unidos, donde empezó a trabajar como investigadora para el American Enterprise Institute y se ha consolidado como una de las voces más lúcidas e influyentes del panorama intelectual liberal de Occidente.
Un buen ejemplo de la claridad luminosa que siempre la caracteriza es el discurso que pronunció recientemente en la Universidad Boulder de Colorado. Entre otros muchos asuntos, Hirsi Ali habló de una de las modalidades más dañinas de autosabotaje de las sociedades libres, lo que algunos llaman 'políticas de la identidad', a las que Hirsi Ali se refirió como nuevas formas de tribalismo, haciendo un paralelismo particularmente ilustrativo con el tribalismo original que ella sufrió de niña y sigue lacerando a su país de origen.
Hirsi Ali nació condenada a definirse y vivir según las normas que le imponían su pertenencia predeterminada al clan Darod, a la religión islámica y a la condición de mujer que la hacía inferior a los hombres. Los nuevos tribalistas la querrían ahora sometida a otras pertenencias tribales: la de mujer negra refugiada, e incluso mejor si fuera lesbiana.
"Yo soy Ayaan, la hija de Hirsi, que es el hijo de Magan, el hijo de Isse", dijo en su discurso Hirsi Ali sobre la línea de sangre que la hacía una orgullosa Darod. "Llevaba esto marcado a fuego y cualquiera de fuera [del clan] era visto con sospecha y no tenía derecho a nada". "Lo que veo hoy en América, en nuestras universidades, en nuestra vida política, en nuestras empresas y en nuestro periódicos es un hambre de tribalismo de los gais, de los negros, de las mujeres, que propagamos al resto del mundo".
Igual que a Hirsi Ali le enseñaron a desconfiar de todo el que no fuera un Darod, a odiar al infiel y a seguir como mujer un patrón de comportamiento, los ingenieros sociales que quieren partir a la sociedad en todos estos subgrupos tratan a sus miembros como fichas y los quieren enfrentados. Mudos, sordos y ciegos no ya ante los intereses del resto de clanes, sino ante cualquiera de las ideas universales de humanidad y justicia que nos elevan sobre nuestra pequeñez egoísta y hacen que la vida valga la pena.
"No podemos volver atrás, apostar por la división de la sociedad en las nuevas entidades tribales posmodernas", dijo Hirsi Ali en Colorado. "Entiendo que necesitamos un discurso que mejore la posición de la gente que se ha quedado atrás, de la gente que siente que nadie la defiende. Lo necesitamos, pero ese discurso debe ser un discurso de emancipación, no de victimismo". "El mercado del victimismo", remachó, "es el mercado de la corrupción, de los traficantes de personas, de los explotadores. Y no es un mercado de emancipación ni de justicia social".