Hace tiempo, en una conferencia, el autor de La extraña muerte de Europa, Douglas Murray, alertó sobre el error de ver en la imposición de los cánones morales de la izquierda posmoderna un asunto meramente simbólico sin impacto real sobre las personas. Muy al contrario, venía a decir Murray, la hegemonía cultural impuesta por los nuevos rigoristas influye ya de forma crucial en las decisiones y políticas de contratación de Gobiernos, instituciones públicas y empresas privadas. El sentido ideológico en las formas de gestión, pero también el ambiente social particularmente hostil hacia toda postura disidente que domina en las esferas respetables, tiene efectos perfectamente concretos y reconocibles en la vida de millones de personas en todo el mundo.
Un buen ejemplo de ello son los resultados de la Encuesta sobre Libertad de Expresión de la revista Arts Professional. Elaborada con una muestra de 500 personas empleadas en la industria del arte y la cultura del Reino Unido, el estudio concluye que 8 de cada 10 profesionales del sector temen ser marginados o acosados en su puesto de trabajo si expresan opiniones asociadas con el conservadurismo político o contrarias al dogma progresista en campos como "la religión, la sexualidad y el género". "Nuestra encuesta arroja una imagen preocupante sobre la coerción, el acoso, la intimidación y la intolerancia presentes en una comunidad que se considera asimismo liberal, abierta y justa", dijo sobre el estudio la editora de Arts Professional, Amanda Parker.
Según contaron algunos de los entrevistados sobre casos personales que son representativos de lo que ocurre en infinidad de instituciones y grupos humanos en Occidente, "una clase monolítica políticamente correcta" impone sus "posiciones intolerantes" en "todos los sectores". Esta realidad empuja a muchas de las personas más cualificadas a buscar trabajo en otros ambientes más libres, lo que supone una gran pérdida para la industria y achica el espacio del pensamiento y la creación artística e intelectual, afirma otro de los profesionales consultados.
Otros, en cambio, confiesan haber optado por rebajar constantemente el contenido de aquellos puntos de vista que no casan con la ortodoxia impuesta por sus compañeros dominantes y sus jefes, a expensas de su propia conciencia e identidad. "Me he sentido como un traidor a mi autoexpresión", explica uno de los entrevistados.
Estas historias, que podríamos calificar de censura indirecta o de baja intensidad, sorprenderán a muchos lectores, si es que no les resultan familiares. No pocos quizá estén inmersos en dinámicas similares en sus grupos de amigos y lugares de trabajo, no necesariamente asociados a lo intelectual o lo artístico.
Contra esta forma no virulenta pero continuada de arrinconar hasta hacer desaparecer las posturas divergentes, pero sobre todo contra las cazas de brujas que se desatan en el espacio público contra quienes osan romper esta censura, ha nacido el Sindicato por la Libertad de Expresión (SLE). La iniciativa ha sido presentada oficialmente por su principal impulsor, el periodista Toby Young, y nace para defender a los perseguidos por alucinantes delitos de opinión sin víctima, quemados en la pira del debate público por el fundamentalismo imperante.
El SLE no tiene ideología y se compromete a ofrecer ayuda legal y voz ante la opinión pública a todos sus afiliados. Entre ellos se cuentan escritores, periodistas y profesores, pero el sindicato está abierto a trabajadores de todos los sectores susceptibles de ser despedidos, marginados o demonizados por sus opiniones legítimas. Trabajadores como el señor británico discapacitado que fue despedido del supermercado en el que trabajaba tras denunciarle sus compañeros por islamófobo por compartir un post contra el terrorismo en el que se criticaba al Islam y a otras religiones.
Para establecer si la opinión que ha condenado a un afiliado al ostracismo es legítima y el caso merece ser defendido, el sindicato cuenta con un panel de figuras de reconocida solvencia intelectual (en el que no entrarían, por ejemplo, pensaores como Víctor Manuel o Javier Bardem).
Young es británico y el inglés, la lengua de trabajo del sindicato. Pero una de las aspiraciones de esta institución con vocación de organización de masas es expandirse por el mundo y encontrar aliados en todos los países. Sería una excelente noticia que uno de esos países fuera España, ahora que el Gobierno busca imponer por ley su verdad.