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Amando de Miguel

Adiós al sueño federalista

El Estado de las Autonomías pareció un invento genial, pero al final se ha visto que no ha traído más que desgracias.

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Se dice que el hombre es el animal que tropieza dos veces (o varias) en la misma piedra. En nuestro caso, el obstáculo ha sido el sueño federalista de los españoles contemporáneos. Surgió como por encantamiento en tiempos de la I República, en 1873. El experimento acabó con la locura cantonalista, por la que Cartagena declaró la guerra a Yecla, o algo parecido. Más serio fue el ideal federalista de la II República en 1931. Se habló explícitamente de "nacionalidades" y "regiones autónomas", aunque en realidad de forma particular para el País Vasco y Cataluña. A Ortega y Gasset se le ocurrió la estupefaciente propuesta de que en Barcelona funcionaran dos universidades, una en catalán, la otra en castellano. Luego se desdijo y concluyó que el problema catalán simplemente lo habríamos de "conllevar" los españoles todos. La cosa terminó mal: con golpes de Estado y una pavorosa guerra civil. Luego vino el Estado centralista del franquismo. Ahora los problemas vasco y catalán se habían transformado en "conflictos" incluso "armados".

En eso estábamos cuando, en 1978, con la llamada ‘transición democrática’, se dijo lo del "café para todos". Es decir, el sueño federalista se aplicaba a todas las regiones, ahora ‘autonomías’. Al principio el Estado de las Autonomías pareció un invento genial, pero al final se ha visto que no ha traído más que desgracias: un coste público insoportable, corrupción e ingobernabilidad. Encima, el sempiterno conflicto del País Vasco y de Cataluña se ha convertido en abierto secesionismo. A saber cómo vamos a salir de esta. Se ha llegado a una estrambótica situación en la que Cataluña o el País Vasco son territorios virtualmente independientes. Solo les falta el portaaviones. En la práctica funcionan como Estados que negocian de tú a tú con el Estado español. La mitad de la población de Cataluña o el País Vasco no se siente española. Áteme usted esta mosca por el rabo.

Se ha llegado a una estrambótica situación en la que Cataluña o el País Vasco son territorios virtualmente independientes. Solo les falta el portaaviones. En la práctica funcionan como Estados que negocian de tú a tú con el Estado español.

En el entretanto, ha cundido otro sueño federalista de más altos vuelos: la integración de España en la Unión Europea. El marbete parece un poco exagerado, puesto que en la tal Unión no están Rusia, Ucrania, Suiza o Reino Unido, entre otros Estados. Lo malo no es eso, sino que la Unión Europea ha resultado carísima, con una política proteccionista de apoyo a una agricultura imposible, con una burocracia espesísima. No parece viable, sobre todo si pensamos en la situación de crisis económica galopante en la que andamos todos metidos. Ya se ha visto con ocasión de la pandemia del virus chino: no ha habido ninguna colaboración eficaz entre los Estados de la Unión Europea. La Unión Europea ha sido la culminación de la supremacía de Alemania y los países nórdicos sobre los países del Sur. En definitiva, a España no le beneficia mucho, a pesar de que al principio nos aprovecháramos de la ayuda económica para infraestructuras. Por cierto, en el Estado español ya nadie se ocupa del fomento de las obras públicas.

Por si fuera poco, España no tiene más remedio que pertenecer a los organismos internacionales: ONU, OTAN, agencias de las Naciones Unidas (FAO, OMS, Unesco, etc.). Todo eso resulta demasiado caro y sobre todo muy ineficaz. No hay más que ver el triste papel de la OMS (Organización Mundial de la Sanidad; no de la Salud, como se traduce) en la reciente pandemia del virus chino. Por cierto, la hecatombe económica desatada por la pandemia ha significado la vuelta de cada Estado a sus fronteras. Por ejemplo, España y Turquía pertenecen a la OTAN, pero las autoridades turcas deciden volver a la ley del corso y secuestran un avión español que hace escala en Ankara y que venía con un cargamento de artículos sanitarios. El Gobierno español solo ha alzado una tímida protesta por tal desaguisado. La verdad es que la OTAN ya no significa nada. Se levantó en su día contra la URSS, pero la guerra fría ya no existe. El auténtico poder mundial es ahora el de China. Su hegemonía es de momento comercial; será pronto también política. Creo que los europeos no se han percatado de ese nuevo orto. Europa sigue produciendo muchos científicos, pero una gran parte se van fuera a investigar. Desde luego, la vacuna del virus de China o su tratamiento equivalente no será un producto de los laboratorios europeos.

Con todo lo anterior, no quiero decir que España deba volver a un sueño autárquico. Solo que el federalismo debe ir en otra dirección. Noli foras ire, in te redi…, según el consejo de San Agustín ("No vayas muy lejos, quédate donde estás"). En este caso, basta con que el sueño federalista se apañe en la Península Ibérica e islas adyacentes, a poder ser todos con el mismo huso horario. Habría que revitalizar el viejo proyecto de la federación entre España y Portugal. A mí no me va a dar tiempo a verlo realizado, pero otros lo harán posible. La hecatombe económica mundial nos ha enseñado que el mundialismo o globalismo resulta irrealizable. Los federalismos nos han ido mal en el pasado. Pero portugueses y españoles somos de la misma casta. Tendría gracia que se produjera una federación de Portugal y España con dos jefes de cada Estado, uno monárquico y el otro republicano. Desde luego, la capital de la Federación debería situarse en Lisboa. Fue el gran error de Felipe II (hijo de portuguesa), no haberse atrevido a tal decisión en su día. Todas las capitales europeas se asoman al mar o a un río navegable. Europa ha sido siempre una talasocracia.

Se impone una determinación humilde. Lo más razonable es que volvamos a casa, a resolver nuestros problemas nacionales. Puede que la epidemia y la consiguiente crisis económica nos hayan venido bien para replantear la vida española con realismo. Somos un pequeño país, pero una gran nación. Empecemos por darnos por fin un sistema democrático sin corrupciones, sin secesionismos, sin populismos, otorgando el poder a gente competente, que la hay. Tan mal están las cosas que precisamente es el mejor momento para organizarnos un poco mejor. Yo lanzo algunas ideas, no tanto para convencer a nadie como para empezar a pensar sobre ellas. Yo soy perito en problemas, no en soluciones.

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