La terrible epidemia del virus chino nos ha llevado a un estado colectivo febril, pegados como estamos todos a la pantalla de la televisión. Dado que nos encontramos en una especie de guerra simbólica contra la invisible proteína, no es de extrañar que nos sobresalten muchas imágenes. De un momento a otro veremos deambular a las piaras de jabalíes por las calles desiertas de muchos pueblos y urbanizaciones. En las grietas de algunos rincones urbanos brotarán ortigas, acacias y otras especies vegetales prolíficas. Será como una extraña revisita de la decadencia del Imperio Romano, cuando las calzadas se cubrieron de tierra por falta de uso.
No son solo imaginaciones físicas. Hay que ver con qué contumacia se nos habla de reconstrucción. Fue una palabra favorita de la época de Stalin en la Unión Soviética. Naturalmente, pasaba por la etapa de la destrucción anterior. La asociación no es caprichosa. El Gobierno español actual resulta de una conjunción de socialistas, comunistas (ahora en su versión latinoamericana) y nacionalistas (independentistas). Pues bien, esa misma mixtura es la que en 1936 se alzó con el poder y se llamó Frente Popular. Ya se sabe cómo acabó la cosa, con la hegemonía de los comunistas. No me extraña que hayan desenterrado ahora lo de la reconstrucción.
Otra melancolía es la de los famosos Pactos de la Moncloa, los de 1977. Ya es añoranza. Hay que entenderlos bien. Ahora no son propiamente Pactos de la Moncloa, sino Pactos para Seguir en la Moncloa. Pero ya dijo Heráclito que "no nos bañamos dos veces en el mismo río". Esperemos que los partidos de la oposición se percaten bien de la máxima del clásico. Lo que quiere el Gobierno es que le sigan apoyando en medio de su clamoroso fracaso en la gestión de la lucha contra la epidemia contra el virus chino. No será la primera vez en la Historia que, ante un desastre, el Gobierno demande un voto de confianza al resto de las fuerzas políticas. Queda bien siempre apelar a la unión, la solidaridad. Franco decía "los hombres y las tierras de España". Así se hizo vitalicio.
Hay otra sibilina forma de recuperar el pasado. Es la de añadir el doble calificativo de "económico y social" a cualquiera de los planes de reconstrucción o de atornillamiento en los sillones de la Moncloa. Me recuerda el caso del Plan de Desarrollo llevado a cabo por los tecnócratas en los años 60 del pasado siglo. El volumen del Plan se publicó, pero, antes de distribuirlo, se retiró para ponerle otra cubierta mucho más vendible. Donde decía "Plan de Desarrollo Económico" se cambió por "Plan de Desarrollo Económico y Social". El contenido seguía siendo el mismo, pero quedaba más acorde con el pulso populista del franquismo.
¿Qué hacer ante tales ejercicios de memoria histórica? Muy sencillo. La única salida del laberinto es que el Gobierno en pleno renuncie, dimita, se despida. Tampoco hay que llegar a la defenestración. Comprendo que estamos en una democracia y hay que guardar las formas. Se impone, pues, una votación de censura al Gobierno Sánchez-Iglesias. Me parecerá monstruoso que el grueso del Congreso de los Diputados pueda seguir apoyando al Gobierno en vista del fracaso en la lucha contra la epidemia del virus chino. La teratología será aún mayor si tal puntal se mantiene ante las barbaridades que se apuntan ya con la amenaza del grave descalabro económico que empieza a sufrir España. Todavía no se nota, cegados como estamos por la tragedia de la epidemia. Ni siquiera se nos deja llorar. Quedan prohibidos los velorios. Antes bien, a través de las imágenes de la tele nos inunda la estrategia de guerra que insiste en aplausos, risas y celebraciones. Ese sí que es un inmenso bulo (ahora se dice fake). Goebbels se habría quedado patidifuso ante tal apoteosis de la propaganda.