No acostumbro a dar mucho crédito a las teorías de las conspiraciones, entre otras cosas porque los sociólogos medramos con el estudio de las estructuras, que son aproximadamente lo contrario. Lo que ocurre es que, a veces, en la Historia algunas veces intervienen con éxito los conspiradores. Les suele ayudar la suerte, otro factor que parece irreal, pero que existe.
Todo empezó con el dichoso virus chino, seguramente un pariente de la gripe. En ambos casos el origen se localiza aproximadamente en China, aunque la llamada ‘corrección política’, cercana a la hipocresía, nos impide adjetivar correctamente las epidemias. Lo de "coronavirus" es un estúpido eufemismo. El caso es que el Gobierno comunista chino no informa de nada.
Abandonemos la insoluble cuestión del origen. El hecho indiscutible es que la economía de mercado empieza a estar descuajeringada en todo el mundo; más aún en España, donde se ha llegado a la tasa más alta de mortalidad per cápita. De tal hecatombe mundial se salva el bonzo que ha ofrecido el colosal sacrificio. La inmensa China es la quinta parte de la población mundial.
Está por ver dónde se va a originar la vacuna o el tratamiento radical contra el virus chino. Sospecho que los laboratorios correspondientes se localizarán en los Estados Unidos, quizá en Alemania o en Israel, acaso en China. La ventaja del gigante asiático es que ese país puede reproducir mejor la completa anamnesis de la pandemia. Además, se puede permitir el lujo de no compartir los resultados con los científicos extranjeros.
La economía mundial del siglo XXI se basa en una intensísima movilidad de recursos, materiales, mercancías, mensajes y personas. Pero todo eso es lo que ha desarticulado la pandemia hasta un grado imprevisto y desconocido. En el maremágnum mundial, China ha salido favorecida. Lo cual lleva a sospechar que la teoría de la conspiración presenta algún grado de verosimilitud. En la duda se puede aplicar la cláusula ‘quién sale beneficiado’ (cui prodest) de la confusión. De momento, de los aeropuertos chinos salen los aviones que abastecen de pertrechos sanitarios a todo el mundo; desde luego a España. Nuestro país ha alcanzado el dudoso honor de exhibir las tasas de mortalidad más altas del mundo a causa de la maldita pandemia. O también, el Gobierno español ha demostrado ser el más ineficiente del mundo en este terreno. No sé si habrá sobrepasado el límite de la responsabilidad penal.
Ya no cabe duda de que China (que siempre se consideró un imperio) se está convirtiendo en potencia hegemónica mundial. No digamos si se le ocurre una alianza con Corea y Japón.
A la postre, los hechos son tan tozudos como si el Gobierno chino se hubiese propuesto diseminar por el planeta un virus altamente contagioso que provocara la paralización de la economía. No se puede demostrar que así ha sido, pero de momento ha funcionado la consecuencia, el resultado. Está por ver cómo evoluciona el confuso panorama de la economía mundial. De momento, China es el único país que ya no tiene el maldito virus.
Aun suponiendo que la pandemia se agote en todo el planeta, está por ver si no se va a producir un segundo brote en el otoño del hemisferio septentrional. Algo así sucedió con el antecedente de la pandemia de gripe de 1918, la conocida (injustamente) como gripe española. Fue mucho más mortífera que la actual, pero entonces no existía el alto grado de interrelación de las economías nacionales.
Todo esto no es más que incertidumbres y conjeturas. Es una forma de ejercer el conocimiento cuando se tienen pocos datos. Pero se trata de ponerse a pensar, un ejercicio compatible con el arresto domiciliario colectivo.