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Amando de Miguel

Sumisión: la otra cara del autoritarismo

El Gobierno se mantiene gracias a un rasgo secular del pueblo español, desplegado bajo todo tipo de regímenes: una sumisión entre despegada y ovejuna.

Pedro Sánchez, en un mitin del PSOE | EFE

El Gobierno se mantiene a trancas y barrancas gracias a un rasgo secular del pueblo español, desplegado bajo todo tipo de regímenes: una sumisión entre despegada y ovejuna. Aduzco esta perspicaz observación de Jesús Laínz:

Al pueblo español se le ha atribuido tradicionalmente un carácter de anarquista ingobernable que halaga a quienes se creen colectivamente poseedores de una congénita tendencia a la rebeldía. Pero, aunque la afirmación ofenda el orgullo espartaquista de algunos, probablemente sea difícil encontrar, al menos en la Europa contemporánea, un pueblo más sumiso al poder.

(España desquiciada, Encuentro, 2007, p. 182).

La sumisión no es más que la otra cara de un atributo bífido: el autoritarismo. Es tanto activo (el ejercicio arbitrario o despótico del poder político) como pasivo (la aceptación resignada de las veleidades de los poderosos). Al asunto le he dedicado un libro entero, todavía en el taller, que será parte de mis obras póstumas. Creo que aquí está la clave del profundo malestar que tantas veces se deriva de la vida colectiva española.

Tan autoritaria es la democracia española actual que se acepta con naturalidad el hecho de que funcionen, incluso gobiernen, partidos políticos cuyos mandamases no se sienten españoles. Por lo mismo, puede decirse que Cataluña o Vasconia se comporten tranquilamente como si fueran Estados independientes y adversos al Estado español. El País Vasco pretende engullir tranquilamente los territorios vecinos: Navarra, Treviño y quién sabe si no se atreverá con Castro Urdiales. Cataluña aspira a constituirse en la cabeza de un imperio dizque cultural sobre una cabeza de alfiler: los hipotéticos Países Catalanes. Apenas nadie se solivianta, y menos el Gobierno, ante tales disparates irredentistas. Por ahí asoma también el espectro la sumisión de un pueblo aborregado.

Los contribuyentes solo pueden merecer la categoría de ciudadanos si aprenden a rebelarse contra la propaganda de un Gobierno autoritario.

No es cierto que el autoritarismo sea el rasgo exclusivo de las dictaduras. Se dio también, y con largueza, en la II República, y se ha vuelto a reproducir ahora con la Transición democrática. Lo que indica que se trata de un elemento constitutivo del pueblo español, anterior o independiente de los regímenes políticos.

La disposición sumisa o servil ante el poder califica sobre todo a la clase instruida. Me refiero a las personas que manejan símbolos en su trabajo, sean escritores, comentaristas, analistas, periodistas, funcionarios, científicos, esto es, profesionales de todas las especies. No es, por tanto, una tacha o una debilidad que se deba a la ignorancia. Es más bien un producto de los intereses que cada uno se dispone a defender como gato panza arriba. De ahí que sea tan difícil convencer a una persona sumisa al poder de que piense por su cuenta. Los prejuicios y los intereses creados pueden más que los razonamientos. Precisamente, la mentalidad autoritaria es la parte de la personalidad más reacia a dejarse convencer, a cambiar de opinión. Por eso es tan lenta la verdadera evolución de las sociedades por encima de los cambios cosméticos. Por eso también se hacen tan persistentes las desigualdades, las situaciones injustas.

La misión fundamental de los partidos de la oposición ante un Gobierno autoritario reposa en la ingente tarea de remover conciencias, actitudes y hábitos de la población, empezando por sus votantes. El objetivo consiste en hacer ver que una cosa es la obediencia a las leyes y otra la sumisión incondicional al poder. Los contribuyentes solo pueden merecer la categoría de ciudadanos si aprenden a rebelarse contra la propaganda de un Gobierno autoritario. Ahora, además, nos ha tocado un jefe de Gobierno narciso y parlero.

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