El agrio debate a propósito del FRAP que tuvieron Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Iglesias Turrión en las Cortes ha traído del basurero de la Historia esta organización de izquierda radical. Uno de los instigadores de este grupo, violentísimo y fuera de tiempo (el PCE había aceptado ya una política de reconciliación nacional), fue Julio Álvarez del Vayo.
Personaje estrambótico, fue despreciado por casi todos sus compañeros de generación, pero pudo sobrevivir y labrarse un prestigio como víctima de la guerra sin haber pisado el frente. Vivió, así, subvencionado por todo totalitarismo de izquierdas que creyera a este tipo propio del Pío Baroja más truculento. Era un mistificador, un Eugenio de Aviraneta con anteojos, y fue bautizado con no poca maldad como "el último optimista" por el politólogo Antonio Elorza.
La senda roja
Julio Álvarez del Vayo nació en Villaviciosa de Odón (Madrid) en 1891 y fue uno de los pocos diputados del PSOE en la II República con estudios universitarios de posgrado. Pero no se hizo famoso por sus aportaciones intelectuales, sino colaborando con artículos siempre cargados de adjetivos en diarios progresistas como El Liberal o El Sol en sus inicios, y en multitud de periódicos extranjeros para los que se desempeñaba como corresponsal. Aquí comienza su doble papel, imposible de negar, de criptocomunista afiliado al PSOE, de hecho fue uno de los responsables inequívocos de su radicalización en los años 30. No, no era imparcial este hombre que escribe este ditirámbico reportaje de "La nueva Rusia":
Ciertos espíritus simplistas no se cansarán de proclamar el fracaso de la revolución rusa (…) Lo único que se puede recomendar a quienes así piensan es que vaya a Rusia (…) es posible que una vez allí se convenzan que la revolución ha creado un espíritu nuevo más fuerte que todas las contradicciones económicas.
La Unión Soviética venía de sufrir hambrunas pocos años antes, lo que obligó a los comunistas a adoptar la Nueva Política Económica, pero Vayo ya tenía claro que los datos no podían arruinarle un reportaje: siempre fue un propagandista non-stop de cualquier idea totalitaria de izquierdas. Hay un abismo moral entre la crónica afectada de Vayo y el hondo testimonio coetáneo del periodista Chaves Nogales que lleva por título La vuelta a Europa en avión: un pequeño burgués en la Rusia roja, donde afirmaba que la URSS había conseguido "poco" y solamente a través de "infamias" como "la Checa", "el hambre" "la guerra civil" o "los niños abandonados". La guerra los unió en un bando; no en el decoro.
A sueldo de Moscú
Las vivencias de Álvarez del Vayo en el conflicto civil muestran a un frívolo profesional que, en sus ministerios de 1937 a 1938, colocó en posiciones importantes del ejército popular a todos los simpatizantes comunistas. Se ha escrito mucho, por autores como Burnett Bolloten o Stanley G. Payne, de cómo la compra de armas a Stalin satelizó al bando republicano, acabando de facto en una dictadura sóviet donde los agentes de la URSS podían masacrar a sus enemigos políticos sin control legal.
El nombramiento de Vayo es fundamental porque fue un error de cálculo, según el secretario de Largo Caballero, José María Aguirre. Largo no lo consideraba "muy listo" y creía que podía "rodearle" en caso de que emprendiera una política excesivamente sesgada. El resultado para Caballero fue fatal, porque él acabó fuera del Gobierno, mientras que Álvarez del Vayo seguiría en el machito hasta el final de la guerra.
La amoralidad larvada en sus libros se confirma en su ambigüedad cuando John Dos Passos, el célebre escritor, le preguntó sobre el paradero de su amigo el traductor gallego José Robles Pazos. Era otra vez Vayo haciendo lo que dominaba como nadie: mentir. Pazos, socialista contrario a Stalin, desapareció sin dejar rastro en 1937, en una España donde espías psicópatas como el soviético Alexander Orlov decidían purgas sin que Vayo, Largo Caballero o cualquier miembro del Gobierno pudieran o quisieran intervenir.
El socialista moderado Indalecio Prieto, en el brillante libro del periodista Julián Zugazagoitia Guerra y vicisitudes de los españoles, temía el toque "ligero" de Vayo, que sirvió como encargado de ciento y una misiones diplomáticas fallidas: el presidente Juan Negrín valoraba que a veces podía convencer a incautos, a pesar de su carácter "delirante". Esto último se confirmaría en uno de los momentos más bochornosos del Gobierno republicano en plena guerra civil, cuando Vayo, al decir del dramaturgo Cipriano Rivas Cherif, estuvo a punto de dar una fiesta de "120 comensales" en Suiza como propaganda; cuando media España se moría de hambre y vivía bombardeos diarios en aquel terrible 1938.
Al propio Manuel Azaña, pesimista crónico con la victoria de la República, le desagradaban cada vez más las visitas de un Vayo fuera de la realidad que rozaba la "insania", según sus diarios. Pero este delirante pudo sobrevivir a todos con sus locuras.
El dictador paga, Vayo pontifica
La valiosa red de contactos periodísticos e izquierdistas tejida por Vayo en los años 20 le hizo sobrevivir más bien que mal en el exilio. José María Carrascal, periodista conservador, lo recordó como ameno "abuelo cebolleta" contando la guerra civil y sus "batallitas" en la sede de la ONU en Nueva York. Vinculado al sector de Negrín, fue expulsado del PSOE en 1946 y vivió del periodismo en el sesgado The Nation neoyorquino, para pasar a Europa en su vejez.
Vayo tuvo, incluso, vitalidad para participar en la fundación del FRAP (1971), en una enloquecida juventud maoísta para un señor de 80 años. Sus delirios continuaban, pero volvería a convencer a múltiples padrinos: varios miembros de la organización viajaron a Pekín para obtener financiación, según el investigador Federico Utrera. Buscaban una dádiva por haber celebrado Vayo el "genio militar" del camarada Mao Zedong en el panfleto rimbombante y fantasioso China vence. Todo un logro para un tipo cuya estabilidad mental era discutida y cuyas escasas obras ensayísticas de relieve se leen entre carcajadas.
El historiador Roger Mateos narra la fundación del grupo revolucionario y patriota (sic) en el piso del escritor Arthur Miller en París, y su propósito surrealista de "expulsar al imperialismo yanqui" de España y "establecer una República Popular" en pleno apogeo del franquismo sociológico. Los reclutados para este grupo terrorista enloquecido, entre ellos Francisco Javier Iglesias (padre del fundador de Podemos), fueron engañados por un Vayo que los convirtió en carne de cañón de un movimiento imposible. Seguía siendo el mismo tarambana de 1939 que disgustaba a Manuel Azaña.
El viejo Vayo siempre supo encontrar dictadores que financiaran su vida de diplomático sin país. No vería el fracaso del FRAP, los últimos fusilamientos del franquismo, y murió en Ginebra por insuficiencia cardiaca el 3 de mayo de 1975. Solo le superó en longevidad su único prestigio: la dictadura de Franco.
Fue el único autócrata al que no se vendió.