Hay tres argumentos liberales a favor de la renta básica: el moral, el social y el político. En La teoría de los sentimientos morales, Adam Smith trata el tema de la beneficencia junto al de la justicia. A diferencia de la justicia, que justifica el uso de la violencia para evitar males, la beneficencia no implica una obligación total y absoluta, aunque ello no es óbice para que desde el Estado se promueva con "la máxima delicadeza y reserva para ser ejecutada con propiedad e inteligencia". En caso contrario, advierte Smith con la prudencia y la sagacidad que le caracterizan, la comunidad se expone a desórdenes que acaben con la libertad, la seguridad y la justicia.
Aquellos cuyos corazones jamás se abren a los sentimientos humanitarios deberían quedar igualmente excluidos de los afectos de sus semejantes y vivir en medio de la sociedad como si estuvieran en un vasto desierto donde nadie los cuidara ni se interesara por ellos.
Smith considera que entre la ley de la selva del laissez faire y la ley del desierto de los que se sientan y no hacen nada existe la ley de la civilización, consistente en la regla de oro de la ética: como hagas, se te hará.
El punto de vista social lo expone Hayek en Camino de servidumbre. Aunque la propiedad privada y la herencia son instituciones fundamentales para una sociedad libre y próspera, es cierto, argumenta Hayek, que pueden dar lugar a una desigualdad de oportunidades que atentaría contra el fundamento del liberalismo. Por ello Hayek defiende que en un sistema liberal se puede conciliar un máximo de libertad con un mínimo de seguridad, de modo que haya una
certidumbre de un determinado sustento mínimo para todos (…) la seguridad de un ingreso mínimo (…) la seguridad que puede procurarse a todos, fuera y como suplemento del sistema de mercado. No hay motivo para que una sociedad que ha alcanzado un nivel general de riqueza como la nuestra no pueda garantizar a todos esa primera clase de seguridad sin poner en peligro la libertad general.
La seguridad ilegítima contra la que argumenta Hayek es otra muy diferente: la de los privilegiados que, como los empleados públicos, convierten sus puestos de trabajo en inmunes a cualquier tipo de evaluación, o la élite extractiva de los sectores financieros que jamás pierden porque los premian el mercado o el Estado según les vaya bien o mal.
Por último, desde el punto de vista económico, la igualdad de oportunidades y la satisfacción de las necesidades básicas son multiplicadores de la riqueza global. Del mismo modo que la educación básica obligatoria repercute todavía más favorablemente en el conjunto de la sociedad que en aquellos individuos que la reciben, una renta básica permitiría una explosión del potencial de creatividad y dinamismo. Este trampolín que significaría la renta básica para muchos compensaría a los posibles gorrones. Dependerá su balance de cómo de bien esté diseñada la norma final, no de la institución de la renta básica en sí. Por otra parte, forma parte la renta básica de los compromisos con la seguridad que tiene un Estado. No hay que confundir dicha inversión en seguridad con el gasto político parasitario, que es el que lastra verdaderamente los presupuestos y hace crecer la deuda, desde el gasto en organismos progubernamentales, como RTVE o el CIS, hasta todo el entramado de subvenciones y subsidios dirigidos a satisfacer los intereses espurios de grupos de presión.
Sin duda hay problemas económicos en el concepto de renta básica que hay que resolver, de la financiación a su impacto en la actividad general y la renta particular. Pero son cuestiones que afectan al cómo ejecutarla y no a su legitimidad en un marco general liberal.
En su sátira de la dictadura soviética, Nosotros, Yevgeny Zamiatin (que tuvo el discutible honor de ser encarcelado tanto por el zar como por Lenin) se burlaba de la falta de benevolencia de los comunistas:
Nuestros antepasados estaban poseídos por una compasión analfabética, que nosotros hemos de considerar risible y ridícula.
No seamos como los comunistas.