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Ángel Mas

Mientras dormíais: identidad, interseccionalidad y posmodernidad

Quieren acabar con las democracias liberales y las economías de mercado.

Cuando el marxismo fracasó en su intento de generar un conflicto civil que desembocase en violencia revolucionaria e imposición de su modelo totalitario por la vía de la lucha de clases, los enemigos de la libertad comenzaron a buscar desesperadamente otros modelos. Parece que han encontrado finalmente lo que andaban buscando desde la caída del Muro de Berlín: las políticas identitarias y la interseccionalidad.

Por la primera se busca reducir a cualquier individuo a una sola característica de su personalidad poliédrica. Se llama esencialismo y para que funcione le debe identificar en contraposición a otra identidad opuesta y antagónica, a la que se culpa de cualquiera de sus males, reales o supuestos. Así, la identidad homosexual será el perfil definitorio y esencial de una persona con esa característica, que dejará de ser igual de fundamentalmente española o aficionada a la natación, trabajadora autónoma o taurina. Y se tornará ancestralmente agraviada por el maltrato de 'los heterosexuales', entre los que se encontrarán sus hermanos, sus compañeros de trabajo o sus mejores amigos del instituto.

Y un negro será esencialmente un negro, como opuesto a un blanco. Aunque sea un trabajador del sector hotelero que vive en una zona residencial de clase media, esté casado y sea ateo y socialdemócrata. O sea, aunque tenga más que ver con un blanco de características similares que con otro negro vestido de chándal quemando coches de policía. Por esa identidad, se le supondrá un vínculo que le unirá en agravios y objetivos con el negro de los disturbios, aunque el coche que acaben quemando sea el suyo.

Los conflictos generados serán fuente de tensión, caos y confrontación. Y se multiplicarán hasta el infinito, como consecuencia de las subdivisiones surgidas en los distintos grupos identitarios, donde acaban por estallar luchas intestinas; piénsese en lo que sucede con las lesbianas y los trans en el movimiento LGTBI, por ejemplo. Mucha energía difícil de canalizar quienes quieren acabar con las democracias liberales y las economías de mercado.

Abran paso entonces a la interseccionalidad, por la cual grupos identitarios inconexos, en muchos casos teóricamente incompatibles, se alían y coordinan contra un enemigo común. ¿Qué une a un transexual con un salafista?, ¿a un neonazi con un indigenista?, ¿a un ecopacifista radical con un maoísta?, ¿a un independentista supremacista con un activista por los derechos de los inmigrantes ilegales?, ¿a un apóstol del calentamiento global con un liberado de un sindicato leninista en la industria del automóvil? El odio. A los EEUU. A Israel. A la democracia constitucional española. A Occidente. A todos a la vez.

Están marcando la agenda. Tantos años de agitprop marxista no resultaron en balde. De esos múltiples conflictos, se pondrá el foco en uno que movilizará a la nueva vanguardia del proletariado: los activistas radicales, típicamente organizados en ONG que viven de los Estados que pretenden derrumbar, jaleadas por políticos a los que colgarían de una farola y mantenidas con el dinero arrebatado vía impuestos a unas empresas y ciudadanos a los que dejarían en la miseria a las primeras de cambio.

Ya sólo se necesita la mecha, una situación existente cualquiera que manipulen hasta convertirla en un casus belli. Con ello se hipnotizará a los medios, componente fundamental en la iniciativas de la nueva izquierda como lo fueron de los proyectos desestabilizadores soviéticos. Y se conseguirá así abducir a una opinión pública idiotizada por los medios, llevando la marginalidad al centro del debate. Hasta que la mayoría incauta acabe adoptando su narrativa y su terminología. Su relato. Su fraude.

La usurpación de la verdad. La posmodernidad.

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