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Santiago Navajas

Primero destruyen las estatuas; luego serán los geranios

Los enemigos de la civilización las quieren erradicar porque se consideran por encima de las leyes y los valores liberales que las sostienen.

Los enemigos de la civilización las quieren erradicar porque se consideran por encima de las leyes y los valores liberales que las sostienen.
LD

Derriban y mancillan las estatuas: la de Churchill en Londres, la del padre Antonio Vieira en Lisboa, la de Indro Montanelli en Milán, la de Lincoln en Boston, las de Colón en todas partes. Macron y Johnson se rebelan y defienden las estatuas de su patria, al tiempo que Ada Colau amenaza la de Colón en Barcelona y Pedro Sánchez mira a otro lado (es decir, su propia imagen en el espejo como un nuevo Dorian Gray). Las estatuas no son trozos de piedra, sino que tras ellas está Occidente, con sus hazañas y sus atrocidades Pero, por mucho que duela a los fanáticos de la pureza absoluta, no se tiran los diamantes a la basura por que tengan alguna imperfección.

Nadie, ni siquiera Jesús, es completamente bueno (Marcos, 10, 18). Pero celebramos a aquellos que cuentan más en su haber que en su debe. Hablando de Jesús, a la chusma iconoclasta habría que recordarle que sólo están legitimados a tirar piedras los que estén libre de pecado. Dado que, según su ideología, nadie está libre de racismo o machismo, las estatuas deberían estar tan tranquilas como un bocadillo de chorizo en una merienda vegana. Los enemigos de la civilización las quieren erradicar porque se consideran por encima de las leyes y los valores liberales que las sostienen.

Para entender lo que está pasando con las estatuas, una metáfora del ataque a la racionalidad ilustrada, nos tenemos que remontar a 1965. Un joven Julien Freund lee su tesis doctoral en Filosofía ante un tribunal en el que figura Jean Hippolyte, que había declinado dirigirla. El viejo profesor no se sentía cómodo con la hipótesis de partida de Freund: que lo político es esencialmente una relación de enemistad. Hyppolite, como buen socialista hegeliano, sueña con un fin de la Historia en el que al final todos nos reconciliemos con todos (por que nos hayamos vuelto socialistas como él). Finalmente Freund consiguió que se la dirigiera el liberal Raymond Aron. El problema de fondo consistía en que quien inspiraba a Freund era Carl Schmitt, el genial teórico del Derecho que había sido nazi.

Al finalizar la exposición se produjo este diálogo entre el doctorando y el examinador

–Hyppolite: Si verdaderamente tiene usted razón al definir la política como la discriminación entre amigo y enemigo, entonces sólo me queda retirarme del mundo y dedicarme a mis geranios.

–Freund: Señor Hyppolite, como todos los pacifistas, piensa que es usted el que designa al enemigo. Considera que basta con que nos neguemos a tener enemigo para no tenerlo. Pero ocurre lo contrario, es el enemigo el que nos designa. Si él ha decidido que usted es su enemigo, por más que usted se dedique a tratarlo como un amigo, él no dejará de considerarlo como su enemigo, y ni siquiera le dejará cuidar apaciblemente de su jardín.

Freund era un reaccionario de izquierdas que se llevaban muy bien con los progresistas de derechas. Tenían en común el respeto liberal por el Estado de Derecho y los derechos fundamentales que despreciaban tanto la extrema izquierda como la extrema derecha. Había visto cometer los peores crímenes a sus compañeros de la Resistencia contra los nazis, como violar y fusilar a una joven inocente acusada falsamente de complicidad con la Gestapo. Como Albert Camus, era de los que prefería aliarse con el humanista Aron si tenía razón a permanecer al lado del estalinista Sartre simplemente porque era de la tribu izquierdista. Su lema, "Hagámonos sospechosos: esto es hoy el signo de un espíritu libre e independiente", podría estar en el frontispicio de cualquier obra liberal.

Fue testigo Freund de las chifladuras de los sedicentes progresistas de su época. Si hoy deliran con la jerga de género, y privilegiados blancos juegan a ponerse de rodillas delante de obreros negros, entonces eran radicales-chic los que se arrastraban hasta la China maoísta para ser reeducados por los guardias rojos. Como entonces, también hoy socialdemócratas a lo Hyppolite esconden la cabeza bajo tierra para no ver a los bárbaros que surgen de sus propias filas izquierdistas. Suspiran para que no sea una revolución sino sólo una revuelta, y les ríen las ocurrencias a los artistas a los que premian con la esperanza de que se conformen con las migajas editoriales.

Y lo harán. Pero los socialdemócratas no quieren ver que ya no se trata de poner bombas lapa bajos los coches, como hacían ETA y el FRAP, sino de tirar bombas fétidas en las instituciones democráticas, como hacen Podemos y Bildu. Pasamos de una guerra en las trincheras a una guerra fría diplomática y ahora estamos en plena guerra cultural. Desde Platón, se da la paradoja de que aquellos que creen estar más iluminados (o, como dicen ahora, "despiertos") son los que pretenden arrancar los ojos a los pobres alienados que se arrastran por la oscuridad de la caverna (hoy lo llaman "cancelar" y "contextualizar").

Los socialistas pacifistas cultivan sus geranios mientras derriban las estatuas. Pero sus jardines también serán arrasados. Terminó Hyppolite respondiendo a Freund:

En consecuencia, si usted tiene razón, sólo me queda el suicidio.

Pero no nos resignemos al suicidio socialdemócrata y luchemos para apuntalar el Estado de Derecho, las estatuas públicas de las que tenemos que enorgullecernos y los jardines privados que querrán expropiarnos. Sí, también caben estatuas a Heidegger y Schmitt, porque fueron nazis pero también grandes pensadores. Y entre los gigantes sobre los que nos alzamos para tratar de mirar más lejos también están ellos, a pesar de que nos hagan sentir vértigo y horror. Pero es preferible el riesgo de caer desde sus alturas al confort que proporcionan las homilías de los que jamás nos enfrían pero tampoco nos calientan con su espíritu. El liberalismo, a diferencia del conservadurismo ramplón y el socialismo distópico, no oculta a los enemigos sino que los reconoce en su grandeza ante el error, incluso en la maldad, pero trata de derribar su pensamiento con argumentos, no sus estatuas con piedras ni sus películas con censuras. Dos campos semánticos están en batalla cultural: el de la libertad, la igualdad, la fraternidad y el secularismo frente al de la diversidad, la etnicidad, el género y la raza. Usted elige; y si no elige, elegirán por usted.

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