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Marcel Gascón Barberá

El 'efecto ascensor' del identitarismo

El identitarismo victimista ha convertido a los colectivos de los que se proclama abogado en flores delicadas a las que hay que tratar con una sensibilidad extrema.

hdaniel - Flick

Ocurría hace algunos años en la Universidad de Ciudad del Cabo. Un profesor blanco decidía ignorar a sus alumnos negros y centrarse en los únicos a los que podía tratar con justicia: a los blancos. Una estudiante negra, que es quien me contó esta semana esta anécdota, creyó que el profesor era un racista. Hasta que se dio cuenta de que actuaba así por una razón bien distinta. Antes de empezar a actuar así, el profesor había sido acusado de racismo por llamar la atención por llegar tarde o corregir a un estudiante negro.

Actitudes como esta son desde hace tiempo una realidad en los países anglosajones, los más afectados por las políticas del identitarismo victimista que sus universidades producen. Estas políticas llegan ahora con fuerza también a España y al resto de la Europa no anglosajona, y amenazan con traer con ellas sus perniciosos efectos sobre la comunidad en general y sobre los grupos sociales a los que dicen defender en particular.

Con la excusa de protegerlos, el identitarismo victimista ha convertido a los colectivos de los que se proclama abogado en flores delicadas a las que hay que tratar con una sensibilidad extrema. Cualquier opinión, juicio o apreciación hacia uno de sus integrantes es susceptible de ser considerado una forma de racismo, machismo o LGTB-fobia encubierta. Aunque se haga en el ejercicio profesional en el que se desarrolla la interacción, como era el caso del profesor de Ciudad del Cabo. Y aunque el mensaje que transmita el potencial agresor sea positivo, pues siempre puede ser acusado de condescendencia.

Los últimos meses nos han dejado una larga lista de ejemplos de gente que ha perdido el trabajo o se ha visto expuesta a un proceso público de repudio en las redes al ser señalado como racista, machista o LGTB-fobo por manifestaciones o comportamientos perfectamente razonables que fueron denunciados como discriminatorios o hirientes por los integrantes de alguno de estos colectivos.

Por mencionar un caso poco conocido y volver a la Universidad de Ciudad del Cabo, donde el chovinismo negro impone su ley y está arruinando a la que era hasta hace poco una universidad respetada en todo el mundo, les contaré lo que le ha pasado a la profesora de Economía Tali Nattrass. En mayo de este año Nattrass publicó un artículo académico titulado "Por qué los estudiantes negros son menos proclives a optar por estudiar ciencias biológicas". Basándose en entrevistas a 211 estudiantes, más de la mitad de ellos negros, Nattrass llegó a las siguientes conclusiones.

Por un lado, el hecho de que la mayoría de ellos provengan de medios pobres, comparados con los de los de los estudiantes blancos sudafricanos, hace que se decanten habitualmente por estudios que dan acceso a profesiones mejor pagadas, como la contabilidad y las leyes. Según lo observado por Nattrass, la elección de estudios de biología está a menudo relacionada también con la aceptación de que el hombre viene del mono, una realidad que los estudiantes negros son más reacios a asumir debido a la educación que han recibido en sus escuelas y a las creencias religiosas en sus comunidades.

La investigación de Nattrass fue recibida con hostilidad y descalificaciones por parte de organizaciones como el Black Academic Caucus, una asociación de universitarios inherentemente racista, ya que no admite afiliados que no sean negros. Según esta asociación, las conclusiones de Nattrass eran "ofensivas para con los estudiantes negros" y hacían necesario tomar acciones contra "las investigaciones condescendientes y deshumanizadoras".

En vez de fomentar la integración y expandir las oportunidades de los negros, las mujeres y las minorías sexuales, los movimientos identitaristas la sabotean y las reducen.

Esta hipersensibilidad en asuntos raciales o que atañen a otros colectivos muy cotizados en la bolsa de valores del victimismo ofrecen a los individuos que forman parte de ellos un comodín a la hora de defender una posición en un debate o presentarse como agraviado en cualquier interacción entre personas. Independientemente del valor intelectual de conclusiones como las de Nattrass, o de quién tenga razón en una disputa con un integrante de uno de estos grupos-víctima, las acusaciones de discriminación y prejuicios son siempre un caballo ganador que pone en una ventaja casi irreversible al que los denuncia y expone al denunciado a una lluvia de descalificaciones profundamente injusta y de consecuencias funestas para su reputación y su hacienda.

No es extraño, por tanto, que cada vez más gente que pertenece a colectivos calificados como agresores –los hombres, los blancos, los heterosexuales– vean como mejor solución limitar sus interacciones con colectivos susceptibles de declararse violentados. Porque quien es acusado de racismo, machismo o LGTB-fobia tiene en nuestro tiempo muy pocas posibilidades de ganar o al menos ser absuelto en el tribunal de la opinión pública y muchas posibilidades de perderlo todo, por justa que fuera su posición.

Con la llegada de la cultura del me too, y antes incluso de que esta llegara a Hollywood y tomara ese nombre, muchos hombres en Estados Unidos dejaron de subir al ascensor con una mujer solos por miedo a ser acusados sin testigos de acoso sexual y ver arruinadas sus carreras y sus vidas. Este efecto ascensor lo empezaremos a ver también en Europa aplicado a los integrantes de los colectivos ultraprotegidos.

Un panadero que haya de contratar, por ejemplo, elegirá antes a un rumano o a un búlgaro que a un árabe o a un negro, porque el Este de Europa cotiza peor en la bolsa del victimismo y el panadero tendrá mucho menos peligro de ser acusado de racismo si un día tiene que despedir al empleado. Investigadores como Nattrass dejarán de elegir como objeto de estudio a comunidades históricamente discriminadas para centrarse en grupos sobre los que se pueda decir lo que se observa sin riesgo de ser estigmatizado por ello, con el consiguiente perjuicio para el conocimiento de esas mismas comunidades y su comprensión de sí mismas.

En vez de fomentar la integración y expandir las oportunidades de los negros, las mujeres y las minorías sexuales, los movimientos identitaristas la sabotean y las reducen. Esto podría puede parecer una paradoja, pero es la razón de ser misma de una corriente que solo puede prosperar en la polarización y el enfrentamiento y tendría los días contados si el progreso civilizatorio siguiera su curso sin sabotajes.

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