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Amando de Miguel

Como si fuera otra guerra mundial

Los grandes cataclismos de la Historia se pueden anticipar, por lo menos para amortiguar algunos de sus efectos.

Mike Kniec - pxhere

Los grandes cataclismos de la Historia se pueden anticipar, por lo menos para amortiguar algunos de sus efectos. La base del diagnóstico político es el conocimiento del pasado inmediato. Es, aproximadamente, lo contrario de lo que en España se llama, aviesamente, ‘memoria histórica’, que en realidad no es ninguna de las dos cosas.

La hecatombe económica y social que se nos echa encima cuenta con un precedente: la gran depresión de 1929, que a España llega en 1931. Fue un suceso inesperado que echó por tierra el relativo auge económico de los años 20. Entonces ni siquiera se contaba en España con estadísticas adecuadas para medir el impacto de una depresión. Asombrosamente, ningún dirigente o vocero de la II República fue consciente de la crisis económica que nos acogotaba. Una ignorancia tal constituyó una de las causas del desmoronamiento de la República y del trágico desenlace de la Guerra Civil.

La hecatombe actual, a causa de la pandemia del virus chino, va a ser mucho más devastadora que la gran depresión de 1931 y siguientes. De nuevo, hay que resaltar la ignorancia de los actuales gobernantes al respecto. Y eso que, por primera vez en la historia, España cuenta con un jefe del Gobierno que es doctor en Economía.

De momento, ya vemos que se ha venido abajo la economía turística, el único ramo en el que España podía pasar por un país primate. Es solo un primer indicio. Sigue el desmantelamiento de otros sectores en los que cuentan mucho los intercambios internacionales y la movilidad de las personas: transportes (terrestre, marítimo, aéreo), automóvil, comercio, etc.

Concluye la época de la 'economía global'. Vamos hacia una nueva estructura económica localista, como la que dominó en los siglos anteriores.

Resulta pavoroso el efecto paralizante de las restricciones a la movilidad que ha empezado a ocasionar la pandemia del virus chino. Tienden a atenuarse las reuniones multitudinarias, hasta ahora consustanciales con nuestro modo de vida: ferias, fiestas, mercadillos, mítines, conferencias, manifestaciones, congresos, etc. Se paralizan ciertas instituciones que reúnen a ocasionales multitudes: espectáculos masivos, centros comerciales y de ocio, grandes hoteles, hospitales, residencias, museos, centros de enseñanza, desfiles, exposiciones, etc. El efecto disgregador afecta también a los ritos religiosos: bodas, bautizos, primeras comuniones, funerales, misas, procesiones, peregrinaciones, etc.

No se trata de algo circunstancial, efímero. Así, lo parece al principio, pero la tendencia no lleva trazas de detenerse. Todo depende de que la pandemia se extinga o persista. Se nos dijo que era algo ocasional y que se vencería pronto con una vacuna. Habrá no solo una, sino varias vacunas y remedios, pero subsistirá el estancamiento económico debido a la pandemia. También se dijo que el mal se iba a aliviar (en el hemisferio septentrional) con la llegada del verano. Ahora resulta que la pandemia se ha transformado en endemia, lo que se llama, piadosamente, 'rebrotes'. En los Estados Unidos el mal azota sobre todo a los territorios sureños, los más cálidos. Se prueba, por tanto, que lo de la asociación del virus con el frío es una leyenda.

La consecuencia imprevista es que concluye la época de la economía global. Vamos hacia una nueva estructura económica localista, como la que dominó en los siglos anteriores. Una simple paradoja: las casas de turismo rural sobreviven mejor a la crisis que los grandes hoteles de centenares de habitaciones.

Un efecto sorprendente es que se desbaratan en el mundo los últimos imperios conocidos: Estados Unidos de América, Unión Europea. Mientras tanto, asistimos perplejos al orto de un nuevo imperio: China. No es menor paradoja que el virus sin nombre o con etiqueta vergonzante proceda de ese país. Precisamente el hecho de que no se pueda decir "virus chino" es un exponente del nuevo imperialismo de China. Como lo fue que la Organización Mundial de la Sanidad se inhibiera de alertar al mundo de la llegada del nuevo virus. El hecho es que el director general de la OMS es un peón de la hegemonía china, que, de momento, se vuelca sobre África.

Total, que nos encontramos con el equivalente de una tercera guerra mundial, aun sin el aparatoso despliegue de tropas y de armas.

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