En definitiva, se acabó el ciclo de la transición democrática, con lo que tuvo de reconciliación de las dos Españas, del finiquito de la espantosa guerra civil, sus antecedentes y consecuencias. Queda el abuso del epíteto democrático para santificar el sustantivo que mejor convenga. Sin ir más lejos, “memoria democrática”, que significa revivir los borrosos recuerdos de la guerra civil. Por lo visto, nos va a dar mucha paz desenterrar las calaveras de hace más de ocho décadas. Sin ir más lejos, mis parientes de Palencia podrán dar sepultura a los huesos de mi primo Tomás, fusilado en Paracuellos, bajo la autoridad de Santiago Carrillo. Tomás era un estudiante de 16 años.
Dicen que conviene revisar los procesos penales de tipo político de cuando la guerra y de los años posteriores. Uno que debe recordarse bien es el de Luis Lucia, dirigente de la Derecha Regional Valenciana. Como tal, fue diputado de la CEDA y ministro en el Gobierno Lerroux en 1933. Estalló el alzamiento de Franco, y Lucia fue sometido a un consejo de guerra por parte de la República. Se le condenó a muerte por auxilio a la rebelión. Pero eso fue ya al final de la contienda. El sumario quedó en manos de las tropas de Franco, con tal mala fortuna que le abrieron otra vez un consejo de guerra por parte del franquismo. De nuevo se le condenó a muerte por auxilio a la rebelión, ahora la del otro bando. Al final, por mediación de los obispos, la pena capital fue conmutada por un caritativo destierro de por vida en Palma de Mallorca, donde murió, supongo que asqueado.
Habrá que congratularse de que algunos procesos penales de tipo político bajo el franquismo vayan a ser anulados. Así, modestamente, el consejo de guerra que yo padecí en 1970. La condena fue liviana, a solo seis meses de prisión, pero interrumpió gravemente mi carrera académica. El delito fue publicar un artículo, en una revista de una empresa constructora, con la tesis de que la guerra del 36 fue, efectivamente, una guerra civil, no una cruzada.
Si se trata de borrar el franquismo de la memoria colectiva, habría que ir clausurando la Renfe, la ONCE, la agencia EFE y TVE, entre otras instituciones emanadas de la voluntad de Franco. Tampoco estaría mal dinamitar las obras del trasvase Tajo-Segura, aunque, por otra parte, fue una iniciativa de la época de Indalecio Prieto en Obras Públicas. Pero bien se podrían volar cientos de embalses, que Franco llamaba “pantanos”, en aras del desarrollo sostenible.
Si el propósito fuera el de recordar las barbaridades de la guerra civil, aporto una que tengo delante. Por mi ventana diviso el caserío de un hermoso pueblo de la Sierra de Madrid. Hace unos años, un vecino de esa localidad me comentó el recuerdo de cuando era niño, en 1936. Los mozos organizaron la farsa de una corrida de toros. El alcalde hacía de toro. Los mozos se lucieron con unos cuantos capotazos y otros lances. Le pusieron las banderillas al pobre alcalde y, por fin, le clavaron el estoque. Aquello fue una fiesta. En la otra punta de Madrid, los milicianos encontraron otra diversión: fusilar el monumento del Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Todo esto lo habíamos olvidado, pero ahora se va a revivir con la malhadada ley de memoria democrática. La cual se propone reavivar la apología del odio entre españoles.
La ocasión es propicia. La izquierda perdió la guerra civil, pero ahora puede desquitarse. El Gobierno actual es la réplica del Frente Popular de 1936: socialistas, comunistas y separatistas. Se añade, ahora, el apoyo del partido de los terroristas vascos, que se hacen llamar Bildu (= colegio). La nueva hazaña será dinamitar la Cruz del Valle de los Caídos. Pongamos la etiqueta adecuada: no es “memoria democrática”, sino “resentimiento totalitario”.