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Florentino Portero

Alemania y la crisis bielorrusa

Me temo que esta decadente Europa se ha entregado al gusto inmediato y pagará duramente por ello.

Me temo que esta decadente Europa se ha entregado al gusto inmediato y pagará duramente por ello.
La canciller alemana, Angela Merkel, y presidente ruso, Vladimir Putin, en una imagen de archivo. | EFE

A muchos nos sorprendió, hace unos años, que una formación política tan racional y responsable como la Unión Demócrata Cristiana alemana (CDU) renunciara a la energía nuclear. La fisión nuclear es la forma de generación de energía que aúna una mejor relación entre coste y garantía de suministro. Abandonarla suponía, en el caso de Alemania, establecer una dependencia estratégica con Rusia que, en el mejor de los casos, sería una insensatez. Detrás de esa decisión tan radical se encontraba un liderazgo que percibía una creciente desconexión con las generaciones más jóvenes y que constataba el crecimiento de la opción política verde. Con el tiempo los verdes abandonaron parte de su discurso radical, aunando una defensa de la economía liberal con una profunda sensibilidad por lo ecológico y sostenible. Aquellos líderes entrevieron que podía estar en marcha un reencuentro entre padres e hijos en torno a la mesa familiar, cuya expresión política sería un nuevo formato de coalición. Atrás quedaban los históricos acuerdos con los liberales, afines a los intereses empresariales. En cuanto a las grandes coaliciones con los socialdemócratas, eran, y son, antinatura, sólo explicables en situaciones extraordinarias.

El Consejo Europeo ha condenado el pucherazo ejecutado en las recientes elecciones celebradas en Bielorrusia. No podía ser de otra manera. Alexander Lukashenko, el singular dirigente de aquel país, reivindica la legitimidad del resultado, denuncia la supuesta agresión de la Alianza Atlántica y busca refugio en Rusia. Putin aprovecha la oportunidad y gana espacios de influencia, situando a Bielorrusia en su órbita. Se esperan acciones efectivas por parte del Consejo ante esta situación, pero no llegan y no parece que vayan a llegar.

La Unión Europea es una reunión de Estados con intereses distintos. Como señalé con anterioridad, Alemania ha asumido libremente una dependencia estratégica respecto de Rusia por el suministro del gas. Han sido muchas las voces en ese país, y desde posiciones políticas variadas, que han exigido una revisión en profundidad de la política seguida con Rusia, a la vista de su evidente fracaso. La comunidad de intereses no ha llevado al Kremlin a posiciones más civilizadas, en términos europeos. Resulta que, a pesar de todo el trabajo realizado, Rusia se comporta como si fuera Rusia. Otra incómoda ducha de realidad para los biempensantes líderes alemanes y europeos. Entre las demandas presentadas ante el Gobierno de Berlín está la de poner fin al proyecto Nord Stream 2, fase final del conjunto de gasoductos que permitiría el suministro de gas directamente desde Rusia. Todo apunta a que el Gobierno alemán de coalición mantendrá el proyecto en pie, a pesar del fracaso de su política hacia Moscú, de las demandas de cambio, de lo sucedido en Bielorrusia –colofón de un conjunto de acciones entre las que podemos destacar la invasión y posterior escisión de parte de Georgia–, de la intervención en la crisis ucraniana, la anexión de Crimea y las permanentes campañas de desinformación llevadas a cabo entre nosotros.

Situaciones como ésta nos ayudan a entender qué es y qué puede ser la política exterior de la Unión Europea; en qué medida la Unión puede ser un actor internacional. De nada vale que nos indignemos con las acciones de Putin y que exijamos de nuestras instituciones una posición firme. La primera potencia europea, Alemania, por cuestiones de política interior decidió acelerar el proceso de desnuclearización sin hallar mejor alternativa que asumir una dependencia con Rusia que, finalmente, lo es de toda Europa.

Recuerdo cuando el profesor Varela Ortega nos repetía a los entonces jóvenes historiadores aquello de que la política nada tiene que ver con el paladar, que no se trata de gustos sino de intereses. Al estadista se le reconoce por saber distinguir los intereses nacionales de los que no lo son y por actuar en consecuencia, garantizando su salvaguarda. Me temo que esta decadente Europa se ha entregado al gusto inmediato y pagará duramente por ello. La pobre reacción a la invasión de Georgia alentó al Kremlin a actuar en Ucrania. A la vista de la patética reacción de Merkel y Sarkozy, se animaron a anexionarse Crimea… Miden sus pasos en función de nuestras reacciones y, sobre todo, de su ausencia.

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