El comunismo, peor que el fascismo
El comunismo es violencia desde la teoría de Marx a todos los asesinatos perpetrados por ETA, pasando por Pol Pot, Sartre, las Brigadas Rojas o la URSS.
Uno de los filósofos en la esfera de influencia de Jean Paul Sartre, Merleau-Ponty, elaboró una reivindicación de la bondad del mal en el comunismo. Para el filósofo francés,
Marx es hostil a la pretendida no-violencia del liberalismo, pero la violencia que prescribe no es una violencia cualquiera.
Los comunistas como Merlau Ponty, elevados al pedestal de su supuesta superioridad moral, justifican el mal de la manera más sincera. Siguiendo la recomendación de Marx de no ocultar la vocación violenta del comunismo Merlau Ponty escribe:
La astucia, la mentira, la sangre derramada, la dictadura, se justifican si hacen posible el poder del proletariado, y en esa medida solamente.
Dicho poder del proletariado lo ha de interpretar una casta suprema de conocedores del proletariado ideal, no de los trabajadores de carne y hueso, concretos, a los que los comunistas teóricos desprecian por no estar a la altura de sus ideales.
Cuenta la leyenda que, durante el rodaje de Asesinato en Orient Express, la actriz trotskista Vanessa Redgrave rechazó sentarse a comer con el resto del reparto -del director Sidney Lumet a Sean Connery e Ingrid Bergman- para compartir mesa con los trabajadores y técnicos para así hablar de la revolución socialista y la explotación capitalista. Hasta que los trabajadores se hartaron de las monsergas y declararon que preferían sentarse con los actores burgueses y explotadores porque al menos Sir John Gielgud contaba interesantes y divertidas anécdotas.
Redgrave simboliza la fatal arrogancia de aquellos que en la extrema izquierda se consideran legitimados a imponer el Terror porque supuestamente sólo ellos encarnan la pura, profunda y auténtica humanidad. El resto no somos sino viciosos burgueses explotadores o trabajadores traidores a su conciencia de clase. Merleau-Ponty vuelve a ser meridiano en su reconocimiento del carácter monstruoso del comunismo al tiempo que lo vende como si estuviese imbuido de piedad franciscana:
La política marxista es, en su forma, dictatorial y totalitaria. Pero esta dictadura es la de los hombres más puramente hombres, esta totalidad es la de los trabajadores de toda clase que vuelven a tomar posesión del Estado y de los medios de producción.
Merleau-Ponty critica el terrorismo de Estado de Stalin pero no en cuento terrorismo sino en cuanto que no es virtuoso. Este alabanza del terrorismo puro se muestra como el mal radical encarnado en Lenin y en Mao tanto como en Marx y Engels, los autores intelectuales de los crímenes políticos que llevarán a cabo los matarifes comunistas. Esta justificación de la barbarie como realización del amor más apasionado, del genocidio a causa del humanismo más elevado, es lo que hace que el comunismo sea todavía peor que el fascismo: su capacidad de mistificación es mucho mayor y a día de hoy todavía engaña a mucha más gente. Sobre todo en amplias áreas de las nuevas generaciones, en las que el analfabetismo funcional se une a la radicalización política y la sentimentalidad como sustituta de la racionalidad en unos estudiantes cada vez más infantilizados. El producto de una debacle pedagógica que los lleva al sectarismo ideológico y el postureo concienciado.
Nunca jamás en la historia un comunista ha estado dispuesto a arriesgar su materialista piscina en aras de una utópica revolución.
La mayor intelectualización del comunismo también hace que sea peor que el fascismo porque su dominio de la jerga retórica lo hace más peligroso por el embrujo demagógico que es capaz de llevar a cabo. Un ejemplo es la contraposición que hace Merleau-Ponty entre la “libertad-ídolo”, aquella que se llevaría a cabo en repúblicas burguesas como EEUU o Francia, y la “libertad efectiva” que se disfrutaría en repúblicas proletarias como Cuba entonces o Venezuela ahora. Por supuesto, Merleau-Ponty, como Sartre, preferirá vivir en la burguesa Francia que en la revolucionaria Cuba, a la que solo visitará como turista del ideal:
Criticando la libertad-ídolo, aquella que inscripta en una bandera o en una Constitución santifica los medios clásicos de la represión policial y militar en nombre de la libertad efectiva, aquella que integra la vida de todos, del campesino vietnamita o palestinense como la del intelectual occidental.
El comunismo es violencia desde la teoría de Marx a todos los asesinatos perpetrados por ETA pasando por Pol Pot, Sartre, las Brigada Rojas, la URSS, Fidel Castro, Fanon, Corea del Norte, el Libro Rojo, el gulag y la cheka. No hay más que leer Memoria del comunismo de Federico Jiménez Losantos y Los enemigos del comercio de Antonio Escohotado. En el Occidente liberal hemos domesticado hasta cierto punto a los autoproclamados terroristas humanitarios y, en consecuencia, han dejado las armas. Pero siguen los escraches perpetrados por los podemitas y la dictadura perfecta que llevan a cabo los nacionalistas conservadores en el País Vasco apoyándose en la kale borroka de las juventudes batasunas. Es cierto que en la actualidad Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias e Irene Montero están demasiado ocupados aburguesándose para salir fotogénicos en Vanity Fair y aprendiendo a maridar los vinos de los menús de degustación, por lo que no tienen tiempo para resucitar el FRAP o las Brigadas Rojas. Pero no desmantelan del todo en su oratoria la apología de la violencia porque consideran que la suya no es sólo necesaria sino virtuosa.
En un nuevo programa de la televisión pública, HIT, un profesor explicaba (mal) la paradoja de la tolerancia de Popper:
Si queremos una sociedad tolerante habrá que ser intolerante con la intolerancia. Hay quien cree que el fascismo es una opción más.
En Libertad Digital expliqué a propósito del autopostulado como “rojo y maricón” Jorge Javier Vázquez que en realidad Popper, en una nota a pie de página de La sociedad abierta y sus enemigos, no pretendía convertirse en un inquisidor políticamente correcto y que, desde el punto de vista liberal, el fascismo sí es una opción legítima siempre y cuando sus seguidores no usen la violencia que defienden teóricamente:
Debemos reclamar el derecho de prohibir (las ideologías intolerantes), si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponerse en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario (...) les enseñen (a sus adeptos) a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas.
Popper defiende, por tanto, que siempre y cuando se mantengan en el nivel del discurso los intolerantes deben ser tolerados. La tolerancia debe ser lo más amplia posible, dentro del límite de los medios pacíficos. Igual que con el fascismo cabe ser tolerante con el comunismo (la tolerancia no es lo mismo que el respeto). Sin embargo, aunque en el plano práctico ambos han sido igualmente genocidas, por lo que cabe considerarlos equivalentes, desde el punto de vista filosófico el comunismo ha sido, como hemos visto, mucho peor que el fascismo. La razón de ello reside en que el comunismo es mucho más jaleado y legitimado todavía en pleno siglo XXI que el fascismo. Hay miembros en el gobierno actual del PSOE que se han declarado admiradores de Lenin y Fidel Castro así como de la guillotina como “madre de la democracia”. ¿Alguien imagina si miembros de un gobierno de la derecha se manifestasen a favor de Pinochet y Franco, además de defensores del Terror reaccionario?
La maldad superior del comunismo se basa, por tanto, en el convencimiento de sus seguidores de que su violencia no sólo está justificada sino que es buena. El comunismo es intrínsecamente violento. Marx y Engels terminaron su Manifiesto comunista con una apología de la violencia:
Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente.
Y en un artículo en Neue Rheinische Zeitung Marx realizó un encendido enaltecimiento del terrorismo:
Sólo hay una manera de acortar, simplificar y concentrar las agonías mortales de la vieja sociedad y los sangrientos dolores de parto de la nueva sociedad, y esa manera es el terror revolucionario.
El poeta Heinrich Heine defendió la importancia de las ideas a la hora de llevar a cabo acciones humanas. Maximilian Robespierre, dijo, no fue más que la mano de Jean Jacques Rousseau al manejar la guillotina. En ese sentido Lenin fue una marioneta en las garras intelectuales de Karl Marx. Y Pablo Iglesias e Irene Montero no son sino los discípulos aventajados de Laclau y Mouffe con ecos de Merleau-Ponty y su reivindicación del humanismo terrorista (lo que otro filósofo de extrema izquierda, Louis Althusser, denominaba “antihumanismo teórico de Marx”). Pero, a diferencia de Robespierre y Lenin, los mercachifles populistas españoles tienen piscina. Y nunca jamás en la historia un comunista ha estado dispuesto a arriesgar su materialista piscina en aras de una utópica revolución.
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