Macron ha lanzado en Francia una campaña estatal contra la islamización de la sociedad francesa. Ha denunciado que hay zonas en las que las leyes musulmanes de la sharia se están imponiendo sobre los constitucionales y las costumbres islámicas sobre las francesas.
La República no admite ninguna aventura separatista. La igualdad ante la ley implica que las leyes de la República serán siempre superiores a las reglas particulares. Por esta razón, no habrá lugar en Francia para aquellos que, en nombre de un Dios, a veces con ayuda de potencias extranjeras, pretenden imponer la ley de un grupo.
Para entender la razón última de esta campaña de Macron por las leyes, las costumbres y los valores laicos y republicanos franceses es fundamental ver una película que ha pasado desapercibida para el gran público pero que es, sin duda, la más relevante sobre uno de los grandes peligros que enfrenta la sociedad liberal occidental.
El joven Ahmed es una película de los hermanos belgas Dardenne —directores de cine premiados dos veces con la Palma de Oro en Cannes, por Rosetta y El niño– que cuenta la progresiva radicalización de un chaval belga de padre árabe y de madre belga que vive en una ciudad que podría ser Brujas o Amberes. Con El joven Ahmed han ganado en Cannes la Palma a la mejor dirección, un premio que fue contestado por parte de la crítica que se sintió confundida por la tesis de fondo de los Dardenne.
Ahmed, de unos trece años, vive en un barrio en el que los musulmanes soportan cierta esquizofrenia entre aquellos imanes yihadistas que pretenden crear algo así como un califato espiritual independiente en mitad de una ciudad como Bruselas o Gante, mientras que otros musulmanes quieren modernizar su religión haciéndola compatible con los principios ilustrados que hicieran que el Islam pueda integrarse dentro de los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Una profesora de Ahmed, musulmana, representa el Islam ilustrado que hace compatible el Corán con el estudio del árabe a través de canciones pop y pretende educar a los más jóvenes en la tolerancia y la amplitud de miras. Sin embargo, el imán de su mezquita es un islamista que desprecia a las mujeres, santifica la violencia y busca adoctrinarlos mediante la memorización ciega y única de versículos religiosos. Ahmed se niega a dar la mano a su profesora porque cree, siguiendo a su maestro religioso, que las mujeres son inferiores e impuras.
La película de los Dardenne es, como siempre, tan valiosa en lo estrictamente cinematográfico, con la cámara pegada a unos protagonistas que brillan por su austeridad interpretativa y su autenticidad emocional, como arriesgada en la propuesta social. Porque apunta, sin coartadas victimistas ni cortinas de humo, a las llagas que se ha atrevido a señalar también Macron: la campaña fundamentalista de cierto clero islámico amparado por parte de la población musulmana (pertenece al género del terror cinematográfico la secuencia de debate de varios progenitores musulmanes sobre si la profesora debe enseñar árabe a los estudiantes usando únicamente el Corán o, de manera complementaria, textos laicos) así como la responsabilidad individual de los jóvenes que en la búsqueda de un sentido para la vida, algo perfectamente natural y legítimo, se encuentran entre la oferta social tanto el fútbol como el ecologismo, la política, el consumismo o, y aquí reside el problema, el asesinato como modo de demostrar su fe.
En este contexto de ataque islamista contra la libertad en general y las mujeres en particular, Macron ha decidido extender la prohibición del velo tradicionalista, convertido en un símbolo de la ultraortodoxia, a las empresas privadas delegadas de servicios públicos, así como un mayor control de las asociaciones musulmanas para prevenir su deriva fundamentalista. El caso de El joven Ahmed se está extendiendo aprovechando que hay familias musulmanas cuyos hijos se educan solo en casa y únicamente en contenido religioso ultraortodoxo. Por último, pero lo más importante de todo, Macron hará un plan para apoyar a los musulmanes ilustrados, como la profesora retratada en la película de los Dardenne, que sin embargo están silenciados, como lo estaban en el País Vasco los demócratas pacíficos, por aquellos que usan la violencia para hacer caer las nueces mientras que otros las recogen.
En el caso español podemos estar también criando el huevo de la serpiente. No lo sabemos porque hay un pacto de silencio para ocultar cualquier información que pueda delatar la islamización de la sociedad española. Lo más inquietante es, como muestran el caso nacionalista y el populista, que no hay fibra moral ni profundidad intelectual para defender el Estado de Derecho liberal, tanto en la ley como en su espíritu. Se hace pasar por tolerancia lo que no es sino apaciguamiento y se proclama hasta la extenuación la necesidad del diálogo mientras no hay sino sometimiento ante las minorías que más músculo violento exhiben
¿Por qué resulta tan perturbadora El joven Ahmed? No porque revele la fuerza del fanatismo islamista, tan trágico en sus convicciones a machamartillo, sino porque muestra la fragilidad de nuestro progresismo democrático, una farsa de alharacas y postureo barato. Y porque muestra cómo los terroristas, tanto el adolescente como el imán, son completamente responsables de sus actos sin mediar ninguna excusa estructuralista tan habitual entre los progresistas. Terminó Macron recordando que la democracia liberal "es siempre frágil, siempre precaria (...) no está asegurada (...) Es una conquista. Siempre hay que protegerla o reconquistarla". ¿Cuándo la República francesa, y por extensión la civilización occidental, decidió someterse a la eutanasia? ¿Cabe, sin embargo, una reconquista de los valores laicos, liberales e ilustrados?