El mayor peligro contra el sistema público educativo es el socialismo. La misión del Estado liberal es poner los medios necesarios para que las familias con menos recursos tengan las mismas oportunidades de prosperar. Recursos no sólo económicos sino también culturales y morales. Como subraya Daniel Markovits en su libro La trampa de la meritocracia, los ricos invierten muchísimo en sus hijos desde su más tierna infancia, pero lo fundamental no es la cantidad de dinero, sino los valores éticos propios del capitalismo: el trabajo duro, la disciplina organizativa, el respeto por la autoridad y el amor por el conocimiento. Nadie más estajanovista que un estudiante de clase media y alta en un sistema ético-capitalista.
Markovits modifica el esquema marxista que describe el capitalismo, según el cual la inversión de dinero lleva a la producción de bienes y esta a conseguir más dinero que se vuelve a invertir, sustituyendo la producción de bienes por la de educación. Sin embargo, ideólogos de izquierda como el propio Markovits o el filósofo Michael Sandel, en lugar de reivindicar un sistema público educativo a favor de la meritocracia y los valores que incorpora, cargan contra el mismo concepto, siguiendo la doctrina igualitarista que pretende rebajar a la élite en lugar de hacer, como defendía Ortega, que la masa se convierte ella misma en una clase que valore y reivindique el conocimiento, la cultura y la sabiduría.
El ascensor social sólo funciona si el sistema educativo público es capaz de incorporar dichos valores educativos y extenderlos entre las clases menos favorecidas. Contra esta trampa de la educación, por la que los más ricos se asegurarían permanentemente un puesto en la cumbre, el Estado liberal propone construir un sistema público que imite en todo lo posible dicho esquema conceptual, invirtiendo en educación para todos aquellos que no pueden permitírselo. Pero no sólo en términos de financiación económica sino, sobre todo, desde los parámetros morales capitalistas mencionados.
El socialismo, por el contrario, supone en lo educativo la perversión de dicho Estado de Bienestar liberal subrayando únicamente la dimensión del presupuesto público pero destruyendo los fundamentos éticos de la educación y sustituyéndolos por la diversión, la eliminación de las dificultades y el ataque a la figura del profesor que es sustituido por el profe, una especie de youtuber infantilizado sometido al lenguaje inclusivo, la gamificación y la dictadura de las AMPAs. De esta manera, en lugar de inversión educativa tenemos un gasto que produce analfabetos funcionales, profesores desmotivados e inspectores y directores convertidos en comisarios ideológicos.
La ministra de Educación Celaá ha perpetrado el último ataque socialista contra un sistema educativo de calidad permitiendo que los alumnos puedan pasar de curso habiendo suspendido sin límite de asignaturas. Tiene razón Celaá cuando sostiene que en España se repite demasiado, pero ello no implica bajar el nivel, sino poner más medios para que los alumnos que no tienen los valores éticos adecuados respecto a la educación puedan trabajar en un entorno que los cultive. La ministra no sólo lleva a cabo esta medida empobrecedora por electoralismo (en el horizonte se dibuja la pretensión de bajar la edad de votar a los adolescentes dieciséis años, una vez que se haya conseguido convertirlos en profesionales de la ignorancia, en fanáticos de la pereza, en adictos al plagio) sino porque forma parte de la genética ideológica socialista el odio intuitivo al mérito moral y a la aristocracia espiritual. Por el contrario, les domina la deriva inconsciente hacia el igualitarismo consistente en cortar las piernas de los más altos para ponerlos a la altura de los enanos. A su propia altura.