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Amando de Miguel

La nueva reclusión hogareña

A los españoles (tan dados a los ocios ruidosos, gregarios y expresivos) nos ha hecho reconsiderar la virtud de la eutrapelia.

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No hay mal que no por bien no venga. Esa divisa de la moderación y la esperanza es una de las claves de la sabiduría campesina, resignada ante tantos avatares. La dichosa pandemia nos ha acostumbrado a una austeridad forzosa, a cultivar hábitos de renovada higiene, sobriedad y ponderación. De modo especial, a los españoles (tan dados a los ocios ruidosos, gregarios y expresivos) nos ha hecho reconsiderar la virtud de la eutrapelia. Consiste en disfrutar de la vida en casa de uno, gracias a la vieja costumbre de la lectura y de la nueva de la consulta electrónica (música, mensajes escritos o de voz, películas, toda la gama televisiva).

Ha hecho falta el miedo al contagio del maldito virus chino para que nos enclaustremos en los respectivos domicilios. La verdad es que muchos de ellos no estaban preparados para esta nueva función del confinamiento prolongado, para que coexistieran diferentes estilos vitales. Ahorramos mucha gasolina, gastamos lo mínimo en ropa y perdemos poco tiempo en movernos de un lugar para otro.

Las nuevas virtudes individuales quizá tropiecen con el grave inconveniente de que la economía haya perdido músculo, poco menos que se ha congelado. Pero a lo mejor nos percatamos de que mucha de la anterior actividad económica no era más que un trasiego de esfuerzos vanos. Habrá que alterar los hábitos referidos a los viajes sin ton ni son, la frecuentación de establecimientos restauradores. Puede que al final demos con una economía y un tipo de vida con una mayor y mejor productividad, con otras satisfacciones.

Desde luego, habrá que rediseñar unos hogares más cómodos, más aptos para el descanso, el trabajo y el asueto de varias personas a la vez. De momento, ha hecho fortuna el negocio de provisión de muebles, cachivaches electrónicos y aparatos para hacer ejercicio físico dentro de casa. Lo de hacer las comidas en casa vuelve a ofrecer un gran atractivo. A la fuerza, hemos descubierto que, para desarrollar muchas actividades y llevar a cabo ciertos trámites, no hace falta desplazarse físicamente; basta con la comunicación telemática, la firma electrónica. Gran oportunidad para los informáticos. Las visitas on line a los museos, exposiciones y ciertos espectáculos (conferencias, reuniones profesionales) constituyen una nueva actividad prometedora.

Estoy oyendo sus objeciones, señora mía. El confinamiento obligado, la reclusión hogareña, la austeridad potestativa, todo ello restringe, y hasta puede que incluso elimine, un sinfín de cálidos contactos humanos. Pero puede que también atenúe algunos conflictos interindividuales. Vaya lo uno por lo otro. En la ruleta de la vida no siempre se gana.

Lo siento de veras por los conjuntos de amigos íntimos, los novios, los amantes y equivalentes. Son los que, indudablemente, están pagando el pato del forzado enclaustramiento doméstico. Suelen ser, más bien, personas jóvenes, las mismas que encontrarán difícil abrirse paso en la jungla de las ocupaciones y los estudios. Encima, los nuevos egresados del sistema educativo pertenecen a unas promociones faltas de exigencia académica. Esa aparente facilidad les resultará un obstáculo para salir adelante en la vida. Me temo que vaya a aumentar la clientela en los despachos de los psiquiatras; otra profesión en auge, aunque limitada, de momento, a las consultas por teléfono o skype. Hay más ocupaciones con buenas perspectivas de trabajo: cuidadores de ancianos, profesores particulares, repartidores de mercancías y otras operaciones logísticas. Nótese que se trata de servicios típicos de una sociedad tradicional que se creía superada, solo que ahora se revitalizan, al tiempo que se arrumban viejas organizaciones.

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