Estos días se cumplen 400 años del desembarco de los peregrinos del Mayflower en lo que hoy es el puerto de Provincetown, uno de los episodios fundadores de los Estados Unidos. A bordo del Mayflower viajaron dos grupos. Unos venían movidos por el interés por conseguir una vida mejor. El resto –los promotores del viaje– pertenecían a una secta puritana inglesa y llevaban varios años exiliados en Leiden, en los Países Bajos, tras su ruptura con la Iglesia de Inglaterra. Se llamaban separatistas por esa voluntad de escisión, y aspiraban a pertenecer al escogido número de santos que el Señor elige, en un designio inescrutable, para la salvación.
La prueba a la que se iban a someter, con la travesía del océano en otoño y su instalación en un territorio desconocido, sin posible vuelta atrás, era también una forma de intentar comprender el destino que el Señor les reservaba. La rectitud, la cohesión y la cooperación que esa fortísima convicción religiosa llevaba aparejadas serían fundamentales en el éxito del grupo, que acabó instalándose en lo que le llama desde entonces el puerto de Plymouth. Se enfrentaron en los primeros años a unas condiciones extremas en cuanto a las enfermedades, la habitación y la alimentación. Es el acuerdo, o alianza –un término de fuerte sabor bíblico–, de la que habla en su gran crónica –Of Plymouth Plantation, o Del asentamiento de Plymouth– William Bradford, el líder de aquellos santos separatistas. Allí se iba a fundar esa ciudad en la montaña a la que aludiría, esta vez en términos del Nuevo Testamento, otro puritano, John Winthrop (que llegaría a conocer al primero), antes de su partida al Nuevo Mundo.
Llevado por lo que Bradford llamó el “vasto y furioso” océano, la nave de los peregrinos acostó más al norte de su destino. Y al no tener permiso para establecerse allí, los pasajeros llegaron a un acuerdo que fijaron por escrito, el 21 de noviembre de 1620, en lo que se llama el Mayflower Compact, o Pacto del Mayflower. Lo importante ahora era hacer explícito el compromiso de todos los componentes de la expedición para la supervivencia del grupo. Para ello, el Pacto del Mayflower, que empieza con un ”nosotros” que volverá a escucharse en el arranque de la Constitución de los Estados Unidos de América, establece un “cuerpo político civil” a cuya supervivencia y “bienestar general”, y a cuyas “leyes, ordenanzas, actas, constituciones y oficios” –“justos y equitativos”– declaran “obediencia y sumisión”.
El Pacto del Mayflower, más aún en la sencillez de los términos en los que se expresa, resulta una extraordinaria novedad. Fue el vivo ejemplo de una comunidad política formada voluntariamente mediante un acuerdo en el que sus nuevos miembros cedían una parte de su soberanía. Era el arranque de un mundo nuevo, y la primera piedra de la futura democracia americana con dos elementos cruciales: pacto civil y autogobierno. El texto fue firmado por todos los varones adultos de la expedición, incluidos los sirvientes.
La conmemoración del Día de Acción de Gracias recuerda otro hecho, una celebración de índole religiosa que tuvo lugar dos años después de la llegada, en otoño de 1623. La fiesta, tradicional después de la cosecha, agradecía también la supervivencia heroica de lo que quedaba del grupo primero. Contó con la comparecencia de un grupo de americanos nativos, con su jefe Massasoit a la cabeza. Contribuyeron al festejo con cinco piezas de venado recién cazadas. El origen religioso de la celebración, ahora controvertido, se combina aquí con un apunte de convivencia entre culturas muy distintas y grupos con intereses diversos. En contra de lo que tantas veces se piensa, aquella “naturaleza salvaje” del noroeste del Nuevo Mundo era el producto de muchos siglos de intervención por parte de los americanos nativos. También estaba muy densamente poblada, aunque antes de que desembarcaran aquellos ingleses ya había llegado la plaga que había provocado la muerte en masa de poblados enteros. Aquellos primeros pobladores que huían de la corrupta Europa encontraron, de hecho, más muertos que vivos, muchos de ellos sin enterrar porque no había quedado nadie para hacerlo.
La convivencia entre aquellos vecinos a la fuerza acabaría en una tragedia, la llamada Guerra del Rey Felipe, que enfrentó a los wampanoag y a los habitantes de Plymouth. Antes, sin embargo, hubo algunos grandes ejemplos de cooperación y apoyo, como cuando Edward Winslow, otro de los líderes del grupo de peregrinos, ayudó al sachem Massasoit a curarse de lo que parece haber sido un tifus, escena relatada por el propio Winslow en un texto extraordinario, Good News from New England. El propio Winslow habló de los americanos nativos como de gente “de mucha confianza, rápidos de entendimiento, ingenio vivo y justos”.
Religión, democracia, convivencia racial… Tres conceptos que definen desde hace 400 años la sociedad norteamericana.