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Amando de Miguel

El desmantelamiento de España

Se me dirá que resulta inviable y prepóstera la hipotética URSI (Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas). Sin embargo, vamos camino de una entelequia como esa.

| EFE

El derribo se adivina por la inminente independencia de Cataluña, a la que seguirán las de otras regiones. Lo que les une es que se separan de España, aunque tal nombre se intente orillar por los movimientos independentistas. Lo que quede después de la explosión, más o menos controlada, de los nuevos Estados, nadie sabe lo que resultará. Desde luego, difícilmente será posible identificarlo con lo que secularmente hemos dado en llamar España.

Los acontecimientos decisivos de la Historia se preparan durante mucho tiempo. No es casual el hecho de que todos los partidos que han tenido poder en España durante la última generación hayan pecado de corruptos. Eso supone una anormal pérdida de legitimidad. La prueba es que el único partido que, como tal, ha celebrado el aniversario de la Constitución ha sido uno nuevo, que no participó en ella: Vox. El resto de las formaciones dejan traslucir, en la práctica, que nos encontramos en un periodo constituyente.

Todo lo que ocurre, desde hace un tiempo, en Cataluña y en el País Vasco conduce a la independencia de tales regiones. Por cierto, ya no son las que muestran los valores más altos de renta per cápita; ambas han sido sobrepasadas por Madrid. La paradoja actual es que los movimientos secesionistas de Cataluña y Vasconia son los que permiten sobrevivir al Gobierno de España. En vista del éxito, el proceso secesionista continuará en otras regiones con dos lenguas, hasta el total desmantelamiento de la nación. Como remate, León, Canarias, Almería, Teruel, entre otros territorios monolingües, plantearán, asimismo, sus respectivas autodeterminaciones. Por pedir, que no quede.

En la vorágine del proceso secesionista, una etapa necesaria es la decisión de erradicar la lengua castellana de la vida pública y privada, que hasta ahora ha pervivido en las regiones bilingües. Tal decisión se ha planteado, con notable éxito, en Cataluña desde los tiempos de Jordi Pujol. Ahora, se extiende a todas las regiones con dos lenguas. No importa el hecho comparativo de que en los Estados europeos (salvo Portugal e Islandia) conviven varias lenguas. No parece importarles el hecho de que la pérdida del castellano es la de un bien inapreciable, al tratarse de una de las pocas lenguas de comunicación internacional.

La independencia de los nuevos Estados suele derivar en el irredentismo. Cataluña se propone fagocitar a Valencia, Baleares y la Franja aragonesa, por lo menos en sus aspectos culturales. Vasconia se propone asimilar Navarra, Treviño, Castro Urdiales y puede que La Rioja. Todo eso está en marcha, no es una ensoñación.

Circula por ahí un meritorio escrito para procurarnos una nueva ley electoral. Llega tarde. Nos hallamos metidos, de hoz y coz, en un verdadero proceso constituyente, solo que no declarado. La Constitución de 1978, sociológicamente, ya no rige. En buena lógica, la nueva Constitución debería excluir a los partidos políticos dispuestos a desmantelar España; pero son, ahora, precisamente, los que sostienen al Gobierno. Así que áteme usted esa mosca por el rabo.

Se me dirá que resulta inviable y prepóstera la hipotética URSI (Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas). Sin embargo, vamos camino de una entelequia como esa, si Dios no lo remedia. Todo es cuestión de empezar. El Gobierno actual se halla decidido a esa operación taumatúrgica, que le daría renombre universal o, al menos, capacidad para seguir resistiendo en la Moncloa. Entre tanto, la casa sin barrer.

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