Rumanía celebró este domingo elecciones parlamentarias con dos sorpresas mayúsculas. El Partido Social Demócrata, hasta ahora en la oposición rompió la mayoría de pronósticos y se impuso con un 30 por ciento de los votos al Partido Nacional Liberal, la formación de centro-derecha que gobierna el país y partía como favorita en estos comicios. Aún más inesperada fue la entrada en el parlamento, con un 9 por ciento del voto que nadie había previsto, de la Alianza para la Unidad de los Rumanos, AUR.
Como saben algunos lectores, una parte sustancial de mi trabajo está centrada en informar, para medios españoles e internacionales, desde Bucarest sobre la actualidad rumana. El éxito electoral de este partido joven que se declara “antiglobalista” y “antisistema” me puso en la tesitura, para mí desconocida hasta ahora, a la que se enfrentan cada día los periodistas que informan sobre Hungría y Polonia: ¿cómo escribir sobre lo que la mayoría entre quienes deciden qué se publica en los medios (que no somos, no lo olviden, los periodistas rasos) han coincidido en etiquetar como “extrema derecha” o “ultranacionalistas”?
No hablaré de realidades que no conozco, como las de Polonia y Hungría, ni entraré aquí a comentar el caso de Vox, que también ha sido tachado de extremista pese a ser, a mi juicio, el partido que con más convicción defiende la Constitución y los principios básicos del liberalismo en España.
En el caso de AUR, sin embargo, está claro que el partido tiene entre sus dirigentes a gente con simpatías fascistas, tendencias homófobas e impulsos chovinistas que a menudo se manifiestan en hostilidad hacia los gitanos y, sobre todo, los húngaros.
Pero, ¿son las inclinaciones personales y el historial de declaraciones públicas de los líderes suficiente motivo para colgarle el sambenito de ultra a un partido? La respuesta, en mi opinión, es que no. En parte porque una noticia no es el lugar para sacar conclusiones sobre los méritos y la legitimidad de una opción política, aunque los periodistas se dediquen cada vez más a aleccionar y hacer juicios morales y la prensa lo esté pagando con la deserción de sus lectores.
En vez de recurrir a etiquetas –que no hacen más que encasillar a estos partidos en categorías, surgidas de otros contextos políticos y realidades nacionales, que los propios interesados no aceptarían–, ¿no es más justo referirse a ellos en los términos en los que se presentan, e informar lo que han dicho y hecho hasta el momento, ahorrándonos calificativos?
AUR, por ejemplo, se define como un partido “antisistema” y “antiglobalista”. Uno de sus referentes es el PiS polaco y tiene como prioridad, en un programa donde tienen gran protagonismo las proclamas soberanistas, apoyar a los pequeños agricultores y pequeños empresarios rumanos con exenciones fiscales. El partido cree en la familia como piedra angular de la sociedad, quiere promover la natalidad con ayudas económicas y ve la religión ortodoxa como un elemento fundamental de la identidad rumana.
En cuanto al historial de sus miembros, el líder de AUR, George Simion, es uno de los fundadores de un movimiento ultra de animación a la selección nacional rumana de fútbol conocido por sus eslóganes nacionalistas y sus mensajes xenófobos contra los húngaros.
Igual que otros dirigentes del partido, Simion apoyó activamente el referéndum impulsado en 2017 por grupos conservadores para cambiar el artículo de la Constitución rumano que define el matrimonio como “la unión entre dos cónyuges”. Con la idea de cerrar las puertas al reconocimiento del matrimonio homosexual, los impulsores del referéndum proponían que el matrimonio pasara a definirse como “la unión entre un hombre y una mujer”, pero la consulta fracasó por falta de cuórum.
El partido también apoyó las manifestaciones contra las restricciones adoptadas por el Gobierno para limitar los contagios de covid. Algunos de sus líderes han mostrado su repulsa a la homosexualidad en declaraciones públicas. Al menos uno de ellos, además, compartió una vez en Facebook una oda a la antisemita y fascista Legión del Arcángel Miguel, más conocida como la Guardia de Hierro rumana.
¿Convierte todo esto a AUR en un partido ilegítimo, antidemocrático, ultranacionalista o de extrema derecha? No estoy seguro. En todo caso, la pregunta puede ser contestada en un artículo de opinión de fondo, no mediante la atribución de etiquetas caprichosas, casi siempre interesadas y sacadas de contexto, que dicen mucho menos que los hechos que les he expuesto.
(Alguien tendrá la tentación de preguntarse por qué yo mismo me refiero en mis artículos a Unidas Podemos con la etiqueta de comunista. La respuesta es clara y no entra en contradicción con los expuesto más arriba: Unidas Podemos tiene entre sus miembros al Partido Comunista y reivindica abiertamente el comunismo. No en tuits de hace una década o conversaciones robadas a sus líderes. En su propia comunicación corporativa).