Karl Popper, Isaiah Berlin y Friedrich Hayek escribieron sobre los enemigos de la libertad humana. Popper se refirió a Platón, Hegel y Marx. Berlin, a Helvétius, Rousseau, Fichte, Hegel, Saint-Simon y De Maistre. Hayek, a Hegel y Comte. Un común denominador a todos ellos por tanto: Georg Wilhelm Friedrich Hegel. En los libros del filósofo alemán debería venir una advertencia en la solapa: “La lectura de esta obra puede perjudicar su salud mental”. Explicaba Ludwig von Mises en una de sus lecciones norteamericanas que los que se adentraban por la experiencia de la selva de conceptos hegelianos salían convertidos en hegelianos de izquierda o de derecha, que en el siglo XX terminaron construyendo las distopías del comunismo y el nazismo, respectivamente.
Puede parecer extraña esta derivada, cuando lo que más caracteriza a Hegel es que era un filósofo de la libertad. Cuando se enteró del estallido de la revolución francesa bailó junto a sus amigos Hölderlin y Schelling alrededor de un árbol celebrando el triunfo de la libertad. ¿Por qué entonces lo más granado del liberalismo intelectual considera a Hegel el más grande enemigo de la libertad desde Platón? Las semillas que diseminó Platón sobre la dictadura de los sabios arraigaron y crecieron fuertes en el humus del seminario protestante de Tubinga donde estudió Hegel, el cual realizó la más extraordinaria, abigarrada y teratológica combinación de metafísica griega y teología cristiana junto a gotas de economía made in Adam Smith y filosofía del Yo trascendental kantiano. En la cosmovisión de Hegel hay algo que se rechaza absolutamente: el acaso, el azar, la incertidumbre y la indeterminación. Por ello sus principales enemigos son los que sustentan su visión del mundo en lo fortuito, de Demócrito a Lucrecio, pasando por Epicuro, en la edad clásica.
Es Hegel el filósofo por antonomasia del capitalismo de Estado. Por una parte, reconoce que el signo distintivo de la edad moderna es la reivindicación del derecho a la libertad subjetiva. Por otra, comprende que las condiciones materiales de la vida han cambiado radicalmente, del incremento de la mecanización a la división del trabajo, lo que ha incrementado la cooperación internacional y el cosmopolitismo cívico que contribuye a que haya un punto de vista global y una consideración universal de los derechos humanos. Pero también es el mayor crítico de lo que desde él se considerarán, por parte de la izquierda socialista y la derecha conservadora, patologías del capitalismo: de las disparidades y desigualdades del bienestar a los ciclos económicos. Desde el punto de vista hegeliano sólo hay un modo de reconducir la alienación producida por el capitalismo, y es someter los mercados a un Estado que encarna lo que llamará la “moralidad objetiva”. La solución que empezaron a llevar a cabo los liberales durante el siglo XIX, con un Estado de Bienestar liberal, le parecía sólo un parche. Lo que realmente alentó fue la construcción de un Estado que fuese capaz de llevar a cabo el sueño platónico de unos sabios que gobernasen de manera autoritaria con respecto a criterios racionales superiores.
Si el Espíritu Absoluto es dios para Hegel, el Estado es su vicario en la Tierra. Es por ello que Popper en La sociedad abierta y sus enemigos distingue entre la aproximación individualista de Kant al Estado, inequívocamente liberal, ya que defiende un poder limitado y libertad para todos, de la visión colectivista de Hegel, en la que el Estado se ve favorecido por un poder autoritario en la que una élite de, naturalmente, filósofos es capaz de determinar los objetivos, metas y fines del Espíritu Objetivo, de manera que sea capaz de proteger los intereses nacionales y, como corolario, dominar el mundo. Al haber llevado el método científico a las ciencias sociales, el historicismo, el filósofo no sólo podrá interpretar el mundo sino que además, en la versión marxista del mismo, se podrá convertir en ingeniero para transformarlo.
Tras Popper, fue Berlin el que lanzó una andanada contra el filósofo del Espíritu Absoluto en La traición de la libertad. Seis enemigos de la libertad humana. Podría parecer paradójico porque Hegel también fue, como indicamos, el filósofo de la libertad. Pero su libertad se define como destino, como amor a la necesidad objetiva, no como libre albedrío subjetivo. Resuena en toda su obra la paradoja de Rousseau, según la cual hay que forzar a los hombres a ser libres. Berlin describe a Hegel como un poeta, un místico y un narrador. La libertad del liberalismo, ese derecho subjetivo a la diferencia que representa como nadie Don Quijote (al que cita Berlin), no tiene cabida en el plan infinito que ha elaborado el Espíritu Absoluto y que Hegel, su Profeta, nos relata extasiado. En esa red infinita, cada uno de los individuos no es sino un nudo finito e infinitesimal que no añade ni quita nada al gran proceso colectivo.
También Hayek se sumó a los ataques contra Hegel, al que dedicó un capítulo en Estudios sobre al abuso de la razón, y al que situaba en un equipo antiliberal formado por Comte, Feuerbach y Marx contra una escuadra liberal integrada por Kant, Voltaire, Hume y Adam Smith. Sin embargo, dentro de su facción Hayek reconoce que Hegel es más liberal que, por ejemplo, Comte, ya que lo de ser “enemigo de los liberales” le viene por ser un “defensor de los Gobiernos”. El gran error de Hegel habría sido creerse el Newton de los asuntos sociales y pretender que hay un conjunto de leyes y fuerzas en el universo no sólo mecánicas sino espirituales que pueden ser controladas por un comité de expertos que les permitirían no sólo conocer el devenir de la Historia, como se puede calcular la trayectoria de una bola de billar, sino predecir su decurso y, como planteará su discípulo más radical, Karl Marx, también manipularlo. Como dice Hayek:
El punto esencial es la creencia de que la propia mente es capaz de explicarse a sí misma, así como las leyes de un desarrollo pasado y su futuro.
Volvamos a la afirmación hayekiana de que, sin embargo, Hegel resulta infinitamente más liberal que Comte. Y es que, en la selva oscura de la prosa mística, el aura poética y la violencia conceptual de la arquitectura metafísica hegeliana cabe, sin embargo, una poda liberal para introducir en el mismo una deflación mitológica que convierta su ontología hipertrofiada por un ego narcisista en una auténtica filosofía de la libertad.