Hace unos días escribí sobre la tormenta creada, a la manera artera en que se fabrican casi todas estas polémicas, en torno a la expresión utilizada por un árbitro asistente rumano para indicarle al árbitro principal a quién debía sacar tarjeta.
“Aquel negro de allí”, fue la fórmula empleada por el colegiado. Se ha dado por seguro que fue el cuarto árbitro, Sebastian Coltescu, pero algunos medios apuntan a que se trataba del linier Octavian Sovre, otro de los miembros de la cuadrilla rumana que pitó el PSG-Basaksehir de Liga de Campeones donde ocurrió todo.
“Aquel negro de allí” era el exfutbolista camerunés y actual integrante del cuerpo técnico del Basaksehir Pierre Webó, que había protestado una decisión arbitral durante el partido de autos y montó en cólera al escuchar de labios de uno de los trencillas la palabra negro (negru en rumano).
La indignación en caliente de Webó podría entenderse como una reacción instintiva ante una palabra, negro, que tiene connotaciones peyorativas en inglés. Pero su insistencia en seguir considerando hasta el día de hoy un insulto lo que no fue más que un intento del árbitro de hacerse entender de la manera más rápida y eficaz pone su buena fe en tela de juicio.
Desde que se publicara mi primer artículo han aparecido nuevos vídeos relacionados con la polémica. En uno de ellos se escucha al banquillo turco protestar airadamente en inglés las decisiones del colegiado. Lo pueden escuchar aquí, dándole al play al primero de los dos vídeos intercalados en la noticia. El banquillo del Basaksehir trata de intimidar a la cuadrilla rumana, y lo hace con unas referencias a la nacionalidad de los árbitros que la UEFA habría condenado con firmeza de haberse dirigido a árbitros o futbolistas de un país africano o islámico.
El segundo vídeo incrustado en la noticia del link es aún más revelador. Corresponde a la tangana que se montó tras oír Webó que se habían referido a él como “aquel negro”. En este vídeo del partido se puede escuchar claramente como alguien que parece estar sentado en el banquillo del Basaksehir dice en un inglés con fuerte acento turco: “En mi país los rumanos son gitanos”.
A diferencia del famoso “aquel negro”, que, como explicaba en mi anterior artículo, era una descripción física para indicar quién debía ser el expulsado, este comentario no puede calificarse más que de racista, tanto hacia los rumanos como hacia los gitanos, rumanos o no. Que uno de los empleados del Basaksehir lo profiriera momentos antes de retirarse del campo junto con sus rivales del PSG en señal de protesta por el racismo del árbitro hace evidente la hipocresía del equipo turco y de todos los que escucharon sin inmutarse lo e “En mi país los rumanos son gitanos”.
Inmediatamente después del partido, la UEFA dijo que investigaría el incidente para determinar si lo de “aquel negro” podía considerarse un incidente racista. No sé muy bien qué hay que investigar cuando basta con entrar en YouTube y ver el vídeo para saber qué ocurrió. Puede ser, sin embargo, que la UEFA tenga una división de filósofos, en la que quizá también haya algún filólogo que sepa rumano, dedicada a interpretar el significado y el espíritu de las palabras del árbitro del PSG-Basaksehir.
Si es así, no parece que tenga muy en cuenta sus dictámenes, porque el árbitro rumano del “aquel negro”, no importa si fue Coltescu o fue Sovre, fue condenado de facto con la performance que, con el apoyo entusiasta de la UEFA, hicieron los jugadores y la cuadrilla de árbitros que sustituyó a los rumanos antes de que se reanudara al día siguiente lo que quedaba del partido interrumpido por la espantada pretendidamente antirracista de los dos equipos.
El grotesco espectáculo, que pueden ver aquí, no solo era una ejecución civil y profesional sin juicio del pobre árbitro rumano. Promoviendo una causa política eminentemente ideológica como el Black Lives Matter, que fue quien puso de moda lo de arrodillarse con el puño en alto, la UEFA traiciona (una vez más) todos los principios y reglas que la definen como un ente neutral y que en teoría velan por un fútbol libre de agendas políticas y sectarismo ideológico.
Pase lo que pase con Coltescu, o con Sovre, lo mismo da, una cosa es segura. Todas las cuadrillas de árbitros tendrán ahora muchísimo cuidado de incurrir en una blasfemia como la que ya le ha costado la reputación y puede costarle la carrera al rumano. Poco a poco, y no solo dentro de los campos de fútbol, vamos perdiendo libertad y se estrechan los moldes dentro de los que podemos expresarnos, comunicarnos, escribir, bromear, hacer poemas o componer canciones.
Al mismo tiempo, la rígida ortodoxia que impone este falso antirracismo ofrece a quienes pueden considerarse parte de las minorías a las que se dice proteger un as que sacarse de la manga ante cualquier situación que les resulte desfavorable.
Esta banalización de un mal que por supuesto existe, como es el racismo, no está ayudando en nada a combatir los prejuicios contra las minorías. Más bien aumenta la desconfianza y la hostilidad hacia las personas de color, que han sido convertidas en una potencial fuente de conflicto y problemas y para las que no rigen las reglas generales de sentido común y justicia.
La trivialización e instrumentalización política del racismo nos puede llevar también a sucumbir a la tentación de despachar como una estratagema victimista todo malestar expresado por una minoría, como por ejemplo la ofensa que, para un negro nacido en España, puede suponer que le digan lo bien que habla español cada vez que abre la boca en una lengua que también es suya.
Este macartismo antirracista es, en definitiva, un pésimo negocio para todos, a excepción de la minoría que se lucra avivando las hogueras en que el árbitro rumano y otros herejes de la nueva religión arden sobre las cenizas de la empatía hacia los sentimientos verdaderamente heridos.